El gobierno K, el campo, los industriales y demás sectores
patronales…
Buscan cerrar filas contra los trabajadores
“Es
demasiado el daño que se está ocasionando, en momentos en
que la coyuntura nacional e internacional ofrece una
oportunidad única para acordar en común el diseño
de políticas para todos los sectores del agro, la
industria, el comercio y los servicios que garanticen el
crecimiento sostenido” (Documento conjunto UIA, ADEBA, CAC
y Bolsa de Comercio).
Ha comenzando una nueva ronda de negociaciones entre el campo y el
gobierno K. Si bien el segundo lock out agrario venía muy
fuerte, a partir del viernes 16 y luego del ultimo discurso
de Cristina K, comenzó un fuerte operativo político para
que se levantara. Esto se expresó en el posicionamiento de
varios sectores que hasta ese momento eran fervientes
sostenedores del paro agrario patronal: desde los grandes
multimedios, pasando por importantes gobernadores como
Schiaretti (Córdoba) y Binner (Santa Fe), hasta entidades
empresariales como la IUA, CAC, ADEBA, etc. que hasta ese
momento venían manteniendo un perfil bajísimo.
¿Qué es lo que pasó para que adoptaran esta actitud?
No hace falta ser muy perspicaz. Por un lado, el temor a horadar en
demasía la figura presidencial sin recambio a la vista. Por
el otro, el peligro de que el creciente “descontrol” en
la situación política y económica llegara a tal grado que
fomentara o facilitara una irrupción de los
trabajadores y demás sectores populares con sus luchas y
reivindicaciones. Finalmente, la creciente evidencia de que
la “opinión publica” comenzaba –con toda justicia–
a hartarse de los más de dos meses de un lock out
patronal que ha generado un sideral aumento de los
precios de los bienes de la canasta familiar y el liso y
llano reingreso a la pobreza de decenas de familia.
Modelo para armar
Lo anterior no quita que el conflicto termina excediendo –con
mucho– el reclamo original; de ahí también la
convocatoria al acto en Rosario para este 25 de mayo. Porque
expresa la emergencia de una discusión al interior
de la clase dominante. Fisura que amenazó trasladarse a las
bases mismas de sustentación del gobierno de
Cristina Kirchner, llegando a rozar una posible crisis
institucional o proceso “destituyente”, como lo llamaron
algunos intelectuales afines a los K.
El conflicto por las retenciones móviles se transformó, entonces, en
la más grave crisis política desde el 2003,
comenzando a amenazar incluso, de manera cierta, la
gobernabilidad de Cristina K. En el pico de la crisis
–sólo días atrás–, la presidenta no “medía” más
que un 25% de adhesión.
Pero es evidente que una crisis de esta magnitud no puede abrirse por
factores meramente sectoriales o reivindicativos. Lo que hay
que explicar son los motivos
de fondo que terminaron estando en el centro mismo del
conflicto dándole toda su gravedad. El núcleo de la crisis
no ha sido otro que la emergencia (quizá inesperada) de una
dura disputa burguesa
alrededor del llamado “modelo” económico. Es decir,
acerca de la mejor manera de seguir estrujando el
trabajo de los obreros urbanos y rurales y de cómo
repartir la parte del león que no se les paga a los
mismos (el llamado plusvalor) entre los sectores patronales
del campo y la ciudad.[1]
Mario Llambías, dirigente de la CRA, fue quizá quien se animó a
llevar estos planteos más lejos, cuando, enfervorizado
desde un balcón en Rosario, planteó que las entidades
agrarias lo que querían discutir en realidad era el
“modelo de país”.
Cuando se plantean consignas en su “Carta abierta a los
argentinos” del tipo “Todos somos el campo”, y se
llama a “salir a manifestarse con la bandera argentina y
la escarapela”, cuando se buscan reuniones con
gobernadores y legisladores en apoyo a sus reclamos, es
evidente que lo que se está poniendo en juego es un planteo
que se proyecta abiertamente al campo político: es
decir, al terreno de los asuntos generales y no
meramente sectoriales.
El inefable Mariano Grondona le puso conceptos a estos planteos:
“Durante sesenta años, la Argentina ha sostenido un
modelo de clausura industrial (...). Este es el
modelo que hoy agoniza (...) los argentinos del
interior (...) se acaban de rebelar contra sesenta años de exclusión
unitaria, izando por su parte la bandera federal”. Y
agrega: “La única manera de salir del conflicto actual
será entonces elaborar un nuevo modelo económico
que diseñe otro futuro para todos los argentinos (...). ¿Cuáles
tendrían que ser los rasgos constitutivos del nuevo modelo?
