|
La gestión de Macri
La Capital PRO de la Argentina
K
Por Manuel Rodríguez
Contra la fábula “progre” que pinta a Macri como un monstruo opuesto
por el vértice a los Kirchner, el
ingeniero-empresario-dirigente de fútbol enfrenta desafíos
similares a los que aquejan al gobierno nacional… y con
una política no tan distinta. A continuación, una reflexión
sobre los objetivos y los límites de la gestión del jefe
de gobierno porteño.
Mauricio Macri asumió como
jefe de gobierno el 9 de diciembre del año pasado. El
candidato de derecha se hizo de su cargo a pesar de la
coyuntura de duras luchas obreras que recorrió la campaña,
cuyo punto culminante fue el fusilamiento del docente Carlos
Fuentealba, bajo la orden de un aliado suyo, el entonces
gobernador de Neuquén Sobisch. Pero esta coyuntura no tuvo
expresión electoral ni a nivel nacional ni en la Ciudad de
Buenos Aires. La economía en plena recuperación, la
fortaleza del gobierno K y un régimen político
reconstruido luego del Argentinazo gracias al trabajo
Duhalde-Kirchner fueron elementos “nacionales” que
pesaron conservadora y decisivamente en que Macri y
“Gabriela” llegaran a la Jefatura de Gobierno. A nivel
local, Macri, aprovechando la interna entre Filmus y
Telerman y el desgaste de 7 años de inservible gestión
progre (Ibarra-Ibarra-Telerman), que no solucionó ninguno
de los problemas de fondo de los porteños, se dedicó a
hacer una campaña light, basada en la gestión, en el
problema de “las veredas de los vecinos”, usufructuando
el ya ganado capital como derechista, que nunca expuso
durante la campaña, y el carácter “más humano” de
“Gabriela”.1
A pesar de que por ese entonces
Alberto Fernández dijera que los porteños votan como una
isla, la elección de Macri como jefe de gobierno fue
consecuencia de la política del gobierno nacional de
“normalizar” el país y de terminar con el conflicto
social, con la lucha obrera y popular por medio de la
cooptación, aislamiento y represión. Sólo gracias al
triunfo parcial de esta política un personaje de derecha
como Macri puede ser jefe de gobierno. El gobierno, incluido
el jefe de gabinete, lo sabe, lo aprecia y lo utiliza: parte
de la “normalización” buscada es recrear la alternancia
política entre partidos patronales, basados en una
centro-izquierda y una centro-derecha. Macri es en este
sentido producto y objetivo de la política del gobierno
nacional.
Más que un programa, una meta
La gestión del PRO no cuenta
con un programa de gobierno, ni nunca lo tuvo. En ese
sentido, sólo sigue los pasos de la “clase política”,
del plantel de políticos patronales que no tiene, desde el
fin del menemato, ningún proyecto global para organizar a
la Argentina capitalista. Hoy, la gran patronal apoya y confía
en la política de los Kirchner, que han sabido improvisar
una gestión satisfactoria para sus intereses.
Macri conoce a su clase. Sabe
lo que necesitan. Y también sabe que corre con ventaja: el
“trabajo fino” que los Kirchner (y Duhalde) hicieron
hasta el momento. Es por estas dos cosas, más que por un
estilo derechista como lo acusan los progres, que puede
mostrar de manera más transparente la línea general de
toda la política patronal hoy: la política del ajuste y la
“disciplina fiscal” y el intento de reventar los
derechos y organizaciones de los trabajadores, así como las
conquistas que el pueblo porteño ha sabido conseguir, como
un acceso relativamente masivo a la cultura y la educación.
Por otro lado, a la luz de su
campaña electoral y especialmente en estos meses de gestión,
se pueden observar características específicas, propias de
Macri y Michetti, que los diferencia de las anteriores
gestiones progres. Por empezar, Macri conformó su gobierno
incorporando cuadros empresariales, como Juan Pablo Piccardo
o Nicolás Caputo, e hizo su caballito de batalla de la
necesidad de hacer “eficientes” y “productivo” a los
empleados públicos. Toda una marca de origen de un burgués
que intentará manejar la Ciudad como una empresa, esto es,
con criterios de “productividad” para los empleados,
“ganancia” para las cuentas fiscales y “safisfacción”
para los “vecinos”, el sujeto político al que tanto
“Gabriela” como “Mauricio” interpelan.
