Socialismo o Barbarie, periódico Nº 147, 19/03/09
 

 

 

 

 

 

Carta de lectores

Tartagal bajo tierra

Un alud sacudió Tartagal. Estos últimos días en aquella ciudad tan necesitada, nos muestran lo que sucede cuando la opresión se legaliza. Para los habitantes de esta ciudad, el lodo y el agua solo recrudecieron su increíble desdicha. En última instancia, la Presidenta tiene razón: la crisis se produjo por la pobreza estructural.

Una pobreza que hace mucho ataca los espíritus de un norte cada vez mas extraño. Las casas cubiertas de barro, la frágil madera, son una muestra más de un sistema neoliberal que nos agobia. Ya van más de 10 años que se advierten a las autoridades de los problemas ecológicos, mientras la incipiente economía salteña aun se apoya en los desmontes y la explotación petrolífera.

Tartagal es un poco de todo lo que en Salta nos enorgullece, pero para aquellos que no tienen un hogar, es también el infierno mismo. Porque, a menudo, son atemorizados por un gobierno que no los escucha, un movimiento piquetero que poco a poco ha ido perdiendo su identidad, y también, la mentira institucional.

Mintieron cuando dijeron que el nuevo canal frenaría al río. Mintieron cuando les prometieron la posibilidad de volver a empezar. Mintieron cuando aseguraron que todo volvería a la normalidad.

Lo cierto es que el 9 de Febrero del 2009, los tartagalenses sintieron el abandono total de una autoridad que nos lo respeta. Durante tan solo dos horas la ciudad se sumergía en un caos y una angustia ambulante. Los vecinos eran desalojados de sus casas, mientras veían al río llevarse sus vidas. Paso mucho tiempo hasta que las fuerzas de seguridad y otras instituciones civiles entraran en acción. Mientras tanto, en el pueblo entero se corría cada vez más riesgo de un genocidio general.

Cierto es que los medios nacionales mostraron un río hambriento de todo rastro de humanidad, pero el agua en las calles no es ninguna novedad. Nada se dijo de las veces que la ciudad se inunda en la calle 25 de Mayo o de los 50 cm. que alcanza cada vez que llueve. Tampoco se hablo de contaminación y de falta de control de residuos. Mucho menos se mencionó las veces que las cloacas rebalsan por el exceso de desechos.

El alud fue, en definitiva, la frutilla del postre. A la creciente ola de inseguridad, los cortes de ruta (que por diversos factores se han deslegitimado, generando descontento en la población), la malversación de fondos o las contiendas de políticos por razones superficiales, el acontecimiento fluvial dio el golpe definitivo. Pues a las 8 de las mañana de ese fatídico lunes, la población no se imaginó que todos sus problemas saldrían a flote. La costumbre en esta pequeña ciudad siempre ha sido obedecer, bajar la cabeza, dejarse pisotear, producto de diversas derrotas reiteradas y golpes a la conciencia social.

Al ver las caras de desesperación a las 10 de la mañana, uno se pregunta: ¿que hicieron estas personas para merecer esto? Nadie lo sabe. Ni los policías que acordonaban la calle, ni el intendente elegido por el gran voto popular. Nadie.

Es una lastima que a lo mejor genera congoja. Muchos se apiadaron de estas pobres personas, pero lo cierto es que sus más buenas intenciones se convirtieron en un negocio. Las donaciones a menudo eran utilizadas para otros fines y se comercializaban en las ciudades vecinas. Se comerció con el sufrimiento o se hizo campaña política. Nuestra presidenta puede apostarlo, ya que luego de sus noches de gala, salió a repartir promesas y demagogia, como bien sabe hacerlo.

Las palabras no cambian la falta de una casa. Las palabras, en última instancia, deben hacerse actos. Eso es lo que Tartagal necesita, lo que pide a gritos. Eso es lo que el agua les hizo darse cuenta. En Tartagal faltan actos, falta compromiso, falta libertad para el trabajador oprimido, falta lo que nos prometieron un domingo hace ya 2 años.

En última instancia, solo queda una alternativa: alzar las miles de voces que hoy están apagadas, pero que supieron defenderse hace ya mucho tiempo. Para Tartagal esa es la verdadera alternativa: la de hacerse escuchar. La alternativa de denunciar y mostrar una vez más que no aún están allí, esperando y totalmente dispuesto a llevar el país adelante. Están, en definitiva, dispuestos a seguir viviendo en lo que siempre fue su hogar, su casa: (El norte)