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El nuevo paquete económico
kirchnerista
Llegó el tiempo de las vacas
flacas
Por Marcelo Yunes
Lo que habíamos llamado “modelo de
coyuntura” (ver revista SoB 20) está llegando al límite
de las condiciones excepcionales que le dieron aire. Si,
como dijera un periodista económico, el esquema K se basaba
sobre los factores “SS: soja y suerte”, el cambio del
marco internacional (antes de bonanza, hoy de crisis inédita)
y commodities con precios en caída libre son la madre de un
nuevo paquete “keynesiano” de corto plazo y corta mira.
La respuesta de los Kirchner a
las nuevas condiciones que plantea la crisis económica
internacional –luego de un breve período de gozo y pase
de facturas a los neoliberales, como si no fuera a afectar
aquí– ha sido un nuevo volantazo y una nueva improvisación,
revestida como siempre de “gran decisión estratégica”.
Pero en realidad el paquete supuestamente
“keynesiano” tiene poco de tal y bastante de desesperación,
con dudoso resultado en el sentido buscado, es decir, la
actividad económica y la recaudación fiscal.
Ya hay instalados varios
fantasmas, algunos de ellos nada etéreos y de carne y
hueso. Por ejemplo, la ola de despidos. La estrategia
patronal está a la vista: aprovechar la excelente excusa de
la crisis –incluso antes de que se noten sus efectos
reales– para curarse en salud y reducir planteles,
empezando por los trabajadores contratados, los más
desprotegidos. Tan desprotegidos que son casi invisibles, al
menos para Hugo Moyano y la CGT, que siguen sin reconocerlos
como tales.
Después de seis años de
crecimiento continuo y alto, 2009 puede ser un año de
recesión (aun con el “arrastre estadístico” del
crecimiento de 2008, que ya será menor). La caída de la
actividad y del nivel de empleo es un dato que ya todo el
mundo da por descontado, y por buenas razones.
El fantasma de la inflación
parece haberse alejado de la mano precisamente de la
desaceleración, pero el peligro es otro: que un brusco
salto del tipo de cambio –esto es, la cotización del dólar–
genere el peor de los mundos, el de recesión con inflación.
Y el alza de precios, además del dólar, puede tener otro
motor: los tarifazos, inevitables en un contexto de achique
general de los subsidios.
Los gemelos, a terapia intensiva
El gobierno siempre ha manejado
estas presiones (dólar y tarifas) recurriendo a la caja
estatal (Banco Central y subsidios del Tesoro). Pero los
otrora robustos superávits fiscal y comercial, esto es, los
superávits “gemelos”, hace rato que no gozan de buena
salud, y más bien habrá que hospitalizarlos en cualquier
momento.
En efecto, y como hemos dicho más
de una vez, el centro de ambos superávits son los precios
de los commodities, en particular los granos y sobre todo la
soja. El “yuyo” es responsable de buena parte del
ingreso de divisas del comercio exterior y, vía las
retenciones, del ingreso fiscal. Pues bien, aunque no es la
catástrofe que lloran De Angeli y sus alicaídos amigos,
una tonelada de soja a 300-330 dólares no es motivo de
jolgorio. Los campestres se cebaron en abril, cuando la
tonelada superaba los 520 dólares (y los 550 en julio).
Para empezar a hablar, son 2.000 millones de dólares menos
de ingreso por retenciones.
Otros rubros tampoco ayudan. El
sector automotriz es responsable no sólo del grueso
de las exportaciones industriales del país, sino que ha
sido el motor, en los últimos años, de todo el
crecimiento industrial. Pruebas al canto: mientras que el
Estimador Mensual Industrial global muestra un crecimiento
para toda la industria del 8% en 2006 y 7,5% en 2008, ese
mismo índice, dejando fuera automotrices y metalúrgicas,
sería del 7% en 2006 y sólo del 4,5% en 2008. Para no
hablar del impacto en el comercio exterior, ya que las
terminales automotrices exportan el 60% de su producción (y
de eso, el 63% a un Brasil con muchos problemas). La caída
del sector va a repercutir en todo: empleo, nivel
industrial, volúmenes de exportación e ingresos fiscales.
