Las perspectivas para 2008
Deterioro económico y creciente
conflictividad obrera
“Mirando la evolución histórica
del ciclo económico, lo más probable es que haya una
importante desaceleración
en 2008/9, con repercusiones mundiales negativas. Por
diferentes razones (tamaño menor de su economía, baja
proporción de consumo, orientación hacia las
exportaciones) no deberían ponerse demasiadas esperanzas en
que China pueda compensar la desaceleración de Estados
Unidos (aunque para algunos productos pueda seguir siendo un
factor de demanda sostenida). Tampoco parece que Europa o
Japón estén en condiciones de hacer de locomotora de la
economía mundial. Debería esperarse una desaceleración de
la economía mundial, con posible aflojamiento de los precios de las commodities”
(Eugenio Díaz Bonilla, La
Nación, 20-1).
Bajo el signo de una creciente
crisis financiera internacional arranca el año en Latinoamérica y nuestro país. La simultaneidad del derrumbe
de las bolsas del lunes 21 pareció echar por tierra las
especulaciones acerca del posible “desenganche” del
resto de la economía mundial respecto de la evolución de
los Estados Unidos. Otro mito que se ha ido construyendo en
los últimos años es que la Argentina estaría
“blindada” respecto de los acontecimientos que puedan
ocurrir en la arena económica mundial. Si esto fuera así,
nunca se termina de entender la razón por la cual el país
está siempre a la cabeza del ranking de caídas en los días
negros de las bolsas mundiales.
En todo caso, es probable que a
lo largo de 2008, y acompañando la evolución que tenga la
economía mundial, la “bonanza” económica del país se
vaya deteriorando. De confirmarse esto (que marcaría
una diferencia con las favorables circunstancias que
rodearon la primera gestión K), casi inevitablemente se
multiplicarían las expresiones de descontento popular
así como una mayor conflictividad social.
Frente a esta realidad, lo que
cabe esperar no es más “progresismo”, sino más bien un
“giro conservador” del gobierno K para hacer pagar
los platos rotos de la crisis a los trabajadores. Ya
mismo se pueden observar expresiones en este sentido: el
martes 22 Cristina K le pidió a Moyano “moderación” en
los reclamos salariales y
“paz social” por dos, tres
y hasta cuatro años.
De blindajes y
desenganches
En otro artículo de esta edición
tratamos más específicamente los actuales cimbronazos de
la economía mundial. Sin embargo, queremos dejar aquí
puntualizadas un par de cuestiones.
Por un lado, está el hecho de
que la economía mundial ha venido funcionando en los últimos
años de manera tal que los Estados Unidos se han convertido
en el comprador “de última instancia” de una enorme
proporción de lo que se produce mundialmente. Se trata de
una economía crecientemente dependiente del financiamiento
internacional, que gasta un 6% por encima de lo que produce.
Pero, a la vez, todo el resto del mundo depende para la
colocación de sus productos del país del norte.
Esto es, potencias económicas emergentes como China e India
dependen en una enorme proporción de sus exportaciones
tanto de Estados Unidos como de la Unión Europea y Japón
(economías íntimamente vinculadas con la yanqui).
A la vez, Latinoamérica como un
todo y la Argentina como parte de ella se han convertido en
los últimos años en economías crecientemente exportadoras
de materias primas para la economía de EE.UU., Europa y la
misma China.
Como dice un analista: “Si la
influencia americana ha decrecido (...) el país sigue
siendo la primera economía mundial y el principal
destino para las exportaciones de los ‘BRIC’ (China,
India, Rusia y Brasil), en particular para las de China. Una
amplia recesión del otro lado del Atlántico penalizará
(...) las empresas de los países emergentes. En Rusia,
una recesión americana podría teóricamente afectar los
precios del petróleo, principal fuente de recursos del país”
(Claire Gatinois, Le Monde, 22-1).
Precisamente, si el mayor
consumidor entra en crisis recesiva: ¿cómo podrían
“desengancharse” el resto de las economías en general y
la nuestra en particular de la evolución económica de ese
país? De ahí la casi inevitable desaceleración económica
mundial que señala el analista citado al comienzo.
