Socialismo o Barbarie, periódico, Nº 106, 19/07/07
 

 

 

 

 

 

Alan García en la cuerda floja

¿Le llegó el turno a Perú?

Por Claudio Testa

La ola de rebeliones latinoamericanas iniciada con el nuevo siglo parecía haber amainado, pero el estallido contra Alan García al cumplir el primer año de su presidencia indica que el horno sigue calentito... y que no está para bollos.

El año pasado, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Alan García obtuvo 6 de cada 10 votos emitidos. Ahora –apenas a un año de asumir y según un sondeo de la Universidad Católica– 6 de cada de 10 peruanos quieren que se vaya. Y ahora, después de lo sucedido la semana pasada, esa proporción debe ser aún mayor.

El gran problema para el “Caballo Loco” (apodo del presidente García) es que esos deseos de echarlo han ido más allá de responder encuestas. Los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y otros sectores populares salieron a la calle en Lima y el interior del país. "Caerá, caerá, el Caballo Loco caerá" fue la consigna más gritada en las manifestaciones masivas que se desarrollaron de punta a punta del país y paralizaron Perú.

La respuesta del Caballo Loco no fue precisamente negociadora. De acuerdo a sus antecedentes genocidas –entre ellos, la masacre en junio de 1986 de 120 presos políticos en las cárceles de El Frontón y Lurigancho– Alan García decidió sacar el Ejército. La represión arrojó el saldo de 18 muertos, incontables heridos y 160 presos. Pero este baño de sangre –como suele suceder con la represión en situaciones de ascenso generalizado de las luchas–, probablemente no ha hecho más que exasperar a las masas, volcar aún a más sectores contra gobierno y poner al presidente en posición más crítica. Los anteriores casos de Ecuador, Bolivia y Argentina demostraron cómo en esas situaciones la represión termina siendo un boomerang. Veremos si en Perú vuelve cumplirse esa regla.

La bronca obrera y popular

Las causas económico-sociales de esta rebelión han sido reconocidas hasta por los medios más rabiosamente neoliberales.

Como sucedió antes con Argentina y en general con todos los países que terminaron estallando, Perú es hoy en América Latina uno de los modelos de “buena conducta” neoliberal. Alan García –como antes lo hicieron Fujimori y Toledo– cumple al pie de la letra todas las órdenes y recetas que dictan el FMI, el gobierno de EEUU y las corporaciones mineras.

Pero una particularidad interesante de Perú es que –a diferencia de lo sucedido, por ejemplo, con Argentina– la rebelión social no se produce cuando el modelo económico estalla, sino cuando aparentemente marcha mejor que nunca. En efecto, hasta la víspera, las trompetas de Wall Street, Washington y el FMI vibraban con las aleluyas por el “éxito” económico de Perú, logrado según ellos por el neoliberalismo salvaje de Alan García y las anteriores administraciones.

Efectivamente, ha sido un gran éxito: la economía creció un 28% en los últimos cuatro años y las exportaciones –principalmente mineras– baten récords. Pero nada de esto llega a los trabajadores de la ciudad y del campo. Por el contrario, están cada vez peor.

“En los 15 años de gobierno de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y ahora Alan García –dice el economista Humberto Campodónico– las ganancias empresarias subieron 9 puntos, hasta el 61% del PBI. Pero en igual lapso, la proporción del salario bajó 7 puntos, al 23% del PBI. Dicho en plata, respecto de 1991 se paga de salarios 6.000 millones de dólares menos al año y las empresas ganan 7.000 millones de dólares más” (Ángel Páez en Clarín, 14-7-07). Y de todo esto se benefician principalmente menos de cien empresas, con total predominio de capital extranjero, en las ramas de minería, energía, banca, alimentos y exportadores.

Todos contra Alan

Alan García –que traía de su primera presidencia (1985-1990) una imagen pálidamente populista y “nacionalista”– fue votado por sectores importantes de los trabajadores y el pueblo, en la esperanza de que mejoraría algo la situación. En su campaña hizo promesas para alentar esas expectativas... aunque al mismo tiempo se presentaba como el gran candidato anti-Chávez. Es decir, contrario a imitar el reformismo chapista, y sobre todo a enfrentarse con EEUU.

Como era de esperar, al asumir la presidencia Alan García decidió purgar sus pecados de juventud y ser más papista que el Papa; demostraría ser un neoliberal aun más salvaje que sus ilustres predecesores.

Así, en este año desató simultáneamente en todos los frentes un ataque hambreador. Es una larga lista de medidas en aplicación o en preparación: va desde la firma del TLC (Tratado de Libre Comercio con EEUU) que lleva a la ruina a amplios sectores productivos del campo y la ciudad, hasta el redoblado ataque a los mineros, que trabajan en el principal y más rentable rama de la economía, en condiciones indescriptibles de esclavitud laboral y salarios de hambre. Pero la masividad del estallido lo provocó el proyecto de Ley de Educación, dictado por el Banco Mundial y el FMI. Mediante la “municipalización” de las escuelas primarias y secundarias, se liquida de hecho la educación pública, y cientos de miles de maestros y profesores quedan en la calle.

Este ataque neoliberal en todas direcciones tuvo como consecuencia que también desde todos los frentes la gente reaccionara indignada contra el canalla de Alan García.

Así el 11 y 12 de julio se efectuó una huelga general con movilizaciones masivas en las calles, convocada principalmente por la CGTP (Confederación General de Trabajadores Peruanos), el SUTEP (Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación del Perú) y la Federación de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos. Simultáneamente, se desarrollaba un Paro Nacional Agrario llamado por decenas de organizaciones campesinas regionales y nacionales. La represión salvaje desatada por Alan García no hizo más que profundizar la movilización... y el odio contra el criminal que ocupa la presidencia.

La clase obrera organizada, en el centro de la movilización

En esos días, diversos sectores sociales pararon y/o salieron a manifestar, desafiando la sanguinaria represión: maestros y profesores, mineros, campesinos, estudiantes, vendedores ambulantes, sectores de clase media… Sin embargo, sin discusión, la columna vertebral de las jornadas del 11 y 12 fue la clase obrera y trabajadora encuadrada en sus organismos de clase.

Esto marca una diferencia muy importante con el Argentinazo de diciembre del 2001 y también con las rebeliones de Bolivia y Ecuador, que fueron principalmente de masas populares y donde las organizaciones obreras no jugaron ningún papel (caso de Argentina) o tuvieron un rol mucho menor (Ecuador y Bolivia).

Este carácter de clase de la incipiente rebelión peruana alienta perspectivas y potencialidades de más largo alcance que los casos de Ecuador, Argentina y Bolivia. Pero también trae sus problemas específicos. El principal de ellos, que las organizaciones sindicales que convocaron y condujeron las jornadas del 11 y 12, están encabezadas por burocracias que han cometido mil traiciones, y que tienen una larga experiencia en llevar a la derrota las luchas de los trabajadores.

En esta situación, el desarrollo de una alternativa de dirección independiente de estas burocracias podridas pasa a ser un problema de primera magnitud.