Conflicto entre Colombia, Ecuador y Venezuela
Se abre una nueva coyuntura
regional
La brutal agresión
de Uribe-Bush contra las FARC y el conflicto que le ha
sucedido entre Colombia, Ecuador y Venezuela ha abierto una
nueva coyuntura dentro del ciclo político que viene
recorriendo Latinoamérica desde hace varios años.
1. El
inicio de este ciclo –que dimos en llamar de las
“rebeliones populares”– estuvo marcado por las rebeliones
en Bolivia, Ecuador, Argentina y Venezuela llegando
a teñir, de manera desigual, el conjunto del subcontinente.
Una segunda
coyuntura fue precisamente la de la mediación
de estas rebeliones. Mediatización que se construyó
apelando a dos mecanismos: un momento económico
internacional muy favorable y el desvío del ascenso popular
por intermedio del voto y una serie de concesiones a
sectores del movimiento de masas y/o cambios en los términos
de explotación de la región por parte del imperialismo.
Esto dio lugar a una situación de estabilización “progresista” que se extendió a lo largo de los
últimos años, pero sin
que se llegara a cerrar del todo las profundas
contradicciones estructurales que dieron origen a estas
mismas rebeliones. Tampoco se logró imponer derrotas decisivas al desigual proceso de acumulación y/o
recomposición comenzado con las rebeliones entre las masas
trabajadoras, y que continúa
hasta hoy.
2.
Pero la crisis actual desatada entre Colombia, Ecuador y
Venezuela, que tiene impacto sobre el conjunto de los gobiernos de la región, ha abierto
una tercera coyuntura
general marcada por tendencias crecientes a la inestabilidad
y/o polarización política y social.
En realidad, desde hace varios meses se venían acumulando
elementos de distinto orden que iban en este sentido. Sin
embargo, es esta crisis, por su magnitud
–independientemente de que sea “cerrada” de manera más
o menos rápida– la que ha terminado
de decantar esta tercera coyuntura general.
3.
Son varios los elementos que la han condicionado, así como
son variados sus rasgos. Podemos identificar al menos tres
de importancia general.
En primer lugar, se comienza a desarrollar en las
circunstancias de un eventual
cambio en las condiciones en que opera la economía regional.
La crisis económica que se ha abierto en Estados Unidos y
que ahora mismo se está trasladando a la Unión Europea
(todos los analistas se inclinan a señalar que una recesión
yanqui será seguida por una situación de igual tenor en el
Viejo Continente) acumula más y más elementos para una tendencia
a la recesión económica mundial.
Es verdad que economías emergentes como China, India o
Rusia –que según algunos observadores podrían tomar
relevo como motores del crecimiento mundial en sustitución
de EE.UU.– por ahora prosiguen con altos índices de
crecimiento, arrastrando de paso el mantenimiento de altos
precios de muchas de las materias primas que exporta la región
(petróleo crudo, soja y otros granos, cobre, estaño,
etc.).
Sin embargo, las teorizaciones acerca del eventual
“desenganche” de una parte de la economía mundial de lo
que sigue siendo su centro –la tríada Estados Unidos,
Europa y Japón– son cada vez menos
convincentes.
No sólo porque la potencialidad de China o India no llega
hoy para alcanzar a
sustituir como centro económico mundial a los países
imperialistas históricos. A la vez, por el encadenamiento
de los flujos de la economía mundial por mil y un
conductos, de suyo un subproducto de la globalización económica
de las últimas décadas, no es plausible que se dé una
situación en la que cuando los países productores de la
mitad del producto mundial caen más o menos en recesión,
esto podría no afectar al resto de la economía mundial. Sería
un cuento de hadas, y el capitalismo tiene de todo menos
eso.
En estas circunstancias, la base material de la estabilización post rebeliones populares podría
estar cada vez más cuestionada,
llevando a un deterioro
creciente en la situación de las economías regionales,
y por tanto en uno de los pilares decisivos
de la coyuntura anterior. Por ejemplo, es creciente el asedio
inflacionario (en algunos casos con elementos ciertos de
desabastecimiento) que están viviendo gobiernos como el de
Chávez en Venezuela, el de Evo Morales en Bolivia e incluso
el de Cristina K en la Argentina, por nombrar algunos de los
casos más evidentes.
4.