Hasta el petróleo, que
ha sido fuente de divisas y de ingresos fiscales (pocos
recuerdan que, por encima de 45 dólares el barril, todo el
excedente es retenido por el Estado), ahora está de capa caída.
Con el barril derrumbado en menos de 50 dólares (tras haber
tocado los 140 dólares), producción, exportación e
ingreso a las arcas del Estado van a andar bien por abajo.
El vergonzoso levantamiento de la paritaria petrolera a
cambio de evitar despidos es un indicador de la malaria que
se viene.
En suma, el superávit
comercial, que, recordemos, es el que sostiene la cotización
del dólar, va a caer drásticamente de los 12-13.000
millones de este año. ¿Hasta cuánto? Hay quienes dicen no
mucho: a 9.000-10.000 millones (Alejandro Mayoral); otros,
quizá más realistas (Miguel Bein), estiman no más de
7.000 millones. Pero no faltan quienes hablan directamente
de superávit comercial cero. Y eso es luz roja para
el tipo de cambio actual, que ya pasó un sofocón y se
esperan otros.
En este marco es que el
gobierno decide mejorar la situación de los ingresos
fiscales apelando a herramientas poco usuales. Por supuesto,
la primera fue la estatización del sistema previsional. En silencio y sin hacer olas, se prorrogaron impuestos
nacidos de la ley de emergencia económica. Y el anuncio más
rimbombante fue el del paquete “antirecesión”, que
incluye la creación del Ministerio de la Producción.
Capital,
volvé, te perdonamos
Uno de los caballitos de
batalla de los Kirchner siempre fue cantar loas al capitalismo
“productivo” y despotricar contra los “especuladores
financieros” que “ponen la plata afuera”. Por
supuesto, la oposición no tiene sentido: muchos de los dueños
de los más de 120.000 millones de dólares de argentinos en
el exterior son perfectos capitalistas industriales
que vendieron sus activos en el proceso de extranjerización
de la economía y tienen su platita a buen resguardo en
Suiza, Luxemburgo o las islas Caimán. Ni existe tampoco
separación tan tajante entre “industrialistas” y
“financistas”: sobran ejemplos de inversiones
“diversificadas” y capitalistas con huevos en varias
canastas.
En todo caso, si fuera cierto
que eran todos unos gusanos especuladores, es a esa gente
que el gobierno le sirve en bandeja una medida de la que se
habló infinidad de veces en los últimos 20 años y que sólo
ahora se implementa: el blanqueo de capitales argentinos
en el exterior.
Se habla de blanqueo porque,
naturalmente, esa plata no está declarada ante el fisco
argentino, ni paga por ende un solo centavo de impuestos.
Pues bien, el gobierno ni siquiera les pide que la traigan:
si sólo la declaran, pagan un 8%; si la traen para
depositarla, un 3%, y si se dignan a invertirla en
emprendimientos productivos, apenas el 1% (menos que el
risible impuesto a la riqueza, que sólo pagan unos pocos
que además no son ricos).
Los blanqueos y facilidades
siguen con una amplia moratoria impositiva (si antes evadió,
no se haga problema, pague ahora y todo perdonado) y
facilidades para que las pymes blanqueen a su personal,
junto con un estímulo para que tomen nuevo personal
(subsidios del Estado a los aportes patronales).
Según los cálculos del
gobierno –que nadie sabe cómo se hicieron–,
aparentemente tanto blanqueo le daría al Estado la
posibilidad de poner en marcha un plan de obras públicas
por 71.000 millones de pesos (obsérvese el detalle: no
70.000 millones, que suena a vaguedad, sino 71.000, como
para que parezca que hicieron la cuenta). Todo esto sería,
según los Kirchner, “keynesianismo” para enfrentar la
crisis.
