Socialismo o Barbarie, periódico, Nº 115, 29/11/07
 

 

 

 

 

 

La coyuntura electoral

Claroscuros de la Venezuela “bolivariana”

Por José Luis Rojo

En Venezuela se vive un proceso revolucionario, uno de los más profundos de la región. Todo el mundo sabe que este país está inmerso en una etapa política larga que comienza en el ya lejano 1989 cuando el “Caracazo” contra Carlos Andrés Pérez. Específicamente, el gobierno de Chávez lleva ya 8 años en el poder. Sin embargo, es aquí donde comienzan los tremendos contrastes y claroscuros.

Chávez heredó un país de tradición rentista-petrolera, con poco desarrollo de otras ramas industriales productivas y con enorme dependencia del exterior en lo que hace a la materia alimentaría. Un país que, a la vez, quedó bastante golpeado por la ola neoliberal de los ’90. Su herencia: un desempleo que roza el 50 o 60% de su población económicamente activa.

La grave contradicción: en lo “estructural” poco o nada cambió de este país. Es un hecho que en estos años los sectores populares y de trabajadores han logrado una serie de conquistas; las más claras de las cuales han sido la distintas “Misiones”[1]. También que el país ha logrado un alto grado de independencia política respecto del imperialismo norteamericano; que luego de la derrota del paro-sabotaje el Estado recuperó el manejo íntegro de PDVSA.

Sin embargo, desde el punto de vista mas profundo, Venezuela, estructuralmente, ha cambiado realmente poco. La dependencia alimentaría del exterior, se mantiene tal cual. Se importa prácticamente el 70% del consumo básico, lo que se traduce en campañas de desabastecimiento recurrentes por parte de la burguesía “escuálida”. Por su parte, el bajo grado de diversificación de su estructura industrial, tampoco parece haber sufrido cambios cualitativos.

En estas condiciones, las importaciones, la industria automotriz y siderúrgica, la banca, una amplia porción de las comunicaciones y los servicios, etc., siguen en manos privadas. El desempleo campea por Caracas con una verdadera masa humana que por toda ocupación está “empleada” de “buhonero” (es decir, de vendedor ambulante). Tampoco se ven en la ciudad grandes obras públicas; en el populoso Petare (1.200.000 habitantes en la ladera de la montaña, en una décima de la superficie de La Matanza), centenares de miles viven en casas precarias y encimadas una sobre la otra. Y todo esto con un barril de petróleo que está alcanzando ya los 100 dólares (casi 90 para el tipo de petróleo pesado que extrae Venezuela). No por nada muchos se preguntan a donde van a parar esos ingentes ingresos.

Como pinta un autor refiriéndose al contexto de la llamada “revolución” bolivariana: “¿Era posible prever que eso pasaría en un país donde las rentas del petróleo no sólo habían enriquecido a una minoría sino que también habían contribuido a que desaparecieran la producción industrial y la agricultura (...)? ¿Un país donde una combinación de tasas de cambio determinadas por el precio del petróleo y la reestructuración de las transnacionales aplastó las exportaciones no petroleras y ahogó la producción nacional con importaciones baratas? ¿Dónde una estampida de campesinos hacia la ciudad ‘fomentada por la monopolización de la tierra, una insuficiencia en la infraestructura interna y salarios más altos en los centros urbanos’ creó la materia prima para una clase trabajadora en la que más del 50% de ella trabaja en el sector informal? ¿Una economía petrolera donde un porcentaje grande de la población (...), vende entre ellos mercancías producidas fuera del país?”[2].

El peligro: que con el paso del tiempo sin este tipo de cambios más de fondo (y que, obviamente, a nuestro modo de ver, sólo se podrían alcanzar con un curso auténticamente anticapitalista y no con el capitalismo de Estado chavista...), la prédica del “rojo-rojito” y el “socialismo del siglo XXI”, retorne con elementos de apatía y desmoralización entre amplios sectores de masas.

Reforma sin Constituyente

Algo de esto es lo que está marcando la actual coyuntura, polarizada alrededor del referéndum del próximo domingo 2 de diciembre. Porque –en un sentido– nunca Chávez había llegado con tantas dificultades a una elección. Una reforma que no solo tiene el déficit de que con todo lo “radicalizada” que es, sigue manteniéndose esencialmente en el terreno del capitalismo (próximamente dedicaremos un artículo a hacer una exhaustiva crítica de la misma), sino que a la vez, al no introducirse por medio de una Asamblea Constituyente, le ha dejado un inmenso argumento “democrático” a la recalcitrante oposición burguesa, los llamados “escuálidos”.

Pero con esto no alcanza para entender la debilidad con la que parece llegar Chávez al 2-D.

Se suma el hecho de que la población trabajadora no termina de ver la reforma como “propia”. Es que claro, la no apertura de instancias reales de debate funciona para los “dos lados”: plebiscitaria y “bonapartoidamente” se pone una y otra vez a las masas populares en la morsa y el chantaje de “Chávez o los escuálidos”...

Así las cosas, no ha habido debate real; no conoce realmente el contenido de la reforma; parecen campear elementos de cierta apatía y desmoralización; el PSUV es un armado masivo desde arriba, pero en todos los “batallones”, de los 350 “militantes” inscriptos, solo parecen participar en las reuniones semanales no más de 10. Y con ser la reducción de la jornada laboral lo que tiene más “popularidad”, igualmente subsiste la desconfianza de que termine en un fiasco; de las Comunas Populares se habla mucho, pero pocas parecen funcionar en la capital del país (claro, no se puede formar auténticos organismos de representación popular por decreto...), etc.