Junto con lo anterior, está el traslado de toda una serie
de contradicciones subsistentes al plano de la política. En este terreno están ocurriendo fenómenos
de importancia, que vienen ya de hace tiempo. Se trata de la
emergencia de fuertes
oposiciones burguesas de derecha a los gobiernos
“progresistas”. Estas oposiciones –que son más
“radicalizadas” según el grado de profundidad del
proceso mismo que vive cada país– expresan una creciente
resistencia ante las tibias medidas “reformistas” que se
han visto obligados a tomar gobiernos como el de Chávez o
Evo Morales para canalizar la crisis de dominación-gobernabilidad
que afectaba a sus respectivos países.
No se trata sólo de ellos. También en Ecuador y la
Argentina se pusieron en cuestión determinados aspectos del
consenso neoliberal
de los ’90 tras los estallidos vividos en estas
sociedades. Y este cuestionamiento –que ha redundado, más
que en elementos de mejoramiento real de las condiciones de
vida de las masas explotadas, en la emergencia de otro polo
gran burgués de acumulación y superganancias
imperialistas– incluyó también determinada renegociación
de los términos de la explotación de los recursos
naturales con las empresas imperialistas.
Este curso político –sin dejar de ser muy ligera y
limitadamente reformista–
ha dado lugar a la emergencia de esta oposición burguesa
con rasgos reaccionarios.
Precisamente cuando, como ha sido históricamente habitual,
estos mismos gobiernos, por su carácter burgués
y al no tomar medidas de fondo y estructurales que acaben
con las lacras económico-sociales del capitalismo
semicolonial, acaban
desmoralizando a las masas populares, abriendo el curso
hacia la derecha.
Ejemplo de esto último es el triunfo del No en el reciente
referéndum del 2 de diciembre pasado en Venezuela. Y la
previsión es que de no mediar cambios de importancia en la
orientación del gobierno de Chávez, con su actual giro a
la derecha, podría eventualmente volver a ser derrotado en las próximas elecciones a gobernadores e
intendentes en noviembre de este año.
Lo anterior recuerda también que –como ha ocurrido
recurrentemente en el siglo XX con este tipo de gobiernos
“nacionalistas”– cuando asoma la crisis económica,
invariablemente estos gobiernos tienden a adoptar un curso crecientemente
conservador, como ya se puede ver en el caso de Chávez
o Cristina K en nuestro país.
Y la paradoja siempre fue que a pesar de estas tendencias
conservadoras y de la búsqueda de alianzas, acuerdos y
concesiones con las “burguesías nacionales”, cuanto más
se cede a sus reclamos y agendas, más
duras se ponen estas mismas oposiciones burguesas
derechistas.
Es lo que se está viviendo ahora mismo con el chantaje
separatista de las oligarquías del Oriente en Bolivia,
envalentonadas por la historia de concesiones que han sido
los dos años de gobierno de Evo Morales –aunque al mismo
tiempo subsistan contradicciones en el bordado de un acuerdo
entre ambos sectores burgueses en pugna– o con los “escuálidos”
en Venezuela.
5.
Sin embargo, al calor del deterioro de la estabilización
lograda por estos gobiernos, surge potencialmente otro
elemento de enorme importancia: las tendencias al
desborde no ya por la derecha a los gobiernos nacionalistas
burgueses y/o “progresistas”, sino la eventualidad
de un desborde por la izquierda. Es decir, desde los sectores obreros y populares que comienzan a hacer la experiencia con
los estrechos límites capitalistas de estos gobiernos. Aun
muy embrionariamente, esto es también lo que está pasando
tanto en Venezuela como en Bolivia, y podría ser el caso
–más atenuadamente y a lo largo de 2008– de nuestro
país bajo la gestión de Cristina K.
Un rasgo distintivo de este posible desborde es el relevo
social que parece expresar. Ya no se trata tanto –como
al inicio del ciclo de rebeliones populares– de la
emergencia de sectores plebeyos urbanos –que fueron los
que dieron la tónica al inicio del proceso y son base
social fundamental de estos gobiernos– sino más bien de
las tendencias –aún
incipientes– a la entrada a la escena de la clase obrera.
Es que en los últimos años la clase obrera se ha visto reforzada
estructural y materialmente con la recuperación de la
economía, al tiempo que no ha podido dejar de recibir el
influjo de los aires de rebelión, aunque, inicialmente,
se esté movilizando por reivindicaciones más económicas
que políticas, como la lucha contra la carestía de la
vida, por salarios dignos y contra la esclavitud laboral
heredada de los ’90, que estos gobiernos no han dado un
solo paso para cuestionar.
