Carta de lectores
Tartagal
bajo tierra
Un alud sacudió Tartagal. Estos últimos
días en aquella ciudad tan necesitada, nos muestran lo que
sucede cuando la
opresión se legaliza. Para los habitantes de esta
ciudad, el lodo y el agua solo recrudecieron su increíble
desdicha. En última instancia, la Presidenta tiene razón:
la crisis se produjo por la pobreza estructural.
Una pobreza que hace mucho ataca los
espíritus de un norte cada vez mas extraño. Las casas
cubiertas de barro, la frágil madera, son una muestra más
de un sistema neoliberal que nos agobia. Ya van más de 10 años
que se advierten a las autoridades de los problemas ecológicos,
mientras la incipiente economía salteña aun se apoya en
los desmontes y la explotación petrolífera.
Tartagal es un poco de todo lo que en
Salta nos enorgullece, pero para aquellos que no tienen un
hogar, es también el infierno mismo. Porque, a menudo, son
atemorizados por un gobierno que no los escucha, un
movimiento piquetero que poco a poco ha ido perdiendo su
identidad, y también, la mentira institucional.
Mintieron cuando dijeron que el nuevo
canal frenaría al río. Mintieron cuando les prometieron la
posibilidad de volver a empezar. Mintieron cuando aseguraron
que todo volvería a la normalidad.
Lo cierto es que el 9 de Febrero del
2009, los tartagalenses sintieron el abandono total de una
autoridad que nos lo respeta. Durante tan solo dos horas la
ciudad se sumergía en un caos y una angustia ambulante. Los
vecinos eran desalojados de sus casas, mientras veían al río
llevarse sus vidas. Paso mucho tiempo hasta que las fuerzas
de seguridad y otras instituciones civiles entraran en acción.
Mientras tanto, en el pueblo entero se
corría cada vez más riesgo de un genocidio general.
Cierto es que los medios nacionales
mostraron un río hambriento de todo rastro de humanidad,
pero el agua en las calles no es ninguna novedad. Nada se
dijo de las veces que la ciudad se inunda en la calle 25 de
Mayo o de los 50 cm. que alcanza cada vez que llueve.
Tampoco se hablo de contaminación y de falta de control de
residuos. Mucho menos se mencionó las veces que las cloacas
rebalsan por el exceso de desechos.
El alud fue, en definitiva, la frutilla del postre.
A la creciente ola de inseguridad, los cortes de ruta (que
por diversos factores se han deslegitimado, generando
descontento en la población), la malversación de fondos o
las contiendas de políticos por razones superficiales, el
acontecimiento fluvial dio el golpe definitivo. Pues a las 8
de las mañana de ese fatídico lunes, la población no se
imaginó que todos sus problemas saldrían a flote. La
costumbre en esta pequeña ciudad siempre ha sido obedecer,
bajar la cabeza, dejarse pisotear, producto de diversas
derrotas reiteradas y golpes a la conciencia social.
Al ver las caras de desesperación a
las 10 de la mañana, uno se pregunta: ¿que hicieron estas
personas para merecer esto? Nadie lo sabe. Ni los policías
que acordonaban la calle, ni el intendente elegido por el
gran voto popular. Nadie.
Es una lastima que a lo mejor genera
congoja. Muchos se apiadaron de estas pobres personas, pero
lo cierto es que sus más buenas intenciones se convirtieron
en un negocio. Las donaciones a menudo eran utilizadas para
otros fines y se comercializaban en las ciudades vecinas. Se
comerció con el sufrimiento o se hizo campaña política.
Nuestra presidenta puede apostarlo, ya que luego de sus
noches de gala, salió a repartir promesas y demagogia, como
bien sabe hacerlo.
Las palabras no cambian la falta de
una casa. Las palabras, en última instancia, deben hacerse
actos. Eso es lo que Tartagal necesita, lo que pide a
gritos. Eso es lo que el agua les hizo darse cuenta. En
Tartagal faltan actos, falta compromiso, falta libertad para
el trabajador oprimido, falta lo que nos prometieron un
domingo hace ya 2 años.
En última instancia, solo queda una
alternativa: alzar las
miles de voces que hoy están apagadas, pero que
supieron defenderse hace ya mucho tiempo. Para Tartagal esa
es la verdadera alternativa: la de hacerse escuchar. La
alternativa de denunciar y mostrar una vez más que no aún
están allí, esperando y totalmente dispuesto a llevar el
país adelante. Están, en definitiva, dispuestos a seguir
viviendo en lo que siempre fue su hogar, su casa: (El norte)
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