Socialismo o Barbarie, periódico Nº 141, 04/12/08
 

 

 

 

 

 

El nuevo paquete económico kirchnerista

Llegó el tiempo de las vacas flacas

Por Marcelo Yunes

Lo que habíamos llamado “modelo de coyuntura” (ver revista SoB 20) está llegando al límite de las condiciones excepcionales que le dieron aire. Si, como dijera un periodista económico, el esquema K se basaba sobre los factores “SS: soja y suerte”, el cambio del marco internacional (antes de bonanza, hoy de crisis inédita) y commodities con precios en caída libre son la madre de un nuevo paquete “keynesiano” de corto plazo y corta mira.

La respuesta de los Kirchner a las nuevas condiciones que plantea la crisis económica internacional –luego de un breve período de gozo y pase de facturas a los neoliberales, como si no fuera a afectar aquí– ha sido un nuevo volantazo y una nueva improvisación, revestida como siempre de “gran decisión estratégica”. Pero en realidad el paquete supuestamente “keynesiano” tiene poco de tal y bastante de desesperación, con dudoso resultado en el sentido buscado, es decir, la actividad económica y la recaudación fiscal.

Ya hay instalados varios fantasmas, algunos de ellos nada etéreos y de carne y hueso. Por ejemplo, la ola de despidos. La estrategia patronal está a la vista: aprovechar la excelente excusa de la crisis –incluso antes de que se noten sus efectos reales– para curarse en salud y reducir planteles, empezando por los trabajadores contratados, los más desprotegidos. Tan desprotegidos que son casi invisibles, al menos para Hugo Moyano y la CGT, que siguen sin reconocerlos como tales.

Después de seis años de crecimiento continuo y alto, 2009 puede ser un año de recesión (aun con el “arrastre estadístico” del crecimiento de 2008, que ya será menor). La caída de la actividad y del nivel de empleo es un dato que ya todo el mundo da por descontado, y por buenas razones.

El fantasma de la inflación parece haberse alejado de la mano precisamente de la desaceleración, pero el peligro es otro: que un brusco salto del tipo de cambio –esto es, la cotización del dólar– genere el peor de los mundos, el de recesión con inflación. Y el alza de precios, además del dólar, puede tener otro motor: los tarifazos, inevitables en un contexto de achique general de los subsidios.

Los gemelos, a terapia intensiva

El gobierno siempre ha manejado estas presiones (dólar y tarifas) recurriendo a la caja estatal (Banco Central y subsidios del Tesoro). Pero los otrora robustos superávits fiscal y comercial, esto es, los superávits “gemelos”, hace rato que no gozan de buena salud, y más bien habrá que hospitalizarlos en cualquier momento.

En efecto, y como hemos dicho más de una vez, el centro de ambos superávits son los precios de los commodities, en particular los granos y sobre todo la soja. El “yuyo” es responsable de buena parte del ingreso de divisas del comercio exterior y, vía las retenciones, del ingreso fiscal. Pues bien, aunque no es la catástrofe que lloran De Angeli y sus alicaídos amigos, una tonelada de soja a 300-330 dólares no es motivo de jolgorio. Los campestres se cebaron en abril, cuando la tonelada superaba los 520 dólares (y los 550 en julio). Para empezar a hablar, son 2.000 millones de dólares menos de ingreso por retenciones.

Otros rubros tampoco ayudan. El sector automotriz es responsable no sólo del grueso de las exportaciones industriales del país, sino que ha sido el motor, en los últimos años, de todo el crecimiento industrial. Pruebas al canto: mientras que el Estimador Mensual Industrial global muestra un crecimiento para toda la industria del 8% en 2006 y 7,5% en 2008, ese mismo índice, dejando fuera automotrices y metalúrgicas, sería del 7% en 2006 y sólo del 4,5% en 2008. Para no hablar del impacto en el comercio exterior, ya que las terminales automotrices exportan el 60% de su producción (y de eso, el 63% a un Brasil con muchos problemas). La caída del sector va a repercutir en todo: empleo, nivel industrial, volúmenes de exportación e ingresos fiscales.

Hasta el petróleo, que ha sido fuente de divisas y de ingresos fiscales (pocos recuerdan que, por encima de 45 dólares el barril, todo el excedente es retenido por el Estado), ahora está de capa caída. Con el barril derrumbado en menos de 50 dólares (tras haber tocado los 140 dólares), producción, exportación e ingreso a las arcas del Estado van a andar bien por abajo. El vergonzoso levantamiento de la paritaria petrolera a cambio de evitar despidos es un indicador de la malaria que se viene.

En suma, el superávit comercial, que, recordemos, es el que sostiene la cotización del dólar, va a caer drásticamente de los 12-13.000 millones de este año. ¿Hasta cuánto? Hay quienes dicen no mucho: a 9.000-10.000 millones (Alejandro Mayoral); otros, quizá más realistas (Miguel Bein), estiman no más de 7.000 millones. Pero no faltan quienes hablan directamente de superávit comercial cero. Y eso es luz roja para el tipo de cambio actual, que ya pasó un sofocón y se esperan otros.