Quizá, contra el modelo moribundo de la clausura
industrial, podríamos bautizarlo como un modelo de
apertura agroindustrial (...). Queremos un país
agro-industrial que salga al mundo a invadir mercados
mientas se sigue protegiendo a la industria actual el tiempo
que sea necesario. El campo y la industria están llamados a
ser socios, no rivales”.[2]
Aclaremos los tantos. Por un lado, hay que desmitificar la falacia de
que la Argentina sería “un país agrario”: “el sector
agropecuario genera en realidad sólo el 6,0% del PBI y
ocupa al 11,4% de la población (incluyendo en este último
porcentaje a los trabajadores de la industria alimenticia).
Desde luego, su importancia crece si se consideran las
exportaciones: el 57,4% del total son productos
primarios o manufacturas de origen agropecuario, lo que
explica que el campo sea hoy una fuente esencial de
divisas”.[3]
Precisamente, detrás de palabras rimbombantes como “nuevo modelo de
apertura agro-industrial”, lo que se está evidenciando es
un cuestionamiento de los capitalistas del agro a transferir
–vía retenciones– parte de sus rentas extraordinarias a
otros sectores capitalistas: los que gozan de los beneficios
de la llamada por Grondona “clausura industrial”.
Que estas rentas extraordinarias tienen como única y exclusiva fuente
el trabajo no pagado de los obreros agrícolas e
industriales del país no tiene para ellos la
menor importancia. Las consideran propias por el derecho
capitalista a la propiedad privada de la tierra. Y
por eso se quejan de que el Estado K les “mete la mano en
el bolsillo” para transferir una parte. Claro que no para
“distribuir la riqueza”, como alardea demagógicamente
Cristina, sino en puro y exclusivo beneficio de los capitalistas
de la industria por la vía de bienes de consumo
“baratos” que permitan mantener bajísimos los salarios
en términos dólar, subsidios, etc.
Lo que se evidenció en la crisis es la reapertura de una durísima
puja interburguesa alrededor de cómo repartirse entre
estos tiburones patronales el trabajo no pagado de toda
la clase obrera argentina, urbana y rural. Grondona, al
hablar de “izar la bandera federal” y de “un modelo de
apertura agro-industrial”, lo que está verbalizando es,
precisamente esa búsqueda de una manera de redistribuir
entre los poderosos el trabajo no pagado de los
trabajadores.
Volviendo a soldar la unidad de los explotadores
Junto con lo anterior, hay que referirse al reverso del fenómeno de
debate de “modelos” que venimos señalando. Es decir, a
la “costura” –que ya comenzó– de un acuerdo
campo-gobierno K, que sí o sí va a volcar los
costos de la crisis sobre los trabajadores. Esta es la
prenda que se intentará utilizar para volver a soldar la
unidad del frente patronal.
Esto es así por razones de solidaridad de clase explotadora, más
profundas que toda disputa sobre “modelos”. Porque las
peleas entre sectores patronales nunca son
antagonismos esenciales: se trata siempre de pujas y
tirones entre tiburones, es decir, al interior de la
clase que vive de explotar el trabajo ajeno y que, frente a
la clase obrera, termina reafirmando tarde o temprano su
unidad esencial para superexplotarla.
Insistimos: se trata de peleas por el reparto de los frutos de la
explotación de los trabajadores, subordinadas al carácter
esencial de explotadores del trabajo ajeno que tienen todos
estos sectores, sean agrícolas o industriales.
Es precisamente aquí donde entra la explicación del llamado “Pacto
del Bicentenario” que están impulsando los esposos K con
el ferviente apoyo de la UIA y otras entidades empresarias.
Se trata de la manera K de volver a soldar la unidad del
frente patronal sobre la base de asegurar la
superexplotación de los trabajadores bajo modalidades, en
todo caso, más o menos renegociadas con todos los
sectores explotadores.
Esto es, haciendo concesiones a los capitalistas del campo al
tiempo que se busca “emparchar” el “modelo
K”: manteniendo el peso más o menos en sus valores
actuales y dándole una vuelta de tuerca al mecanismo de caída
del salario real para no perder “competitividad”;
ratificando la esclavitud laboral de los obreros
industriales y los peones rurales; buscando la manera de que
la burguesía agraria reciba una parte mayor a la actual de
la renta extraordinaria, etc.
Es decir, contra los versos de Cristina y sus adláteres sindicales de
la CGT y la CTA, el famoso “Pacto del Bicentenario”, de
concretarse, no se tratara de ninguna “redistribución de
la riqueza”:
con uno u otro “modelo”, los
beneficiarios son los mismos de siempre: los grandes
capitalistas de la ciudad y el campo.
La explotación obrera como prenda de unidad
Es aquí donde asoma el rol reaccionario que juega la
burocracia sindical de la CGT y la CTA: mantener amordazada
y atada de pies y manos a la clase obrera para que no salga
a la lucha por sus reclamos en medio de la crisis.