Parte importante de lo que son
Macri y el PRO es su política de “seguridad”, para la
cual le vienen peleando al gobierno nacional la Policía
Federal, pieza indispensable para cumplir el plan de saturar
la calle de efectivos, y también para avanzar en la
“limpieza social” que quieren ejecutar aplicando a
rajatabla el Código de Convivencia (que fue reformado bajo
el acuerdo entre Macri e Ibarra cuando éste era jefe de
gobierno). Por último, se destaca la insistencia en la
excusa legalista, la aplicación de reglamentos,
procedimientos y códigos para camuflar, pobremente, las
decisiones políticas de la gestión PRO, como en el caso
del intento de “limpiar la calle de piqueteros” la
semana pasada.2
Pero ¿busca Macri algo más
allá de ajustar y reprimir? ¿Tiene alguna meta propia? Sí:
el ingeniero tiene el objetivo de convertir a la Ciudad de
Buenos Aires en una ciudad modelo de “orden y limpieza
social”, “segura”, apta para los grandes negocios
inmobiliarios, oficinas y el turismo. Una ciudad
militarizada, sin las plagas urbanas de la pobreza, la
juventud o la protesta social, donde cualquier turista
gringo u hombre de negocios (como él mismo) se sienta
seguro y satisfecho. Una ciudad de elite que sólo pueda ser
habitada por una elite. Su ilusión es transformar a Buenos
Aires en una isla-fortaleza militarizada para los ricos y
los turistas.
Sus medidas dan cuenta tanto de
la meta que encandila al gobierno del PRO como de la política
de ajuste y represión. Se ve en los brutales despidos y el
ajuste a la planta de municipales, los despidos en el
Garrahan y la dura ofensiva contra los docentes cómo el
gobierno porteño busca terminar con toda una serie de
derechos laborales e implantar un régimen de trabajo
explotador, al mejor estilo patronal.3 También
ajustaron con el impuestazo de hasta el 250% de aumento del
ABL, cargando especialmente no sobre los sectores acomodados
que pueden pagar ese aumento y más, sino en el 100% de
aumento a hogares obreros y populares en un marco
inflacionario. O, como se señaló, en el plano de la
seguridad, con la pelea por el control de la Federal y la
aplicación a rajatabla del Código de Convivencia. Pero
también esta combinación de política e intenciones se ve
en el escándalo de negar la atención en materia de salud a
la población que vive en el conurbano. Lo mismo ocurre en
el diseño del Plan Urbano Ambiental, que busca moldear la
ciudad en función del turismo y los mega emprendimientos
inmobiliarios, que, junto al aumento de los impuestos, busca
expulsar de la Ciudad a los habitantes de las villas y a los
pobres de las zonas “turísticamente reciclables” (como
Abasto, Monserrat, San Telmo). Podemos contar también el
intento de cancelar decenas de programas sociales y
culturales, la negativa a crear un laboratorio estatal de
medicamentos a falta de socio privado con el cual
crear/subvencionar una empresa mixta.
Ya vemos lo que vale la
“seriedad y eficiencia” de Macri. Con el impuestazo y
los despedidos prometió hacer un análisis caso por caso ya
pasado el guadañazo, y nada asegura que esto se haga. La
“seriedad” y “transparencia” de las medidas del PRO
son sólo una estrategia de marketing. Pero tampoco se trata
de una “avanzada de la derecha”, o un “retorno a los
90”, como denuncia la progresía porteña. Mauricio Macri
y su gestión no salen de la media de los políticos
patronales. ¿Acaso Ibarra y Telerman no se jugaron al
turismo, el boom inmobiliario y los acuerdos sectoriales con
empresas privadas para subsidiarlas (Polo Informático y
Farmacéutico en la zona sur)? ¿No ampliaron los negocios
de la mafia de la Corporación Sur? Y saliendo de la ciudad,
¿por qué Scioli, Bruera y otros tomaron la posta de Macri
anunciando despidos en estatales, siendo parte del PJ
kirchnerizado? ¿O ningún progre escuchó decir al flamante
ministro de Seguridad de Scioli, Stornelli, que “la policía
tiene que recuperar la calle”? Ni hablar ya de la
“seriedad y eficiencia” del secretario de Comerio
Interior, Guillermo Moreno, a la hora de manejar los precios
internos; de los negocios del grupo Repsol o Techint con el
gobierno nacional, o la designación nada menos que del CEO
de Peugeot Argentina como embajador de Francia. A pesar de
sus matices, la gestión Macri-Michetti no escapa de la
generalidad de la política patronal argentina de la era K.