En este marco es que el gobierno decide mejorar la situación de los ingresos fiscales apelando a herramientas poco usuales. Por supuesto, la primera fue la estatización del sistema previsional.[1] En silencio y sin hacer olas, se prorrogaron impuestos nacidos de la ley de emergencia económica. Y el anuncio más rimbombante fue el del paquete “antirecesión”, que incluye la creación del Ministerio de la Producción.

Capital, volvé, te perdonamos

Uno de los caballitos de batalla de los Kirchner siempre fue cantar loas al capitalismo “productivo” y despotricar contra los “especuladores financieros” que “ponen la plata afuera”. Por supuesto, la oposición no tiene sentido: muchos de los dueños de los más de 120.000 millones de dólares de argentinos en el exterior son perfectos capitalistas industriales que vendieron sus activos en el proceso de extranjerización de la economía y tienen su platita a buen resguardo en Suiza, Luxemburgo o las islas Caimán. Ni existe tampoco separación tan tajante entre “industrialistas” y “financistas”: sobran ejemplos de inversiones “diversificadas” y capitalistas con huevos en varias canastas.

En todo caso, si fuera cierto que eran todos unos gusanos especuladores, es a esa gente que el gobierno le sirve en bandeja una medida de la que se habló infinidad de veces en los últimos 20 años y que sólo ahora se implementa: el blanqueo de capitales argentinos en el exterior.

Se habla de blanqueo porque, naturalmente, esa plata no está declarada ante el fisco argentino, ni paga por ende un solo centavo de impuestos. Pues bien, el gobierno ni siquiera les pide que la traigan: si sólo la declaran, pagan un 8%; si la traen para depositarla, un 3%, y si se dignan a invertirla en emprendimientos productivos, apenas el 1% (menos que el risible impuesto a la riqueza, que sólo pagan unos pocos que además no son ricos).

Los blanqueos y facilidades siguen con una amplia moratoria impositiva (si antes evadió, no se haga problema, pague ahora y todo perdonado) y facilidades para que las pymes blanqueen a su personal, junto con un estímulo para que tomen nuevo personal (subsidios del Estado a los aportes patronales).

Según los cálculos del gobierno –que nadie sabe cómo se hicieron–, aparentemente tanto blanqueo le daría al Estado la posibilidad de poner en marcha un plan de obras públicas por 71.000 millones de pesos (obsérvese el detalle: no 70.000 millones, que suena a vaguedad, sino 71.000, como para que parezca que hicieron la cuenta). Todo esto sería, según los Kirchner, “keynesianismo” para enfrentar la crisis.

En realidad, aquí el objetivo principal sería atraer capitales que mantengan la rueda de la inversión en movimiento. El beneficio fiscal que podrían lograr las arcas estatales es muy modesto: si los capitalistas argentinos, en un ataque de emoción, trajeran todo lo que tienen (incluyendo sus casas de lujo en Miami o Punta del Este, que representan una buena parte de esos 120.000 millones) para invertirlo, el fisco no vería más de 1.200 millones de dólares.

De más está decir que todos los blanqueos de capitales fueron propuestos siempre, en la Argentina, por los liberales y neoliberales rabiosos, abogados de los buitres capitalistas que fugaron la plata ansiosos por devolverle a esos gusanos y a su dinero su “respetabilidad”. La necesidad tiene cara de hereje, hace falta ingreso de dólares al fisco y es así que los Kirchner toman medidas propias de Álvaro Alsogaray.

Por otra parte, sin la menor garantía de éxito. En el actual contexto de pavor global y huida a la liquidez, suponer que la patriótica burguesía argentina aprovechará las generosas condiciones que se le ofrecen para invertir en proyectos productivos es soñar con las musarañas. Lo mismo cabe decir de las facilidades a las pymes, que efectivamente concentran el 80% de las empresas y el 65% del empleo, pero que en el marco del ajustazo de la economía y los claros síntomas de recesión global, regional y local, no van a dedicarse precisamente a planes de expansión y blanqueo del trabajo en negro. ¡Justo las pymes, las principales promotoras de que el 40% de la fuerza laboral esté en negro!

Lo único que podría llamarse “keynesiano” es el supuesto gasto en obra pública. Da la casualidad, claro, de que es justamente ésa la pata del plan que no tiene el menor detalle: ni de ubicación de las obras, ni de financiamiento, ni de plazos. Tiene más bien todo el aspecto de esos anuncios vacíos que tanto les gustan a los Kirchner, en los que se manejan cifras astronómicas (antes fueron los 20.000 millones de dólares que invertiría China, ahora los cientos de miles de nuevos puestos de trabajo, nadie sabe dónde ni en qué) y que se desvanecen en el tiempo sin que nadie haga preguntas incómodas.