En estos dos meses vivimos el vergonzoso espectáculo de que
mientras el gobierno K y las patronales del campo se
peleaban por el reparto entre ellos del trabajo no pagado de
los trabajadores, la clase obrera no haya podido,
mayormente, salir a la pelea por lo que, de pleno derecho,
le corresponde: los frutos de su trabajo.
Esto explica las reiteradas felicitaciones de Cristina K a Hugo
Moyano, las referencias a la “madurez” del “movimiento
obrero” (léase los burócratas sindicales) y a la
aceptación prematura del miserable techo salarial del 19,5%
en cuotas, cuando todo el mundo sabe que la inflación para
este año 2008 ya se ha disparado al 35 0 40%. Si
incluso el oligarca diario La
Nación reconoce que “la inflación ya es un verdadero
golpe al sueldo (...). En los últimos años los
ingresos de los trabajadores se recompusieron. Pero el costo
de vida en alza, no admitido oficialmente, amenaza con
absorber los efectos de esas mejoras”.[4]
Como se desarrolla en nota aparte, tanto la “recuperación” del
empleo como la del salario a los miserables niveles del 2001
comenzó a deteriorarse a partir de 2007. Pero la novedad es
que si este deterioro el año pasado fue todavía
relativamente “mediatizado”, lo que estamos viviendo ya
en el 2008 es una caída en picada del nivel de vida en
prácticamente todos los sectores de la clase obrera.
Porque la burocracia sindical está haciendo el trabajo sucio
alrededor del punto donde hay la más férrea unidad
entre todos los sectores patronales: que la clase obrera
urbana y rural siga siendo la que, con su trabajo mal
remunerado y superexplotado, le genere superganancias a
todas las patronales. Todo el mundo sabe de las
terribles condiciones de trabajo y salario de la clase
obrera del país. Con una clase obrera rural –de la cual,
no casualmente, el paro agrario y las cuatro entidades no
han dicho una palabra– que está en un 70% en negro, con
niveles de ingreso que rozan –en muchos casos– la de los
desempleados. Y, en el caso urbano, con un 45% en negro, y
los que están en blanco, en un acelerado proceso de
deterioro salarial.
Reiteramos: el mantenimiento y/o reforzamiento de estas condiciones
de explotación de la clase obrera del país son una de
las prendas de unidad más grandes para volver a soldar
la unidad del frente patronal, más allá de que continúe
una discusión alrededor del “modelo”.
Despertar obrero en la zona norte del Gran Buenos Aires
Sin embargo, la cosa no les va a resultar tan fácil, aun con la
inestimable colaboración de los dirigentes sindicales.
Porque en las últimas semanas ha sido cada vez más
evidente que se han
comenzado a mover sectores
de importancia de los trabajadores, es decir, el actor
que venía ausente a lo largo de la crisis.
No se trata sólo de gremios como la UOM y la Alimentación, todavía
dirigidos por la burocracia sindical. Tampoco de las
diversas medidas de lucha que se comienzan a expresar en
distintos puntos del país. Lo más importante y estratégico,
lo realmente revolucionario, es el proceso de acumulación,
aprendizaje e irrupción independiente que se esta dando
entre sectores de la clase obrera industrial, sobre
todo en la zona norte del Gran Buenos Aires.
Estos vienen de realizar jornadas de cortes simultáneos y
coordinados: FATE y Terrabusi el pasado 7 de mayo; estas
dos mismas fábricas más la ENFER el lunes 19. De esta
jornada, lo que hay que destacar es la realización de la
marcha al Ministerio de Trabajo por parte de los obreros de
FATE; el corte de una hora de la General Paz por parte de
los metalúrgicos de la ENFER; el corte de la calle Henry
Ford de los trabajadores de Terrabusi; las delegaciones de fábricas
como Pepsico y Stani que se hicieron presentes en una u otra
acción; la solidaridad de compañeros dirigentes obreros
como los de Ecocarnes, del Hospital Francés o la misma
ENFER en la asamblea de FATE.
Claro que esta irrupción y atisbo de coordinación recién está
en sus inicios. Requiere de todo un aprendizaje a nivel
del activismo y la base obrera. Pero lo importante es que se
apoya en el desarrollo de una riquísima experiencia entre
sectores obreros independientes, basados (en la mayoría,
aunque no en todos los casos) en la democracia obrera de la
asamblea y nuevas direcciones independientes (el caso más
importante, evidentemente, es el de FATE), que están
esbozando un elemento de potencialidades revolucionarias: la
posibilidad cierta de comenzar a horadar el monopolio de la
representación de la burocracia en el núcleo más profundo
de la clase obrera argentina: el proletariado industrial.
Es a ese proceso estratégico al cual se deben jugar las corrientes
que se consideran de la izquierda revolucionaria. Es al
que apostamos todas nuestras fuerzas desde el nuevo MAS.
Una manera mas científica
de llamar a esto mismo es la de “régimen de
acumulación”.
José Natanson, Pagina 12,
20-05-08).
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