Socialismo o Barbarie, periódico Nº 142, 18/12/08
 

 

 

 

 

 

Arte, política y memoria histórica del progresismo

Paco Urondo, contra los buitres de la derrota

Por César Rojas

La producción artística en sus distintas expresiones se ha manifestado muchas veces acompañando o como parte de un proceso de ascenso del movimiento de masas. No sólo para contarlo desde la historia sino como acción concreta de búsqueda y transformación revolucionaria de la sociedad. En este sentido la literatura, la música, la pintura y otras expresiones del arte han sido armas empuñadas desde la intelectualidad para el desarrollo de los procesos políticos y sociales de cambio. A su vez esto ha dado lugar a debates y posiciones políticas sobre la relación entre el arte y la revolución. Con este objetivo vamos a ir presentando una serie de artículos sobre esta cuestión; tomando como referencia  figuras de la intelectualidad. También damos cuenta de los talleres que estamos organizando referidos al tema desde una posición militante con el objetivo de aportar a la lucha política también en el terreno de las expresiones artísticas.

Francisco “Paco” Urondo nació en 1930 en Santa Fe y murió en un enfrentamiento contra la dictadura militar en junio de 1976. Poeta, narrador, periodista y militante montonero, toda su obra está recorrida por la preocupación social y política de su tiempo, las contradicciones de la militancia setentista y su honda preocupación humana sobre lo que él llama “lo que vale la pena” en este mundo de injusticia.

En los últimos años, como en el caso de tantos otras figuras emblemáticas que condensan la experiencia del “artista militante” (R.Walsh, Miguel Angel Bustos, entre otros) sus respectivas trayectorias han salido a la luz con necesarias reediciones de sus obras, videos documentales, testimonios, ensayos críticos, etc. En el caso de Paco Urondo, prueba de estos rescates son la segunda edición completa de su “Obra poética”  al cuidado de Susana Cella (Edit. Adriana Hidalgo) y la circulación por la TV de aire del documental “Paco Urondo. La palabra justa” (dir: Daniel Desaloms) y dos trabajos biográficos:“Hermano, Paco Urondo” por Beatriz Urondo y “Francisco Urondo. La palabra en acción” de Pablo Montanaro . Estos hechos motivan nuestro modesto acercamiento a su producción y algunas reflexiones sobre la utilización de la “memoria histórica” del pasado reciente y de la trayectoria artística-política de algunas figuras por parte del populismo kirchnerista. Pensamos que estos “rescates”, necesarios claro está, no están ajenos al conjunto de debates de la lucha de clases y que no son “neutrales” sino persiguen móviles ideológicos políticos muy precisos, baste mirar para eso sino quiénes son los que preponderantemente “testimonian” por Urondo en el documental aludido: Miguel Bonasso y Horacio Verbistsky...

Por otro lado, aunque la relación entre política y literatura no es tan mecánica, ni se puede pensar la obra de un autor, en este caso Urondo,  como un “reflejo” de la época con sus contradicciones, sí creemos que en algunos casos como éste el proyecto político y vital están tan imbricados, y hay una voluntad expresa de que así sea, que no podemos dejar de mirar esta obra necesariamente a la luz de los distintos avatares de la lucha de clases y proyectos políticos (en este caso la vía armada de la izquierda peronista y los grupos que en ese entonces vieron al peronismo como una vía de acceso hacia un tipo de “socialismo”). Al mismo tiempo sería injusto y empobrecedor reducir esta obra a una mera reproducción en clave estética de un momento de la lucha de clases, sobre esto la tradición marxista ya ha reflexionado largamente, aunque el debate aún no se ha saldado. Convendría recordar a propósito aquello que Antonio Labriola dijera sobre el Dante “Sólo los imbéciles pueden tratar de interpretar el texto de la Divina Comedia utilizando las facturas que los mercaderes de tejidos florentinos enviaban a sus clientes.”