En realidad, aquí el objetivo
principal sería atraer capitales que mantengan la rueda
de la inversión en movimiento. El beneficio fiscal que
podrían lograr las arcas estatales es muy modesto: si los
capitalistas argentinos, en un ataque de emoción, trajeran todo
lo que tienen (incluyendo sus casas de lujo en Miami o Punta
del Este, que representan una buena parte de esos 120.000
millones) para invertirlo, el fisco no vería más de 1.200
millones de dólares.
De más está decir que todos
los blanqueos de capitales fueron propuestos siempre, en la
Argentina, por los liberales y neoliberales rabiosos,
abogados de los buitres capitalistas que fugaron la plata
ansiosos por devolverle a esos gusanos y a su dinero su
“respetabilidad”. La necesidad tiene cara de hereje,
hace falta ingreso de dólares al fisco y es así que los
Kirchner toman medidas propias de Álvaro Alsogaray.
Por otra parte, sin la menor
garantía de éxito. En el actual contexto de pavor
global y huida a la liquidez, suponer que la patriótica
burguesía argentina aprovechará las generosas condiciones
que se le ofrecen para invertir en proyectos productivos es
soñar con las musarañas. Lo mismo cabe decir de las
facilidades a las pymes, que efectivamente concentran el 80%
de las empresas y el 65% del empleo, pero que en el marco
del ajustazo de la economía y los claros síntomas de
recesión global, regional y local, no van a dedicarse
precisamente a planes de expansión y blanqueo del trabajo
en negro. ¡Justo las pymes, las principales promotoras de
que el 40% de la fuerza laboral esté en negro!
Lo único que podría llamarse
“keynesiano” es el supuesto gasto en obra pública. Da
la casualidad, claro, de que es justamente ésa la pata del
plan que no tiene el menor detalle: ni de ubicación
de las obras, ni de financiamiento, ni de plazos. Tiene más
bien todo el aspecto de esos anuncios vacíos que
tanto les gustan a los Kirchner, en los que se manejan
cifras astronómicas (antes fueron los 20.000 millones de dólares
que invertiría China, ahora los cientos de miles de nuevos
puestos de trabajo, nadie sabe dónde ni en qué) y que se
desvanecen en el tiempo sin que nadie haga preguntas incómodas.
La Argentina del Bicentenario:
nada para festejar
De a poco se va cerrando el
ciclo económico de la Argentina kirchnerista y de un
“modelo” que, encaramado en condiciones excepcionales de
toda la región, posaba de “antineoliberal” pero que sólo
era tal en cuanto a los aspectos de regulación política de
la economía. Lejos de los espejitos de colores de la
“Argentina productiva del Bicentenario”, lo que tenemos
es lo que podía esperarse de un esquema que, aunque
redistribuyó cuotas de poder político (y de ganancia
material) entre ciertos sectores de la clase capitalista, no
modificó en nada esencial las grandes variables del
funcionamiento del capitalismo local.
La estructura productiva
del país sigue tan dependiente como antes de las divisas
generadas por el único sector competitivo
internacionalmente: el agro de la Pampa húmeda. La
industria sigue siendo un páramo en materia de inversión,
tecnología y desarrollo. La única rama industrial
importante y motora de la economía, la automotriz, está
dirigida por multinacionales que aprovechan un régimen de
favor, creado en las 90, que compensa las desventajas
competitivas, y orientado al mercado regional. El impacto de
la crisis sobre Brasil y sobre toda la industria automotriz
muestran que el “auge” de las “exportaciones
industriales” en esas condiciones especiales no resiste la
primera prueba seria.
La plétora de fondos en las
arcas fiscales tampoco sirvió no ya para avanzar en la infraestructura
de energía, transportes y servicios, sino ni siquiera
para mantenerla actualizada. Y la supuesta “independencia
del FMI”, alquilada (no comprada) a precio de oro en 2005,
a mediano plazo se reveló como una medida más política
que económica, ya que por su vulnerabilidad externa la
economía argentina está cualquier cosa menos blindada
frente a un muy probable agravamiento de las condiciones
internacionales.
