Debate
¿Qué
programa frente al Estado de Israel?
Por Roberto Ramírez
El genocidio de Gaza –como ha
sucedido en anteriores estallidos del conflicto entre los
colonizadores sionistas y el pueblo palestino– reaviva en
la izquierda discusiones políticas y programáticas que
vienen de lejos. Aquí queremos debatir fraternalmente con
algunas conceptos del artículo de Claudio Katz “Incursiones
para sepultar la paz”, que publicamos el domingo
pasado en el sitio web de Socialismo o Barbarie (www.socialismo-o-barbarie.org).
Este texto dice así:
“¿Destrucción del Estado de Israel? El fin de
la ocupación de Gaza y Cisjordania es la condición de
cualquier solución al conflicto. Pero el problema persistirá,
mientras funcione la maquinaria anexionista del sionismo.
Este dispositivo promueve el reemplazo de pobladores
originarios por inmigrantes seleccionados, en función de
criterios étnicos. Este mecanismo imposibilita la igualdad
de derechos y la coexistencia de dos comunidades.
“La autodeterminación nacional de
los palestinos es la prioridad, pero no podrá concretarse
convocando a destruir el estado de los israelíes. Este
llamado fue una reacción defensiva inicial contra al
despojo, que implicaba la erradicación política del
sionismo y no la eliminación física de los judíos. Pero
es un enunciado que ha perdido vigencia y se malinterpreta
con facilidad.
“Aunque Israel se construyó
confiscando a los habitantes del lugar, al cabo de varias décadas
ha forjado una nacionalidad propia que no puede abolirse. Se
ha conformado un nuevo grupo nacional, tanto en el plano
objetivo (lengua, territorio, economía común), como
subjetivo (cultura compartida, conciencia de sector
diferenciado).
“La paz será lograda mediante el
reconocimiento mutuo de palestinos e israelíes, una vez
desmantelados los dispositivos coloniales del sionismo.
Sólo este camino pondrá fin a la sangría, abriendo la
perspectiva de dos estados reales, formas federativas
binacionales o la mejor opción: un estado único, laico y
democrático.” (Subrayados nuestros)
Pues bien, disentimos con el compañero
Katz. Creemos que la continuidad del Estado de Israel
hace imposible cualquiera de las soluciones que
esboza, a saber, “la perspectiva de dos estados reales,
formas federativas binacionales o la mejor opción: un
estado único, laico y democrático”.
El texto del compañero define bien lo
de Israel como un “colonialismo tardío”. Cuando
en el mundo entraban en el ocaso las formas de dominación
colonial directa, “el sionismo retomó del
colonialismo clásico la anexión territorial, la democracia
de exclusión, el despojo de otra comunidad y el mito de la
tierra vacía... El futuro de Jerusalén, los derechos de
los refugiados o el fin de los asentamientos han quedado
fuera de esas tratativas, mientras que la implantación de
470.000 colonos en Cisjordania anula cualquier formación de
un estado palestino. La expropiación de tierras, el robo
del agua y la creación de rutas exclusivas obstruyen por
completo esa posibilidad. La erección de un muro de ocho
metros ha transformado, además, a las viejas ciudades de la
zona en guetos incomunicados. Los nuevos mandantes del lugar
han resucitado el Bantustán de Sudáfrica.” (Katz, cit.)
Pues bien, todo esto no existe
“desencarnado”. No es un mero espíritu ni sólo
se trata de ideologías de dominación colonial y
racista (aunque efectivamente son muy fuertes). Ellas toman
cuerpo en instituciones. Concretamente en un estado,
cuyo pilar es el Tsahal, el ejército de los colonizadores
en armas. Si este estado-ejército no es categóricamente
derrotado, no habrá salida progresiva alguna.
El mismo Katz denuncia correctamente a
“la maquinaria anexionista del sionismo”. Pero esta
“maquinaria” tiene nombre y apellido: Estado de
Israel. Y, como señalamos, su existencia es un obstáculo
absoluto a las tres soluciones señaladas por Katz.
La solución de los dos estados
ya ha sido malograda, como no podía ser de otra manera, por
la realidad de un solo estado –Israel– que
domina toda Palestina, con algunos bantustanes o guetos
donde se encierra a la población nativa, hasta que llegue
la oportunidad para el exterminio y/o el “traslado”,
como lo predican abiertamente un sector de políticos israelíes.
En cuanto a una federación binacional o un estado
único, laico y democrático, es aún más inconcebible
que puedan realizarse sin terminar con el Estado de Israel.
El
problema de las nacionalidades: opresores y oprimidos,
colonizadores y colonizados
“Aunque Israel se construyó
confiscando a los habitantes del lugar, al cabo de varias décadas
ha forjado una nacionalidad propia que no puede abolirse. Se
ha conformado un nuevo grupo nacional, tanto en el plano
objetivo (lengua, territorio, economía común), como
subjetivo (cultura compartida, conciencia de sector
diferenciado).” (Katz, cit.)
Efectivamente, es probable que, con el
tiempo, se haya ido delineando una nacionalidad propia judeo-israelí.
Pero sería incorrecto presentar el conflicto
palestino-israelí como una mera pelea entre dos naciones equivalentes.
Un modo típico de presentar esto lo da Michel Warschawski:
“Entre el Mediterráneo y el Jordán, no hay sólo diez
millones de individuos, sino dos naciones que
aspiran, la una como la otra, a una existencia
nacional propia.”[1] (Subrayados nuestros)
Pero hay mucho más que eso: la relación
entre ambos “grupos nacionales” es de opresor a
oprimido, de colonizador a colonizado. No hay,
entonces, equivalencia, ni un signo igual entre ellos,
mientras esa relación subsista. Y su encarnación
institucional es el Estado de Israel.
“La paz será lograda –afirma Katz–
mediante el reconocimiento mutuo de palestinos e israelíes,
una vez desmantelados los dispositivos coloniales del
sionismo.” Otra vez insistimos que hay que llamar a
las cosas por nombre. El “dispositivo colonial del
sionismo” se llama Estado de Israel. Efectivamente, hay
que desmantelarlo.
A partir de allí, se abrirá la
posibilidad de que palestinos, judíos y otros pueblos que
viven “entre el Mediterráneo y el Jordán”, puedan
hacerlo en paz.
Nota:
1.-
“Israel-Palestine – “Face aux impératifs de la
revendication nationale de deux communautés”, Inprecor,
mai 2006.
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