La Argentina del Bicentenario: nada para festejar

De a poco se va cerrando el ciclo económico de la Argentina kirchnerista y de un “modelo” que, encaramado en condiciones excepcionales de toda la región, posaba de “antineoliberal” pero que sólo era tal en cuanto a los aspectos de regulación política de la economía. Lejos de los espejitos de colores de la “Argentina productiva del Bicentenario”, lo que tenemos es lo que podía esperarse de un esquema que, aunque redistribuyó cuotas de poder político (y de ganancia material) entre ciertos sectores de la clase capitalista, no modificó en nada esencial las grandes variables del funcionamiento del capitalismo local.[2]

La estructura productiva del país sigue tan dependiente como antes de las divisas generadas por el único sector competitivo internacionalmente: el agro de la Pampa húmeda. La industria sigue siendo un páramo en materia de inversión, tecnología y desarrollo. La única rama industrial importante y motora de la economía, la automotriz, está dirigida por multinacionales que aprovechan un régimen de favor, creado en las 90, que compensa las desventajas competitivas, y orientado al mercado regional. El impacto de la crisis sobre Brasil y sobre toda la industria automotriz muestran que el “auge” de las “exportaciones industriales” en esas condiciones especiales no resiste la primera prueba seria.

La plétora de fondos en las arcas fiscales tampoco sirvió no ya para avanzar en la infraestructura de energía, transportes y servicios, sino ni siquiera para mantenerla actualizada. Y la supuesta “independencia del FMI”, alquilada (no comprada) a precio de oro en 2005, a mediano plazo se reveló como una medida más política que económica, ya que por su vulnerabilidad externa la economía argentina está cualquier cosa menos blindada frente a un muy probable agravamiento de las condiciones internacionales.

Así, a 8 años del Argentinazo, nada esencial ha cambiado estructuralmente en un capitalismo argentino con nichos competitivos propios de todo desarrollo desigual y combinado, pero que sigue signado por el atraso global y por una inserción en la división mundial del trabajo propia de una nación relativamente marginal (por más que la inviten al G-20).

Para no hablar de los resultados en términos de las condiciones económico-sociales, que si por un lado muestran cierta recuperación respecto de los índices catastróficos de 2001-2003, por el otro han consolidado el salto en la desigualdad, fragmentación social y precarización laboral y social iniciado en las 90, y que ha pasado de manifestación coyuntural a ser parte de la estructura del país.

En su evaluación de los efectos de la crisis mundial, buena parte de los analistas dan directamente por perdido el próximo 2009, y empiezan a razonar a partir de 2010. Con ese marco, la máxima aspiración de los Kirchner es “acotar los daños” que provocará la crisis mundial en el empleo, la actividad económica, el sector fiscal y externo y ­–la madre de todo– el impacto electoral que vaya a tener ese cuadro. La oposición burguesa, cuya ubicación y perspectivas son más de derecha liberal –algo descolocada en esta crisis en la que todos se volvieron keynesianos–, sólo es capaz de criticar el poco apego kirchnerista a las “formas institucionales”. Algo que en épocas de crisis galopante importa bien poco incluso en los países centrales.

Así las cosas, y a pesar de que la situación económica y social va a ser más difícil para todos en el próximo año, los trabajadores y todos los sectores populares deben prepararse para enfrentar las consecuencias del desastre capitalista global y su impacto en la Argentina. Es quizá en esas batallas que inevitablemente habrá que pueda ir forjándose una nueva herramienta política de clase, de los trabajadores, independiente de los ya roncos cantos de sirena de los Kirchner y de los graznidos de búho del resto de los políticos del sistema.


[1] Por si a algún incauto le quedaba alguna duda de la estafa que era el sistema privado, afinamos algunos números respecto de SoB  138. La transferencia total de fondos de aportantes termina siendo de 74.000 millones de pesos (es decir, unos 22.000 millones de dólares). Las comisiones de las AFJP fueron de 36.000 millones de pesos. Esto es, en pesos, casi la mitad de los aportes, pero en dólares, incluso más que los aportes. ¿Por qué? Porque mientras los fondos no admiten retiros parciales (pase lo que pase en el medio, lo que importa es el saldo final de la cuenta), las comisiones se cobraban mensualmente. Y durante 7 de los 14 años que duró el sistema, las comisiones en pesos, por el 1 a 1, equivalían a comisiones en dólares. Suponiendo que en la mitad de ese lapso ingresaron la mitad de las comisiones, esos 18.000 millones de pesos eran otros tantos dólares. Súmese a esto los otros 18.000 millones a una cotización variable (dólar a 1,40, a 2,30, a 2,70, a 3 y ahora a 3,40). El total da, sin duda alguna, bastante más de los 22.000 millones de dólares a valor actual que tienen 9,5 millones de ex afiliados…

[2] Vale aclarar que estamos hablando del proyecto con veleidades más “transformadores” de todos los que ha generado la clase política capitalista en la Argentina de los últimos 20 años. Ni que decir tiene que variantes como Macri, Carrió, De Narváez, Duhalde, etc., son mucho más apegadas al statu quo y al establishment, y mostrarían muchos menos escrúpulos en recomponer las condiciones de la acumulación capitalista en detrimento de la clase trabajadora, los sectores populares y el conjunto de la Nación.