La obra de Urondo

Ligado tempranamente al grupo de la revista Poesía Buenos Aires, que lideraban los poetas Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley, la obra de Urondo ancla en las corrientes literarias de los`50. Fundamentalmente hace pie en las últimas experiencias de lo que habían sido las vanguardias recientes: el surrealismo y el invencionismo, siempre buscando en un sentido, vías de la “antipoesía”, es decir que cuestionaran la “poesía pura” o la vía del “arte por el arte” que mantenían al poeta encerrado en la torre de cristal. A su tiempo, también irá saldando cuentas con las vanguardias que lo precedieron, por su caracteres individualistas y “solteros”, ajenos a unirse a los destinos del pueblo: 

“El surrealismo ha muerto. Con los años/ fue perdiendo lozanía, convirtiéndose/ en un viejecito pequeño e irascible. También/ sus morisquetas perdían eficacia, sus grandes/ ademanes: el verbo reprimido, la vigilancia/ de los sueños y ese aire/ espontáneo y una sola luz verdadera//Sin ellos, grandes bufones, sin nadie/ que aguante el genio de la mala fe, sin estos/ solterones, individualistas, la sala/ ha quedado vacía y habrá que saltar/ al vacío. Tomar por asalto el tiempo enemigo, dolorido/ y escéptico: su-realistas del mundo, habrá que despedirse (“Despedida de soltero”).

Consecuentemente su producción muestra una creciente influencia de giros coloquiales, voces populares y citas directas a la letrística del tango, aunque sin dejar nunca de lado la búsqueda de la armonía formal y de una férrea musicalidad que no abandonará hasta el final, ni tampoco desdeñar las referencias y el diálogo con la “alta” literatura y los clásicos.

En los `80 y `90, la crítica literaria al centrarse exclusivamente en las últimas producciones que el poeta escribiera ya en la clandestinidad, lo confinó prejuiciosamente al rincón del “poeta meramente testimonial y propagandístico”. Afortunadamente en virtud de nuevas lecturas con una perspectiva más global, se le empieza a dar el lugar central en la poesía de los ´60, que la enorme riqueza y complejidad de la voz de este escritor merece.

 Además de sus libros de poesía: (Historia antigua (1956), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968) y Larga distancia (1971), Son memorias (1970) y Todos los poemas (1972), Urondo escribió 2 libros de cuentos: Todo eso (1966), Al tacto (1967), Veinte años de poesía argentina (ensayo, 1968); Los pasos previos (novela, 1972), un libro de testimonios tomados en la cárcel de Devoto sobre la Masacre de Trelew (La patria fusilada), obras de teatro y guiones cinematográficos y adaptaciones de obras clásicas para televisión. A lo largo de toda su producción donde están tematizados el amor, la amistad, la historia y lo cotidiano, aparece como una constante ese llamado de compromiso con el mundo de lo viviente que abrazara en su juventud y luego reafirmara con su militancia, así dirá:

No tengo/ vida interior: afuera/ está todo lo que amo y todo/ lo que acobarda// No tengo/ vida interior: tengo/ el gusto, un aire/ que me viene de afuera.// No me llega/ de lejos, sino de cerca,/ de ahora,/ y del recuerdo del presente.// La vida siempre/ me rodea, va porfiando vivir.

(Acaudalar de “Son memorias” 1960/9)

Como dijera su amigo el poeta Juan Gelman, Urondo como Walsh o Conti, “mostraron la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.” No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo."Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez Paco.” En esta apuesta de unir vida y poesía, no en vano fue el poeta Juan L. Ortiz el máximo referente de Urondo como de tantos otros de su generación (J.J.Saer, Hugo Gola, etc).

El progresismo construye la “memoria histórica” a su medida

Para ubicar una trayectoria como la de Urondo, es imposible hacerlo  por fuera de un balance de la militancia de la lucha armada de los ´70. Estos balances y revisiones se han hecho ya, y de la forma más penosa en las últimas décadas bajo la figura de los “arrepentidos”. Aquí todo el stablishment, la prensa burguesa en particular, dieron cabida a numerosos testimonios de ex militantes montoneros que abjuraban, haciendo mea culpas de sus “errores juveniles”. Hubo entonces todo un aluvión de biografías, testimonios de todo tipo y color. En medio de estos balances también salieron a la luz trayectorias de vida como la de Rodolfo Walsh, para nombrar uno de los escritores-militantes emblemáticos de ese período.