Así, a 8 años del
Argentinazo, nada esencial ha cambiado estructuralmente en
un capitalismo argentino con nichos competitivos propios de
todo desarrollo desigual y combinado, pero que sigue signado
por el atraso global y por una inserción en la
división mundial del trabajo propia de una nación relativamente
marginal (por más que la inviten al G-20).
Para no hablar de los
resultados en términos de las condiciones económico-sociales,
que si por un lado muestran cierta recuperación respecto de
los índices catastróficos de 2001-2003, por el otro han consolidado
el salto en la desigualdad, fragmentación social y
precarización laboral y social iniciado en las 90, y
que ha pasado de manifestación coyuntural a ser parte de la
estructura del país.
En su evaluación de los
efectos de la crisis mundial, buena parte de los analistas
dan directamente por perdido el próximo 2009, y empiezan a
razonar a partir de 2010. Con ese marco, la máxima aspiración
de los Kirchner es “acotar los daños” que
provocará la crisis mundial en el empleo, la actividad económica,
el sector fiscal y externo y –la madre de todo– el
impacto electoral que vaya a tener ese cuadro. La oposición
burguesa, cuya ubicación y perspectivas son más de derecha
liberal –algo descolocada en esta crisis en la que todos
se volvieron keynesianos–, sólo es capaz de criticar el
poco apego kirchnerista a las “formas institucionales”.
Algo que en épocas de crisis galopante importa bien poco
incluso en los países centrales.
Así las cosas, y a pesar de
que la situación económica y social va a ser más difícil
para todos en el próximo año, los trabajadores y todos los
sectores populares deben prepararse para enfrentar las
consecuencias del desastre capitalista global y su impacto
en la Argentina. Es quizá en esas batallas que
inevitablemente habrá que pueda ir forjándose una nueva
herramienta política de clase, de los trabajadores,
independiente de los ya roncos cantos de sirena de los
Kirchner y de los graznidos de búho del resto de los políticos
del sistema.
[1]
Por
si a algún incauto le quedaba alguna duda de la estafa
que era el sistema privado, afinamos algunos números
respecto de SoB 138. La transferencia total de fondos de aportantes termina
siendo de 74.000 millones de pesos (es decir, unos
22.000 millones de dólares). Las comisiones de las AFJP
fueron de 36.000 millones de pesos. Esto es, en pesos,
casi la mitad de los aportes, pero en dólares,
incluso más que los aportes. ¿Por qué? Porque
mientras los fondos no admiten retiros parciales
(pase lo que pase en el medio, lo que importa es el
saldo final de la cuenta), las comisiones se
cobraban mensualmente. Y durante 7 de los 14 años
que duró el sistema, las comisiones en pesos, por el 1
a 1, equivalían a comisiones en dólares.
Suponiendo que en la mitad de ese lapso ingresaron la
mitad de las comisiones, esos 18.000 millones de pesos
eran otros tantos dólares. Súmese a esto los otros
18.000 millones a una cotización variable (dólar a
1,40, a 2,30, a 2,70, a 3 y ahora a 3,40). El total da,
sin duda alguna, bastante más de los 22.000 millones de
dólares a valor actual que tienen 9,5 millones de ex
afiliados…
[2]
Vale aclarar que estamos hablando del proyecto con
veleidades más “transformadores” de todos los que
ha generado la clase política capitalista en la
Argentina de los últimos 20 años. Ni que decir tiene
que variantes como Macri, Carrió, De Narváez, Duhalde,
etc., son mucho más apegadas al statu quo y al
establishment, y mostrarían muchos menos escrúpulos
en recomponer las condiciones de la acumulación
capitalista en detrimento de la clase trabajadora, los
sectores populares y el conjunto de la Nación.
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