Esto se vincula a otro mito: que
el país estaría “inmunizado” contra los cimbronazos de
la economía mundial. Como se plantea en esta misma edición,
es verdad que la vulnerabilidad financiera de corto plazo
sería menor que en el pasado como subproducto de un tipo de
cambio “competitivo”, unas acotadas necesidades de
financiamiento para afrontar pagos de deudas en el 2008 y la
combinación de amplias reservas en el Banco Central y de
los superávit “gemelos” fiscal y comercial.
Pero aquí caben algunas
puntualizaciones. La baja productividad general de la economía
no ha sido superada, porque depende –entre otras cosas–
de un nivel de inversiones más alto que el actual. Y para
realizar inversiones se requiere un financiamiento que
tenderá a estar más restringido por la crisis mundial.
A la vez, mes tras mes y año
tras año, el superávit comercial viene bajando, y ni
hablar de lo que ocurriría si como subproducto de la crisis
internacional los precios de las commodities terminan cayéndose.
Además, en el frente fiscal, ya
hay provincias decisivas –como la de Buenos Aires– que
están en rojo. Todo esto se traduce en una creciente
inflación que, entre otras cosas y necesariamente, alienta
el descontento y la tendencia a una creciente
conflictividad social.
Por lo que se ve, en el contexto
de una economía mundial tan integrada e interdependiente
como la de los últimos 20 años, no cabe prestar mucha
atención a los cantos de sirena de los “desenganches” y
los “blindajes”, sino asumir que lo más probable es que
se venga un escenario con crecientes elementos de
deterioro económico, que en todo caso dependerá dinámicamente
del grado de profundidad que alcance la recesión yanqui y
la crisis financiera internacional.
La eventualidad de un giro
“conservador”
La posible llegada de la crisis
económica mundial a la región será una dura prueba
para los gobiernos “progresistas” que han estado al
frente de los países en los últimos años. Estos gobiernos
han gozado las mieles de una coyuntura económica bastante
excepcional, con altísimos precios de los principales
productos de exportación, devaluaciones competitivas de la
moneda que no generaron hiperinflación, alto superávit
fiscal y acumulación de crecientes reservas en los bancos
centrales.
Estos elementos de la macroeconomía
se combinaron con una serie de concesiones y paliativos a
los sectores más pobres de la población y/o la creación
de puestos de trabajo (como en el caso argentino), pero sin
cambiar nada sustancial –elemento que muestra la
irreductible naturaleza capitalista de estos gobiernos– de
las heredadas condiciones de superexplotación y
esclavitud laboral heredadas de los 90.
Todo ello en un contexto en el
cual varios de estos gobiernos buscaron y encontraron
–dados los elementos de crisis hegemónica de los Estados
Unidos, que ahora se incrementan por su debilitamiento económico–
mayores márgenes de maniobra de los que
caracterizaron las “relaciones carnales” con el
imperialismo de la mayoría de los países semicoloniales
como el nuestro en los 90.
Como dice el analista Gabriel
Tokatlian: “Hay reacomodamientos estratégicos. La mayoría
de las naciones intermedias, poderes regionales y potencias
emergentes están reevaluando su política exterior y de
defensa. Ese reacomodamiento se lleva a cabo bajo pautas heterodoxas:
los países ya no optan por alternativas binarias
(alineamiento o confrontación), sino que combinan formas
de resistencia y colaboración, de convergencia y
distanciamiento respecto de los Estados Unidos. Un bueno
número de Estados procura obstaculizar las aspiraciones y
acciones más agresivas de Washinton. Ello implica, de
hecho, un cuestionamiento a la credibilidad de los Estados
Unidos y la renuencia a aceptar como legítimo su intento de
reordenamiento mundial” (La
Nación, 20-1).
Sin embargo, aun si este elemento
se mantiene –con idas y venidas–, hay que interrogarse
acerca de cuál ha sido histórica y clásicamente la reacción
de este tipo de gobiernos populistas ante un cambio desfavorable
en las condiciones de la economía, en lo que hace a
sus relaciones con los trabajadores y demás sectores
populares.
