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Los
“roces” entre Cristina y los yanquis
Las
valijas bajan turbias
El sonado
episodio de la valija con 800.000 dólares de Guido Antonini
Wilson, el diplomático/espía/hombre de confianza del
gobierno venezolano/agente de la CIA/agente
doble/arrepentido (tachar lo que no corresponde es tarea
verdaderamente difícil), no fue, sin duda, un incidente
buscado por el gobierno. El resultado, por ahora, ha sido
enrarecer un poco la relación con EE.UU., pero tampoco
hay que caer en exageraciones.
La cuestión
de para quién eran los dólares –Antonini, el
“soldado” al que nadie le iba a sacar información, lo
primero que hizo al ser interrogado fue meter a la campaña
de Cristina en el medio– no ofrece muchas dudas. Pero hay demasiados
puntos turbios: por qué, si el gobierno venezolano quería
aportar para la campaña de Cristina, no usó valijas diplomáticas
inviolables; si hubo alguna “cama” de algún sector del
gobierno contra otro (gente del ministro De Vido quedó en
el ojo de la tormenta); si más que un aporte a la campaña
era un pago o un vuelto para determinado funcionario, etc.
Al respecto, un hombre de la diplomacia norteamericana
contaba que difícilmente la cosa pase a mayores en la causa
que hay en Florida, porque, al fin de cuentas, el dinero no
se utilizó. Podrá caer algún corrupto de la segunda línea
de algún ministerio, pero los cañones de la Justicia
yanqui apuntan menos contra Cristina que contra el gobierno
de Chávez.
Reacciones
sobreactuadas
Una vez
desatado el escándalo, la oposición burguesa, encabezada
por Elisa Carrió, quiso armar una cuestión de
Estado. El nivel de felpudismo al amo del norte de
esta mujer que se autodenominaba de “centroizquierda” no
tiene límites, ya que intentar presentar al gobierno K como
cueva de corruptos, vaya y pase, pero cantar loas a la
transparencia de la Justicia yanqui y al carácter
democrático y republicano de sus instituciones, a las que
habría que tomar como modelo, ya repugna un poco. Encima,
se despachó contra la “intervención de Chávez en los
asuntos internos de Argentina”. ¡Como si los yanquis no
intervinieran en los “asuntos internos” de cualquier
país del mundo, especialmente si es latinoamericano o de
Medio Oriente, de la manera más desembozada! ¡Bonita
autoridad es EE.UU. para juzgar respecto de “intromisiones
intolerables”! Para tomar sólo nuestro continente y sólo
los últimos cinco años, el embajador yanqui en Venezuela
fue organizador principalísimo del efímero golpe de Estado
contra Chávez en 2002, y el embajador yanqui en Bolivia se
metió descaradamente –y estúpidamente, además– en la
campaña electoral presidencial de 2005 para intentar
impedir el triunfo de Evo Morales. Y ésos son apenas los
casos más flagrantes. Comparado con esto, que un gobierno
“progresista” quiera aportar unos pesitos para la campaña
de otro es apenas un pecadillo...
La reacción
del gobierno K también tuvo su desmesura, pero sólo
en los discursos. En la sesión parlamentaria donde se
votó un repudio al “imperialismo” y a la “operación
de inteligencia” contra la flamante presidenta, algunos
diputados oficialistas como José Díaz Bancalari llegaron a
hablar de la reedición
de la consigna “Braden o Perón” de 1945.
Tamaño
despropósito sólo puede entenderse como una indigestión
oficialista con jarabe de pico. Por supuesto, todos los
embajadores yanquis, incluido el actual, Earl Anthony Wayne,
y los arriba mencionados, tratan de cumplir siempre el rol
de Spruille Braden en 1945. Esto es, entrometerse sin
ningún escrúpulo en la política local para defender
los intereses de EE.UU. y la sujeción semicolonial de los
países atrasados al imperio yanqui. Pero allí terminan las
coincidencias: si Braden y Wayne son parecidos, no hay
comparación entre los Kirchner y el Perón de 1945 en el
punto que interesa aquí: los roces y conflictos reales,
no inventados, con el imperialismo. Perón, un nacionalista
burgués típico del período, tomó algunas limitadas
medidas nacionalistas que al imperialismo –en
particular al yanqui– le molestaban. Nada de eso
hizo Néstor Kirchner y nada de eso hará Cristina Kirchner,
como enseguida veremos. Y creer, como argumenta el gobierno,
que EE.UU. armó todo el asunto para torpedear el proyecto
del Banco del Sur, que traerá más “independencia y
soberanía regionales” en lo financiero, es francamente el
colmo de la ingenuidad o una explicación conspirativa
poco seria al estilo de las que suele dar Luis D’Elía.
La
relación con EE.UU. y el Mercosur
Quedan
pocas dudas de que el blanco principal de toda la operación
es el gobierno venezolano, no el argentino. No
es imposible que algún ala del Departamento de
Estado yanqui quiera aprovechar el caso para, de paso,
mandar un mensaje de “disciplinamiento” al gobierno de
Cristina. Pero eso es una torpeza: los Kirchner ya han dado
sobradas muestras de que en todos los puntos importantes
de la política internacional se alinearán con EE.UU.