Pero este campo de debate abierto (aún no cerrado) sufrió por parte de la burguesía lo que podemos pensar como una suerte de “operatoria sobre la memoria”, donde por un lado se “rescataba del olvido y reivindicaba” una cantidad de valiosas experiencias estéticas y de lucha, pero por otro lado se silenciaba y se congelaba toda una serie de ricas contradicciones bajo la recordación “heroica” de estos personajes, silenciándose al mismo tiempo sus costados más conflictivos dentro de las organizaciones y sus dirigentes. Todo esto para legitimar un estado de cosas como el único posible, el podrido  y siempre “reciclable” régimen democrático burgués.

También se ha buscado de esta manera personalizar al extremo la “singularidad” de esta figura, haciendo de ésta un personaje de “excepción” para sacarlo por fuera de todo un proceso social de cuestionamiento o ascenso revolucionario, Así como también limar toda aspereza en relación al liderazgo incuestionable de Perón, desligándolo de toda responsabilidad por ejemplo en relación a la “Triple A”.

De este modo se evitó hablar sobre las vías (efectivas o no) para llegar al socialismo, convalidando tácitamente la democracia burguesa y este modelo de capitalismo como el único posible, ante el evidente “fracaso” de la lucha setentista (que no casualmente reducen exclusivamente a la guerrilla).

La novedad si se quiere, es que la parte “progre” del sistema, los antiguos “setentistas” ahora en el gobierno dicen “estos eran nuestros, son nuestros muertos”, pero sólo para llenarles la boca de tierra y hacerles decir algo absolutamente opuesto por lo que los compañeros lucharon.

Desde nuestra posición como marxistas revolucionarios, no adherimos a la vía de la lucha armada para llegar a la revolución por el sustituismo que implica, y mucho menos al papel del “terrorismo individual” por el desprecio del papel de las masas en la historia que significa. Pero de todas maneras, para hacer un balance y un rescate partimos de reivindicar que muchos compañeros dieron su vida por el cambio revolucionario de esta sociedad, que aunque luego se demostrara equivocada la vía y los medios, para nada invalida la causa por la que entregaron todo, y que hoy sigue vigente más que nunca. Pese a las diferencias de método y de programa que tenemos, creemos que debemos partir de esta reivindicación básica para cualquier balance o valoración de una trayectoria artística y política.

Hoy en día el “progresismo” dice que supuestamente “por fin” la Historia, está siendo contada  por “los vencidos”, en oposición a la contada por “los vencedores” de la historiografía oficial. Pero esto no es verdad, la historia la están contando los “quebrados”, los arrepentidos de sus “locuras juveniles”.  Una cosa es asumir una derrota, incluso revisando las vías por las cuales se pretendían llegar a esos objetivos, pero otra muy distinta es arrepentirse de esos fines (la revolución, el socialismo), convalidando tácitamente el status quo de este capitalismo “con rostro más humano que hoy tenemos”.

En este sentido, en el video de Desaloms, son repugnantes las declaraciones de los adalides K como Bonasso y Verbitsky, y no menos repudiables las del reaccionario crítico literario Noe Jitrik, quien lamenta explícitamente que Urondo se haya dedicado a la política, “perdimos a un gran poeta, además del amigo”. Ante tanta miserabilidad y aunque no somos quienes para decir qué hubiera opinado hoy el propio Urondo de sus antiguos “compañeros”, quizá podríamos recurrir a su poesía como testimonio para refrescar sus convicciones:

La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado

por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud

y en mi destino y en la buena suerte:

sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido

y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;

compartir este calor, esta fatalidad que quieta no

sirve y se corrompe.

Es bueno, entonces recordar las palabras de Gelman, quien quizá fue uno de los poetas amigos que más lo conoció y comprendió parte del espíritu de su generación, y que ha sabido defender lúcida y dignamente esa memoria de la derrota, ante tanta ave de carroña a sueldo que tiene la prensa: “Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor y sus textos pueden alcanzar...

... Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: ‘¡Cambiad la vida!’. Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegría. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.”