Alan
García en la cuerda floja
¿Le
llegó el turno a Perú?
Por
Claudio Testa
La ola de
rebeliones latinoamericanas iniciada con el nuevo siglo
parecía haber amainado, pero el estallido contra Alan García
al cumplir el primer año de su presidencia indica que el
horno sigue calentito... y que no está para bollos.
El
año pasado, en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales, Alan García obtuvo
6 de cada 10 votos emitidos. Ahora –apenas a un año
de asumir y según un sondeo de la Universidad Católica– 6
de cada de 10 peruanos quieren que se vaya. Y ahora,
después de lo sucedido la semana pasada, esa proporción
debe ser aún mayor.
El
gran problema para el “Caballo Loco” (apodo del
presidente García) es que esos deseos de echarlo han ido más
allá de responder encuestas. Los trabajadores, los
campesinos, los estudiantes y otros sectores populares
salieron a la calle en Lima y el interior del país. "Caerá,
caerá, el Caballo Loco caerá" fue la consigna más
gritada en las manifestaciones masivas que se desarrollaron
de punta a punta del país y paralizaron Perú.
La
respuesta del Caballo Loco no fue precisamente negociadora.
De acuerdo a sus antecedentes genocidas –entre ellos, la
masacre en
junio de 1986 de 120 presos políticos en las cárceles de
El Frontón y Lurigancho– Alan García decidió sacar el
Ejército. La represión arrojó el saldo de 18
muertos, incontables heridos y 160 presos. Pero este baño
de sangre –como suele suceder con la represión en
situaciones de ascenso generalizado de las luchas–,
probablemente no ha hecho más que exasperar a las masas,
volcar aún a más sectores contra gobierno y poner al
presidente en posición más crítica. Los anteriores casos
de Ecuador, Bolivia y Argentina demostraron cómo en esas
situaciones la represión termina siendo un boomerang.
Veremos si en Perú vuelve cumplirse esa regla.
La bronca
obrera y popular
Las causas
económico-sociales de esta rebelión han sido reconocidas
hasta por los medios más rabiosamente neoliberales.
Como sucedió
antes con Argentina y en general con todos los países que
terminaron estallando, Perú es hoy en América Latina uno
de los modelos de
“buena conducta”
neoliberal. Alan García –como antes lo hicieron
Fujimori y Toledo– cumple al pie de la letra todas las órdenes
y recetas que dictan el FMI, el gobierno de EEUU y las
corporaciones mineras.
Pero una
particularidad interesante de Perú es que –a diferencia
de lo sucedido, por ejemplo, con Argentina– la rebelión
social no se produce cuando el modelo económico estalla,
sino cuando aparentemente marcha
mejor que nunca. En efecto, hasta la víspera, las
trompetas de Wall Street, Washington y el FMI vibraban con
las aleluyas por el “éxito” económico de Perú,
logrado según ellos por el neoliberalismo salvaje de Alan
García y las anteriores administraciones.
Efectivamente,
ha sido un gran éxito:
la economía creció un 28% en los últimos cuatro años y
las exportaciones –principalmente mineras– baten récords.
Pero nada de esto llega a los trabajadores de la ciudad y
del campo. Por el contrario, están
cada vez peor.
“En los
15 años de gobierno de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y
ahora Alan García –dice el economista Humberto Campodónico–
las ganancias empresarias subieron 9 puntos, hasta el 61%
del PBI. Pero en igual lapso, la proporción del salario bajó
7 puntos, al 23% del PBI. Dicho en plata, respecto de 1991
se paga de salarios 6.000 millones de dólares menos al año
y las empresas ganan 7.000 millones de dólares más” (Ángel
Páez en Clarín,
14-7-07). Y de todo esto se benefician principalmente menos
de cien empresas, con total predominio de capital
extranjero, en las ramas de minería, energía, banca,
alimentos y exportadores.
Todos
contra Alan
Alan García
–que traía de su primera presidencia (1985-1990) una
imagen pálidamente populista y “nacionalista”– fue
votado por sectores importantes de los trabajadores y el
pueblo, en la esperanza de que mejoraría algo la situación.
En su campaña hizo promesas para alentar esas
expectativas... aunque al mismo tiempo se presentaba como el
gran candidato anti-Chávez. Es decir, contrario a imitar el
reformismo chapista, y sobre todo a enfrentarse con EEUU.
Como era de
esperar, al asumir la presidencia Alan García decidió
purgar sus pecados de juventud y ser más papista que el
Papa; demostraría ser un neoliberal aun más salvaje que
sus ilustres predecesores.
Así, en
este año desató
simultáneamente en todos los frentes un ataque hambreador.
Es una larga lista de medidas en aplicación o en preparación:
va desde la firma del TLC (Tratado de Libre Comercio con
EEUU) que lleva a la ruina a amplios sectores productivos
del campo y la ciudad, hasta el redoblado ataque a los
mineros, que trabajan en el principal y más rentable rama
de la economía, en condiciones indescriptibles de
esclavitud laboral y salarios de hambre. Pero la masividad
del estallido lo provocó el proyecto de Ley de Educación,
dictado por el Banco Mundial y el FMI. Mediante la
“municipalización” de las escuelas primarias y
secundarias, se liquida de hecho la educación pública, y
cientos de miles de maestros y profesores quedan en la
calle.
Este ataque
neoliberal en todas direcciones tuvo como consecuencia que
también desde todos los frentes la gente reaccionara indignada contra el
canalla de Alan García.
Así el 11
y 12 de julio se efectuó una huelga general con
movilizaciones masivas en las calles, convocada
principalmente por la CGTP (Confederación General de
Trabajadores Peruanos), el SUTEP (Sindicato Unitario de
Trabajadores de la Educación del Perú) y la Federación de
Trabajadores Mineros y Metalúrgicos. Simultáneamente, se
desarrollaba un Paro Nacional Agrario llamado por decenas de
organizaciones campesinas regionales y nacionales. La
represión salvaje desatada por Alan García no hizo más
que profundizar la movilización... y el odio contra el
criminal que ocupa la presidencia.
La clase
obrera organizada, en el centro de la movilización
En esos días,
diversos sectores
sociales pararon y/o salieron a manifestar, desafiando
la sanguinaria represión: maestros y profesores, mineros,
campesinos, estudiantes, vendedores ambulantes, sectores de
clase media… Sin embargo, sin discusión, la columna vertebral de las
jornadas del 11 y 12 fue la clase obrera y trabajadora
encuadrada en sus organismos
de clase.
Esto marca una diferencia muy importante con el Argentinazo de diciembre del
2001 y también con las rebeliones de Bolivia y Ecuador, que
fueron principalmente de masas populares y donde las
organizaciones obreras no jugaron ningún papel (caso de
Argentina) o tuvieron un rol mucho menor (Ecuador y
Bolivia).
Este carácter de clase de la incipiente rebelión peruana alienta
perspectivas y potencialidades de más largo alcance que
los casos de Ecuador, Argentina y Bolivia. Pero también
trae sus problemas específicos. El principal de ellos, que
las organizaciones sindicales que convocaron y condujeron
las jornadas del 11 y 12, están encabezadas por burocracias
que han cometido mil traiciones, y que tienen una larga
experiencia en llevar a la derrota las luchas de los
trabajadores.
En esta
situación, el desarrollo de una alternativa
de dirección independiente de estas burocracias
podridas pasa a ser un problema de primera magnitud.
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