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Chile: se resquebraja el “milagro económico”…
Las luchas obreras y populares ocupan la escena
Por Oscar Alba
El 11 de septiembre se cumplieron 34
años del golpe genocida del general Augusto Pinochet Ugarte
en Chile. Cada aniversario es recordado con movilizaciones
por los trabajadores, estudiantes y la mayoría de la
población humilde. Aun estando en el gobierno el chacal
Pinochet y a pesar de las durísimas condiciones políticas,
el repudio al golpe se manifestaba en las calles. Este año,
la recordación sobrepasó los límites históricos para
convertirse en una demostración de cuestionamiento a la
situación de miseria de amplios sectores obreros y
populares y al gobierno de Bachelet, en el marco de un
resurgir de la combatividad obrera.
El diario La Nación,
en su edición del domingo 23 de septiembre decía refiriéndose
a los manifestantes del 11 de septiembre: “Pusieron sobre
la mesa mucho más que el reflejo de su bronca: ahí
están ahora los fragmentos de exclusión social, pobreza,
desigualdad y frustración que completan la imagen del
país”. De esta manera, el tan mentado “modelo de
desarrollo chileno” mostraba sus verdaderas raíces: la
superexplotación, la marginalidad y la represión a los
trabajadores y los sectores oprimidos.
El gobierno, dos días antes, había prohibido las
manifestaciones en los alrededores del Palacio de La Moneda,
sede de la Presidencia y “se acordó legislar para
penalizar a los encapuchados y hacer un seguimiento a los
reincidentes en desmanes” (El Sur, 22/9). La noche del 11 de septiembre cientos de jóvenes
enfrentaron a la policía levantando barricadas y atacando a
los carros de la policía con molotov y armas de fuego en
los barrios obreros de Pudahuel Sur, Villa Francia La Legua,
Peñalolén, San Bernardo, Estación Central, La Pintana y
otros del cordón más pobre de Santiago En los
enfrentamientos fue muerto el cabo de carabineros Cristián
Vera de un balazo en la cabeza.
Al respecto, el ministro del Interior, Belisario Velazco,
responsabilizó a grupos de narcotraficantes y de algunos
movimientos políticos por los desmanes. Dos días después,
el Comité de Seguridad resolvió profundizar las medidas de
penalización.
Si bien la marginación a la que ha sido llevada un sector
de la juventud (fundamentalmente en los sectores obreros)
abrió terreno para el desarrollo del narcotráfico, no
puede decirse que los hechos del 11 de septiembre sean
producto de “grupos de narcotraficantes o de lúmpenes”,
como dice Velazco (Clarín,
22-9) Sobre todo, porque las manifestaciones del 11 de
septiembre no son un hecho aislado en la realidad política
de Chile. En ese sentido, la conflictividad social ha ido en
aumento de la mano del descontento de amplios sectores de
trabajadores y se refleja en las luchas y movilizaciones
contra la política de Michelle Bachelet.
Como decimos al inicio Chile se muestra como un modelo a
seguir en cuanto a desarrollo económico de los países
latinoamericanos. Este modelo sentó sus bases durante la
dictadura sangrienta de Pinochet y se fue consolidando en la
transición al régimen parlamentario burgués durante los
gobiernos siguientes. En el actual gobierno del Partido
Socialista el crecimiento económico ha sido de
aproximadamente un 6% con un crecimiento de las
exportaciones y el precio del cobre. Pero, mientras “el
10% más rico de la población se lleva casi la mitad del
ingreso (47%), el 10 % más pobre se queda con apenas el 1,2
% de ese ingreso (La
Nación, 23-8)”. De esta manera, Chile es uno de los
países con mayor desigualdad social y económica a nivel
mundial, que se expresa en que
Chile tiene hoy 4.000 familias de millonarios. Del otro
lado se instala el
90% de los chilenos con ingresos desde 0 a US$ 2.282.
Las luchas del movimiento obrero marcan la agenda política
Esta desigualdad es lo que ha fogoneado las luchas que se
vienen dando. A finales del gobierno de Ricardo Lagos, los
mineros de CODELCO iniciaron una huelga en las principales
minas de El Teniente, CODELCO Norte, Ventana y Andina por
reivindicaciones salariales y mejores condiciones laborales.
En agosto de ese año, 2.000 mineros de La Escondida
paralizaron los socavones durante casi un mes logrando “un
reajuste en los salarios base, 10.674 dólares en bonos para
cada uno de los trabajadores, un fondo de beneficio dental
por un millón setecientos mil dólares, becas de estudio,
plan habitacional con un fondo de 12 millones de dólares y
un contrato colectivo durante 40 meses incorporando la
modalidad de turnos de 4x4”.
En mayo de 2006, a poco de asumir el actual gobierno,
Bachelet tuvo que hacer frente a la mayor movilización de
estudiantes secundarios en los últimos treinta años. El
conflicto abarco a más de 600.000 personas, ya que los
estudiantes recibieron el apoyo activo de profesores y
universitarios y fue conocida como la “revolución
de los pingüinos”. Los estudiantes reclamaban
terminar con la reforma educativa de los tiempos de Pinochet
y hacer una nueva que elevara la enseñanza y terminara con
la distinción de privados y públicos. En septiembre de ese
mismo año los trabajadores de la salud iniciaron un proceso
de movilizaciones y hubo un importante paro de profesores
que levantaron un petitorio de mejoramiento de las
condiciones laborales.