Sin embargo, esto no niega que en los tiempos que corren en
Latinoamérica y luego de la rebelión popular de diciembre
del 2001, el gobierno K no haya ha buscado algún mayor
margen de maniobra para lidiar con la crisis y esto viene
implicando también la búsqueda de que las decisiones en
materia política o económica aparezcan como propias y
no impuestas por un embajador colonial ni por presiones
groseras. La respuesta oficialista muestra que las presiones
con malos modales sólo conseguirán “repudios al
imperialismo y al gobierno norteamericano”... aunque sean
puro papel.
De hecho, una
de las prioridades de política exterior –y de economía
doméstica– de Cristina Kirchner era, y sigue siendo,
recomponer la relación con los acreedores internacionales.
La presencia del presidente del FMI y las declaraciones a
favor de un acuerdo con el Club de París iban en ese
sentido. De esa manera, el gobierno argentino lograría reingresar
al mercado de crédito internacional, que hoy no está
totalmente cerrado pero que muestra un peso desmedido de las
compras venezolanas en la emisión oficial de bonos de
deuda. El propio gobierno brasileño está interesado en
atenuar un poco la “dependencia” de Chávez que exhibe
el perfil financiero argentino.
El
“valija-Gate” complicó el panorama y postergó algunas
definiciones. Pero, ¿alguien puede creer seriamente que
ahora Cristina va a hacer una “patriada”, que mandará
a los yanquis a freír churros y que resolverá sus
necesidades financieras con el Banco del Sur y los petrodólares
de Chávez? Si los “guerrilleros kirchneristas” quieren
soñar con eso, allá ellos.
La realidad
es que nadie quiere que la sangre llegue al río (y tampoco
hubo mucha sangre hasta hora). Ninguno de los
actores implicados quiere llevar las cosas más lejos de lo
que ya llegaron. Tanto el gobierno yanqui como el argentino,
más allá de las declaraciones para la tribuna, dieron señales
de “desescalar” el conflicto y de que buscarán
salir de este atolladero con un arreglo que deje a ambas
partes lo menos mal posible.
Y esas señales
no son meros trascendidos diplomáticos, sino acciones bien
concretas. La última cumbre del Mercosur en Montevideo,
llena de rumores y desconfianzas entre los jefes de Estado
allí presentes, duró lo que un suspiro. Pero todos los
presidentes tuvieron tiempo para rubricar un Tratado de
Libre Comercio con Israel, en un gesto que dice mucho en
lo económico pero aún más en lo político. Israel es,
probablemente, el mejor amigo que tiene el gobierno de
Bush en todo el mundo; el único país que acompañó
siempre toda propuesta de EE.UU. en la ONU y otros foros, y
pieza clave para la acción del imperialismo yanqui contra
los pueblos árabes en Medio Oriente. Si existiera el más mínimo
atisbo de una movida real del gobierno argentino
contra la influencia de EE.UU., lo primero que habría
correspondido es bloquear ese acuerdo miserable
contra el estado sionista gendarme de los yanquis. Cabe
recordar además el interés personal de Cristina, cuando aún
era senadora, por ganarse los favores del lobby sionista
estadounidense y el embate de los Kirchner contra el
gobierno iraní.
A no engañarse,
entonces: el episodio de la valija encrespó las aguas
cuando el gobierno no lo esperaba, pero el timón de las
relaciones internacionales sigue claramente orientado: no
hacia una mítica isla de “unión sudamericana”, sino
hacia la tierra firme de los países poderosos. Y eso
incluye, por supuesto, a Estados Unidos y el gobierno de
Bush, con el cual la relación es ahora seguramente menos
cordial, pero de ninguna manera se puede decir que
esté comprometida en los rasgos esenciales.
Una
verdadera posición soberana solo puede venir de la mano de
la clase obrera
Todos los
gobiernos capitalistas en general y el de los esposos K en
particular, inevitablemente están cruzados por grandes y
pequeños “negocios” hechos a espaldas de las masas y
con los cuales habrá que ajustar cuentas desde la propia
lucha popular. Sin embargo, desde la izquierda, no cabe más
que repudiar estos escándalos groseramente armados por el
explotador y expoliador número uno a nivel mundial que es
el imperialismo yanqui. Claro que este repudio al accionar y
las presiones del imperialismo -incluso sobre gobiernos más
o menos vasallos y semicoloniales con los de K- lo hacemos
sin tomar responsabilidad alguna sobre el comportamiento del
mismo, al cual le caben multiplicidad de hechos mucho más
graves que este de la valija.
Al mismo
tiempo, y con igual o más fuerza, lo que hay que subrayar
es que más allá de gestos y palabras, de la mano del
gobierno de los esposos K es imposible que provenga ninguna
acción realmente soberana. Ahí está el ejemplo -que
acabamos de mencionar- de la firma del MERCOSUR del TLC con
el Estado de Israel. Porque la afirmación realmente
independiente del Imperialismo, la ruptura de todos los vínculos
y pactos que atan al país a él y con las organizaciones
que le responden (sea la OEA, el FMI o Banco Mundial) solo
podrá provenir de la mano de la clase obrera y sus luchas.
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