Es el caso del creciente
descontento obrero con el gobierno de Chávez en
Venezuela, expresado en luchas potencialmente enormes, como
la que podrían desencadenarse entre los obreros
de SIDOR (acería del grupo Techint en íntima alianza
con el gobierno chavista) en las próximas semanas, el
creciente malestar entre los mineros
asalariados en Bolivia o el proceso de lucha y
recomposición en curso en porciones de la vanguardia obrera
en la Argentina. Proceso que viene llevando a connotados
analistas burgueses a señalar la preocupación por las “comisiones
internas de determinadas fábricas y lugares que no
responden a las direcciones tradicionales de los sindicatos
y son influenciadas por la izquierda dura”.
6.
El conjunto de estos elementos actúa, reitereamos, en las
condiciones de una creciente crisis económica mundial así
como de una crisis de
hegemonía del imperialismo yanqui que, aun mediatizada
por los elementos de fuerte consenso burgués que se
expresan entre los dos partidos principales de Estados
Unidos –demócratas y republicanos–, así como sus
principales candidaturas, sin embargo, ante los pantanos
simultáneos en Irak y Afganistán, no hace más que
agravarse, cambiando
las relaciones entre Estados en el orden internacional.
Estos elementos
mundiales tienden a recrear un escenario internacional con
rasgos más “clásicos”, en el sentido de que quizá se
puedan observar en el futuro próximo más
contradicciones interestatales e interburguesas que lo
que nos hemos acostumbrado a ver en las últimas dos o tres
décadas. Esto es, atisbos
de crisis, guerras y revoluciones, claro está que sin
llegar a constituir por ahora escenarios tan catastróficos
como los que se vivieron en determinados momentos del siglo
pasado, fundamentalmente en el período de entreguerras,
dado que hoy las tendencias todavía se expresan de manera
mucho más atenuada.
7.
Latinoamérica es una de las regiones donde los desarrollos
de la lucha entre las clases han venido siendo de los más
ricos y profundos en el orden mundial. Y esto es lo que
hace prever quizá un desarrollo algo más agudo
y radicalizado de las tendencias operantes en el nivel
internacional.
Es en estas circunstancias que se pueden comprender y se
plantean hechos como la actual crisis entre Colombia,
Ecuador y Venezuela. Crisis que, independientemente de que
difícilmente derive efectivamente en una conflagración
militar, por el solo hecho de anunciar “tambores de
guerra” es una muestra de la
polarización potencial en que se podría sumir toda la
región, haciendo
estallar por los aires la estabilización lograda en los últimos
años.
Estas tensiones, por ejemplo, son las que recoge una
situación como la boliviana, marcada por una creciente crisis de Estado que ha puesto en cuestión la unidad
nacional misma del país y que parece en estos días
tener un nuevo pico. Se trata de la querella por los referéndums
cruzados, convocados tanto por el gobierno nacional de
Morales como por la mayoría de los departamentos
“autonomistas” del país, y que pretenden someter a
ratificación textos (la nueva Constitución del MAS
boliviano; los Estatutos Autonómicos de los prefectos del
Oriente) abiertamente contrapuestos.
Sólo por nombrar algunos de los epicentros más críticos
de la actual coyuntura, donde no es descartable que, a
mediano plazo, se puedan sumar otros.
8.
En síntesis: estaríamos entrando entonces en una coyuntura
marcada por más elementos de inestabilidad y polarización política, con los gobiernos
“progresistas” en un giro
conservador y en un proceso de crecientes concesiones
hacia las oposiciones burguesas de derecha, que sin embargo
no parecen estar dispuestas a ceder en su hostigamiento al
oficialismo.
Pero precisamente de esta tendencia a divisiones y crecientes peleas en las alturas, y
de confirmarse y desarrollarse estas tensiones
desestabilizadoras, pueden emerger de una vez por todas
elementos de un desborde
por izquierda de parte de la clase obrera y los sectores
populares, hartos de las crecientes concesiones a los sectores más reaccionarios,
de los “ajustes inflacionarios” y del consecuente
deterioro salarial y de las condiciones de vida en general.
Desde el nuevo MAS y SOB Internacional, peleamos
precisamente por esa perspectiva. Es decir, la afirmación
de una estrategia de intransigente
independencia de clase respecto de los gobiernos del
progresismo burgués, que ponga todos sus esfuerzos en el
desarrollo del proceso de recomposición en curso entre los
trabajadores, en la independencia de las organizaciones
obreras del Estado patronal (caso UNT en Venezuela) y por la
construcción de fuertes corrientes y partidos
obreros socialistas revolucionarios que pugnen por la
transformación del actual ciclo de rebeliones populares en
uno de apertura de auténticas revoluciones socialistas en el siglo XXI.
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