Lo más relevante, sin duda, fue que en julio de este año,
nuevamente los
mineros subcontratados de CODELCO salieron
a la lucha logrando un bono de 450.000 pesos para cada
uno de los trabajadores, aunque la empresa logró mantener
el despido de aquellos trabajadores involucrados en hechos
de violencia.
Como señaló una periodista: “No fue una huelga más. El paro de cerca de 18.000 trabajadores
contratistas de Codelco (Corporación del Cobre), que acaba
de producirse en Chile, marcó un
punto de inflexión en la agenda política y social”
(Mónica Gutiérrez, corresponsal de Clarín
en Santiago, 5-8).
Los empresarios pusieron el grito en el cielo ante lo que
calificaron de “un claro intento de volver a esquemas del
pasado, generando incertidumbre y desaliento”. Eliodoro
Matte, uno de los referentes de la patronal chilena, se quejó
de que “hemos sido testigos de una decidida acción de
agitación laboral tendiente a promover por la vía de los
hechos cambios en la legislación”.
Esta reacción es muy comprensible, porque “los
contratistas de Codelco echaron
por tierra en 37 días de huelga lo que al dictador Pinochet
le costó muchos muertos y presos imponer: la eliminación
de la negociación colectiva por sector, pieza
angular del modelo económico neoliberal aún vigente.
Todo culminó con una escena que hizo estallar a los gremios
empresariales: la empresa matriz, Codelco, aceptando buena
parte de las reivindicaciones de los trabajadores
subcontratados (...) La frase final del líder del
movimiento sindical, Cristián Cuevas, «ésta es la primera
victoria de los contratistas y con ella hemos instalado la
negociación sectorial de ipso», fue el anuncio de la peor
pesadilla empresarial. La que tuvo confirmación con el
anuncio de huelga de 4.000 trabajadores contratistas de la
Empresa Nacional del Petróleo y anuncios similares del
sector forestal y salmoneros” (M. Gutiérrez en Clarín,
5-8).
El dirigente de la huelga, Cristián Cuevas, hijo de minero
y huérfano a los 4 años, “fue catapultado en 37 días
como nuevo líder social [y] es hoy un interlocutor válido
(...) Cuevas asume su liderazgo despertando todo tipo de
fantasmas a su paso (...) A diferencia de la Revolución de
los Pingüinos, la protesta de los estudiantes de enseñanza
media del año pasado, este
conflicto no tuvo gran impacto mediático [pero] fue
más demoledor de la institucionalidad de Pinochet.
Bachelet lo sabe” (Clarín,
5-8).
El conflicto abrió
profundas grietas en el gobierno, ya que mientras los
ministros de Interior y Trabajo impulsaron la negociación y
no se atrevieron a apelar a la Ley de seguridad, que faculta
a la policía a enfrentar a los huelguistas, el resto del
gabinete cerraba filas con los empresarios. Cuenta Gutiérrez
que “Bachelet guardó silencio sobre el conflicto. Fueron
sus ministros los que filtraron sus enfrentamientos por la
huelga del cobre” (ídem).
La lucha de CODELCO disparó a su vez nuevos conflictos: en
la industria textil, en la educación, las marchas de
protestas por el alza de los precios de los combustibles y
el fracaso de la reorganización del sistema de transporte
en Santiago... Esta situación llevó a que la Central
Unitaria de los Trabajadores llamara el 29 de agosto de este
año a una jornada nacional de Movilización y Acción
Sindical exigiendo cambios en la política económica del
gobierno. La jornada terminó con serios incidentes y
cientos de detenidos. El 30 de septiembre, los 1500
trabajadores de Celulosa Arauca y Constitución (Celco)
ocuparon la planta pidiendo aumento salarial.
¿El fin de la
“estabilidad de la Concertación”?
A diferencia de Argentina, Bolivia o Ecuador, que han
vivido profundas movilizaciones populares, Chile no ha visto
caer gobiernos democráticos burgueses por la acción de las
masas en las calles. Instituciones y leyes de la época de
la dictadura militar se han conservado, o en todo caso se
han ido reformando sin mayores convulsiones políticas. Sin
embargo, este andamiaje burgués se está resquebrajando
ante el carácter de las luchas que apuntan contra la política
del gobierno.
Sucede que el proceso de rebeliones populares en Latinoamérica
es global y el capitalismo chileno no puede escapar a sus
efectos. Los trabajadores del país trasandino han comenzado
a enfrentar al modelo neoliberal pinochetista mantenido en
lo esencial por la Concertación, y en
esta pelea puede estar el germen de una verdadera
recomposición del movimiento obrero y popular. Las
desigualdades sociales y económicas no sólo han puesto
sobre el tapete la inmensa brecha abierta entre las clases
por el “milagro económico chileno”, sino que muestran
la necesidad y la posibilidad de avanzar en la reorganización
de los sectores oprimidos. En este sentido, los sectores
mineros, los trabajadores de la salud, textiles, forestales
y de la educación, entre otros, junto con el dinamismo del
movimiento estudiantil, permiten confiar en que del otro
lado de los se está
poniendo en marcha un proceso de recomposición donde los
actores sociales más “clásicos”, la clase trabajadora
y el estudiantado, apuntan a ser los que den la tónica.
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