La reacción siempre ha sido
conservadora. En nuestro país se pueden recordar por
ejemplo los famosos “Congresos de la Productividad”
del primer peronismo, por el cual a partir de 1952, Perón,
de la mano de la CGT y los empresarios de la CGE, comenzó a
descargar la crisis económica sobre la espalda de los
trabajadores, aun antes del golpe de la Libertadora de 1955.
Para no hablar del caso ya más brutal del “Rodrigazo”
bajo Isabel en 1975.
Volviendo a la actualidad, está
el caso de Lula en Brasil, que ya se ha apresurado a
señalar que su “prioridad” será “mantener controlada
la inflación” así tenga que aumentar la tasa de interés,
restringir el crédito al consumo y mantener aplacados los
reclamos salariales.
Pero no se trata sólo de Lula.
Hay que decir lo propio de Chávez en Venezuela, que
después de la derrota del referéndum del 2-D a manos de la
oposición patronal ha comenzado a tomar toda una serie de
medidas conservadoras en acuerdo con los empresarios. Entre
ellas, la liberalización de precios sobre una amplísima
canasta de productos. Ni hablar del caso de Evo Morales
en Bolivia, que mantiene el salario mínimo en niveles
realmente vergonzosos.
En síntesis: si el contexto en
el cual opera el “progresismo” en general y el gobierno
de los esposos K en particular ha ido acumulando elementos
“heterodoxos” como subproducto de la crisis hegemónica
yanqui y tendencias a un mayor “proteccionismo” económico
y cierta intervención estatal, en lo que hace a sus
relaciones con la clase obrera –en las condiciones de
deterioro económico que estamos señalando– sólo se
puede esperar cada vez más ortodoxia conservadora.
Es decir, la clásica y muy neoliberal orientación de que sean
los trabajadores los que paguen los platos rotos de la
crisis.
Para muestra basta un botón
Recién estamos al comienzo de la
eventualidad de una recesión en los Estados Unidos, cuya
magnitud y consecuencias todavía sería apresurado definir.
Sin embargo, en todo caso no ha sido casual que la coyuntura
que estamos recorriendo en estas semanas veraniegas sea una muestra
de lo que se puede venir, de manera corregida y aumentada,
en los meses venideros. Y es la reacción clásica de la
clase capitalista ante las crisis: cerrar filas contra
los trabajadores.
Están en curso un conjunto de
luchas obreras y de trabajadores defensivas, contra
despidos y en defensa de los cuerpos de delegados elegidos
libremente por las bases, cuyo ejemplo más emblemático es
la heroica lucha de los jóvenes trabajadores y trabajadoras
del Casino. Se trata de una de las luchas más
importantes y apasionantes de los últimos años, a la que
el gobierno de Cristina K, de la mano de Cristóbal López,
la burocracia de la CGT y la “Justicia”, aunque lo
desean fervientemente, aún no han podido doblegar.
Se ha conformado así una Santa
Alianza antiobrera y reaccionaria que pretende imponer
de conjunto una verdadera “política de Estado”: salir a
aplastar aquellos sectores de trabajadores que osen
salir a la pelea de manera independiente de los
“cuerpos orgánicos”; que osen salir a ejercer su
derecho constitucional de huelga en defensa de sus más
elementales reivindicaciones como el salario o mantener sus
puestos de trabajo, o el derecho –que debería ser
incuestionable– a elegir libremente sus delegados y
representantes.
Este es el verdadero “blindaje” que busca imponer
el gobierno K: un blindaje contra el libre desarrollo de
las luchas obreras y populares por sus justas
reivindicaciones. De ahí también el elemento de la
apelación cada vez más sistemática a la carta blanca
para las patoteadas sindicales, como ha sufrido últimamente
los compañeros del mismo Casino, de Dana o del subte.