Y por eso los progresistas se llaman al silencio cuando
Cristina recibió al “restaurador” Macri en la Casa
Rosada el 23 de enero pasado, junto a Scioli –ninguna
casualidad–, para blanquear el diálogo y trabajo
conjunto.
Límites y perspectivas
El jefe de gobierno porteño no
maneja su escenario: son las grandes coordenadas políticas
y económicas nacionales e internacionales las que le
imponen el terreno. La crisis financiera mundial y sus
repercusiones en la Argentina, el Pacto Social, las próximas
paritarias y las luchas, como la de los trabajadores del
Casino4 tienen muchísima más importancia para
la gestión de Macri que su plan de bacheo o la próxima
inundación en Belgrano. Lo reconozca o no.
Hoy Macri no trae un nuevo
modelo: no tiene programa ni base social y política para
presentar una alternativa a la “patria kirchnerista”. Se
encarga de gestionar con sus matices la Capital Federal de
la Argentina kirchnerista. Si lo hace bien, si reprime con
éxito a los trabajadores y luchadores, si asegura una buena
cantidad de negocios a los grandes capitalistas mientras
ajusta brutalmente cuentas y servicios, su meta de una
ciudad limpia, no obrera, no pobre, encontrará terreno para
hacerse realidad, constituyendo un modelo de derrota, y quizás
lo conviertan en un líder opositor de un sector burgués
que se quiera enfrentarse al gobierno K.
Pero no cabe hacer futurología.
Antes de y para proyectarse como líder burgués nacional
tiene que enfrentarse a los trabajadores y pueblo porteño,
que ya están pasando por la prueba amarga de los despidos y
el impuestazo. Macri no va a ofrecer discursos progres ni se
va a codear con Chávez en la selva. Su política de ajuste
y represión es clara, pero aún tiene que demostrar que
puede hacer retroceder y desorganizar a los trabajadores, a
los luchadores y a la izquierda. Ése es el “bache” más
peligroso que tendrá que “saltar”.
En la Ciudad de Buenos Aires,
los trabajadores, especialmente los municipales, los de la
salud y la educación local, tienen que organizarse democráticamente,
logrando el apoyo del pueblo de la ciudad para enfrentar y
derrotar los planes antiobreros y antipopulares de Macri y
su gestión. En cada lugar de trabajo y en cada barrio,
frente a cada ataque, hay que poner en pie la oposición
desde abajo, enfrentada a la estafa
“progresista-kirchnerista” y su Pacto Social, para
derrotar los planes de ajuste y represión de Macri… y del
gobierno nacional. Como siempre, el camino a seguir y su
resultante no los marcarán las metas difusas de un
gobernante, sino la lucha de los trabajadores y el pueblo.
Notas:
1. Para un análisis más
detallado del triunfo electoral de Macri, ver “Triunfo de
Macri: giro a la derecha electoral en la Ciudad”, SoB 104,
14-6-07.
2. Macri toma como inspiración
el modelo del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani,
consultado por todos los partidos patronales para importar
al país su sangrienta política de “tolerancia cero”
con el crimen.
3. El hombre no puede con su
genio ni cuando hace campaña de imagen: en una reciente
visita –para los medios– a una dependencia municipal,
Macri criticó en la cara a empleados de la oficina por…
tomar mate y tener una remera roja.
4. El empresario testaferro de
Kirchner Cristóbal López y el diputado macrista y burócrata
del sindicato de empleados de juegos de azar, Daniel
Amoroso, son aliados inseparables en su lucha contra los
pibes del Casino. ¿No queda claro que las “diferencias
irreconciliables” entre macristas y kirchneristas
encuentran su fin con la movilización de los trabajadores?
|
|