A lo anterior se le debe agregar que al chavismo se le escapa por todos los poros la desconfianza en la clase trabajadora. Es, efectivamente, un nacionalismo burgués apoyado en un movimiento de masas popular, que se diferencia del populismo clásico del siglo XX por un discurso mucho más a “izquierda” (aunque mucho más avaro y timorato en reformas reales), pero que exuda dificultades con la clase obrera.

Es decir, su base es mucho más territorial que laboral y entre la clase obrera, si bien muchos trabajadores se afiliaron al PSUV (¿quién no lo iba a hacer?), sin embargo, hay como algo “instintivo” entre los trabajadores por lo cual el chavismo no termina de entrar...

En estas condiciones, el chavismo ha movido cielo y tierra para dividir y fragmentar la Unión Nacional de los Trabajadores y en gran medida lo está logrando; incluso, con el creciente peligro de que fracciones de la vieja burocracia de la CTV (Central de Trabajadores de Venezuela) logren –de alguna manera– recomponerse.

En síntesis: el chavismo expresa un nacionalismo burgués del siglo XXI muy “radicalizado” en el discurso, asentado en un movimiento de masas popular “rojo-rojito”, en una situación de grave y real polarización con la burguesía escuálida y el imperialismo, pero con el –eventualmente– dramático problema de estar perdiendo el tiempo sin tomar una sola medida realmente anticapitalista y por lo tanto no lograr imponer transformaciones estructurales en el país.

Tendencias comunes, combinaciones específicas

Mas en su conjunto y colocando los países-regiones visitados en el contexto general del ciclo latinoamericano que estamos recorriendo, se puede decir que las tendencias en obra son las “mismas” en todos lados. Sin embargo, los elementos de “variación” no dejan de tener importancia. Lo que es “particular” y específico es la combinación de estos mismos elementos que no pueden dejar de variar y mucho, de país en país.

No se trata de un cierto “desacople” sólo en lo que tiene que ver con las “periodización”. Es decir, la no necesaria “simultaneidad” de los momentos de alza y retroceso de la lucha de clases de país en país. También con que la configuración particular de cada país y/o región, de su experiencia histórica, de sus puntos de referencia, hacen a que en algunas determinadas tendencias o rasgos políticos-sociales se den de manera más agudizadas que en otros.

No en todos lados, por ejemplo, la lucha de los trabajadores se afirma de la misma manera. En ese sentido, el proceso venezolano en general y el chavismo en particular, es uno donde los elementos “populares” se expresan de manera más agudizada y “unilateral”.  Aunque la clase obrera tuvo un papel “protagónico” en la derrota del paro-sabotaje y es el sector que más “límites” le pone –de hecho– a Chávez, al mismo tiempo el chavismo expresa una apuesta por el elemento “plebeyo” precisamente en conciente desmedro de la clase obrera como tal. De ahí que tantos “izquierdistas” impresionistas se compren acríticamente el buzón de que la clase trabajadora “no tiene un papel protagónico en la revolución bolivariana”.

Otro elemento característico, es que la región vive como a dos “velocidades”. Seguimos inscriptos en esta larga coyuntura de mediación y –en alguna medida– ciertas tendencias a la “extensión” del ciclo de la rebelión popular. Sin embargo, decisivos países se han mantenido como al “margen” (caso Brasil) o han tenido un fuerte avance de las tendencias “estabilizadoras”, como el caso de la  Argentina.

Claro que este no es el caso de Venezuela y, principalmente, de Bolivia. Está claro que más allá de la “verborragia” de Chávez, es el país del altiplano el potencialmente más explosivo del continente. La unilateral votación de la nueva constitución por parte del gobierno de Morales ha abierto una dinámica de acciones y reacciones de imprevisibles consecuencias que pueden –más temprano que tarde– desatar elementos de división del país y guerra civil.

Con todo, en el caso de Venezuela, la “polarización” es de extrema importancia. Sin adquirir ribetes “regionalistas” como en el caso boliviano, estos días hacia el referéndum del 2 de diciembre, han estado marcados por un gran enfrentamiento entre el gobierno y la oposición “escuálida”, oposición que en el último período ha vuelto a levantar cabeza, contando como punta de lanza a los estudiantes de la UCV.

Esto último marca otro rasgo de importancia del ciclo regional en el actual momento. En el terreno político, lo que “polariza” y gana terreno como oposición no son las luchas obreras y populares y las corrientes de izquierda –que tienen un importante peso entre la vanguardia, pero no logran, hoy por hoy, alcanzar influencia política de masas– sino las oposiciones políticas burguesas de derecha. En el caso de Bolivia y Venezuela, oposiciones realmente recalcitrantes que no excluyen la eventualidad de conatos golpistas.

Sin embargo, está claro que hablamos de un ciclo político que para nada está cerrado y que, más aún, no tiene visos que se vaya a cerrar. Y entre los trabajadores y a nivel de sectores de vanguardia se visualiza –de conjunto– un lento pero muy profundo y rico proceso de recomposición de la clase obrera que está llamado a tener importancia estratégica en futuros desarrollos del proceso de polarización y experiencia. Proceso de recomposición de la clase obrera a la cual la izquierda revolucionaria debe apostar todas sus “fichas”.


[1] Es conocido que se trata de una serie de amplios planes asistenciales en materia de salud, educación, emprendimientos cooperativos, etc.

[2] Michael Lebowitz, Centro Internacional Miranda, Caracas, 2006, pp. 85.