Y es por este contexto que esta Santa Alianza está
tan jugada a dar un escarmiento derrotando la lucha del
Casino. Se trata de la puerta de entrada de un tramposo
pacto social –o, más probablemente, una nueva negociación
paritaria pero de mayor alcance–, en un año que
inevitablemente va a estar marcado por una tendencia al incremento
de durísimas luchas de vanguardia entre el gobierno K y
aquellos sectores de la base obrera y trabajadora que logren
desbordar las pautas de miseria salarial y esclavitud
laboral que quieren imponer.
Choque de tendencias sociales en el horizonte
Sin embargo, se trata de elevar la mirada para ver
las eventuales perspectivas de mediano plazo. La coyuntura,
como está dicho, se encuentra marcada por muy duras luchas defensivas.
El gobierno K, de la mano de la burocracia sindical y los
empresarios, pretende atajarse ante la eventualidad de un
deterioro en las condiciones económicas. Y esto tiene
dos carriles: avanzar en naturalizar el mecanismo de los
despidos como elemento “natural” de la economía
capitalista y, a la vez, suprimir aquellos sectores
de la vanguardia independiente y la izquierda que en
determinados gremios y lugares de trabajo vienen
cuestionando de manera molecular pero creciente el monopolio
de la representación de los trabajadores a los dirigentes
sindicales. Esta experiencia tiene ahora una “parada” de
enorme importancia en las elecciones nacionales al SUTNA
que se realizan la próxima semana.
Es por esto que Moyano, a cambio de la garantía
gubernamental de su permanencia al frente de la CGT, se
presenta como receptor, garante y “disciplinador”
del pedido gubernamental de “mesura, responsabilidad y
racionalidad” en las paritarias que se vienen. Mesura que
“debe traducirse en pedidos de aumentos que no excedan
el 15 al 20% (...) pactándose convenios laborales a dos,
tres y hasta cuatro años, con el objetivo de garantizar la
paz social y un escenario de previsibilidad para las
inversiones” (La Nación, 23-1).
“Blindaje” quiere decir entonces, que las miserables
pautas de salario (no olvidar que la inflación real del
2007 excedió largamente el 20%) y condiciones de trabajo
que se firmen no serán cuestionadas ni desbordadas por
las bases. Pero, también, que la representación
sindical sólo puede estar en manos de los burócratas
sindicales agentes de este gobierno K y de las
patronales en el seno de la clase trabajadora.
Aquí se presenta un serio problema: todavía
seguimos bajo las condiciones generales heredadas del
ciclo político de la rebelión popular del 2001. La crisis
de dominación hace largo rato que se cerró y se ha
avanzado un largo trecho en el proceso de “normalización”
del país. Esto se ha hecho sobre la base de los clásicos
mecanismos del recambio electoral y el voto popular, y la
gestión K ha sido reelecta, lo que no es un elemento menor.
Pero esto se ha hecho sobre una base material: una
“bonanza” económica que, en los últimos años, permitió
casi “olvidar” las circunstancias más dramáticas de la
crisis. Y si bien los aires de rebelión han sido aplacados
y el péndulo se ha ido desplazando más y más al centro,
no se puede decir que los esposos K hayan logrado imponer derrotas
decisivas a los trabajadores y demás sectores
populares.
Ahora bien: ¿qué es lo que
puede ocurrir en la eventualidad de un cambio más o menos
drástico en las condiciones de la economía, cuando está
claro que no ha habido desborde “revolucionario” en
estos años, pero tampoco grandes derrotas sociales?
Llegado el caso, entre un giro conservador
gubernamental y un movimiento de masas que a lo largo de
estos años ha sido “sosegado” por una recuperación de
la economía que ahora se empezaría a horadar, una
perspectiva probable es que se vaya a un creciente choque
de tendencias sociales. Choque que plantearía un
escenario redoblado de muy duras y crecientes luchas
obreras, con desbordes aquí, allá y más allá de las
direcciones sindicales, configurando un paso adelante en la
experiencia de la nueva generación obrera y estudiantil que
está emergiendo. Para estas batallas el nuevo MAS
compromete todas sus energías.
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