Socialismo o Barbarie, periódico Nº 150, 30/04/09
 

 

 

 

 

 

¿Qué recordamos el 1º de Mayo?

Por Luis Mankid

El 1º de Mayo en la Argentina

Nuestro país no fue la excepción a lo que venimos diciendo. Desde 1890 en la Plaza Lorea de los Dos Congresos –como en tantas otras plazas y lugares del  interior– los actos obreros conmemorando la lucha señalada y planteando las reivindicaciones propias del momento particular que se vivía, fueron moneda corriente. Moneda corriente fueron también las crueles represiones que el estado nacional y/o provincial descargó sobre los militantes y asistentes a los mismos.

Es interesante recordar cómo el peronismo una vez en el poder cambió totalmente el sentido de la celebración. Ahora era la “fiesta del trabajo” en la cual trabajadores y empresarios nacionales (para el primer peronismo y hasta 1953 aproximadamente, el único capital “malo” era el foráneo) debían confluir. Se llegó incluso a presentar en los salones del Ministerio de Trabajo una exposición fotográfica que hablaba por sí sola: en una sala imágenes del 1º de Mayo antes de Perón: tumultos, banderas rojas y rojinegras y una feroz represión policial, eran su expresión más clara. En la otra, fotos recientes: multitudes felices y en orden escuchando el discurso del líder bajo una constelación múltiple de banderas argentinas.

Lo que es más importante: desde la propia acción discursiva del jefe de estado y dirección política de los trabajadores como desde la mayoría de los sindicatos existentes –apéndices de aquél– se formulaba esta cosmovisión que bregaba por la conciliación de clases y la pérdida total de autonomía que la misma implica para la clase trabajadora (doctrina que ya la iglesia católica y el papado habían pergeñado ante el terror que les provocaba “la marea roja” fundamentalmente en Europa). Estrategia política que en su trazo grueso, también compartieron las corrientes de izquierda de esos nacionalismos burgueses, que bajo la caracterización de que la Nación sufría elementos de dependencia económica financiera lo que la convertía en una semicolonia (cosa que era correcta), sacaban la conclusión que debían acompañar al líder populista y a sectores de la burguesía nacional que en un primer momento o etapa, debían conducir la emancipación nacional (cosa enteramente incorrecta, no por un mero análisis intelectual apriorístico, sino  por la propia praxis concreta de aquellos sectores a lo largo de todo el siglo pasado).

Que gran parte de la clase dominante al menos bajo el primer peronismo –como en cierta manera ocurre hoy con Chávez– no lo haya acompañado íntegramente y hasta luchado por desplazarlo mediante golpes militares del poder, no quita que en última instancia, siempre lo prefiera ante la emergencia de un proyecto de verdadera autodeterminación de los sectores explotados y llegado el momento, no duda en utilizarlo como “recurso preventivo” o catalizador de la acción independiente de las masas (en la Argentina a partir del Cordobazo en 1969 esto se observó con suma claridad).

En la actual coyuntura nacional –hoy más que nunca, sobredeterminada por el marco y la crisis mundial–, retomar actualizándolas las viejas banderas de lucha de la clase trabajadora es una tarea más que perentoria. La reducción de la jornada laboral, el reparto de horas trabajadas con el mismo sueldo para evitar los despidos, el reclamo por aumento salarial para que la crisis no la paguemos los trabajadores, cobran nuevamente inusitada vigencia.

Todo ello en el marco de comprender que aquéllas son sólo medidas transicionales para lograr el socialismo a escala planetaria, único sistema capaz de terminar con la explotación y la opresión en todas sus formas. Esa sociedad que no resultará un paraíso pero que será a la que realmente se la podrá llamar humana comparada con la barbarie actual, sólo la podrá llevar a cabo la clase productora de la riqueza mundial, tomando en sus manos la conducción de la misma. Recuperar la memoria histórica, recomponer la subjetividad dañada a lo largo de los últimos años, son entonces elementos ineludibles para que lo anterior se pueda llevar a cabo. El 1º de Mayo es una magnífica oportunidad para empezar a hacerlo realidad.

Luis Mankid

Los clásicos del socialismo afirmaban que la memoria histórica era una condición más que indispensable para conformar la conciencia de la clase obrera. Memoria histórica que no es otra cosa que acompañar y hacer presente, ese mismo derrotero que los asalariados fueron llevando a cabo a lo largo de sus cuantiosas luchas, tanto de sus triunfos como de sus derrotas.

Es lógico entonces que la burguesía y todos los partidos que la representan, desde los más conservadores hasta los de tinte populista, junto a las diversas burocracias sindicales, olviden y/o tergiversen dicha memoria histórica y provoquen conscientemente un quiebre –que es paralelo a toda una serie de recomposiciones materiales– en la subjetividad de los trabajadores. La conmemoración del 1º de Mayo es un más que significativo ejemplo de lo que decimos.

Cambiando el contenido

Desde calificarlo como día del “trabajo”, expresión utilizada en más de una oportunidad para hacer referencia a dicha fecha, hasta la “celebración” del día del trabajador realizada por las conducciones gremiales no clasistas del mundo; todas representaciones que intencionadamente han omitido señalar qué es lo que ocurrió, qué acciones o hechos se recuerdan en dicha oportunidad.

Aquí tanto la CGT como la CTA consideran el día como simple feriado y realizan actos 24 horas antes, en los cuales pueden levantar alguna consigna reivindicativa como una especie de “saludo a la bandera” o peor aún, reclamando “salarios justos” como se observa en estos días en varios afiches de sectores de la burocracia, en una verdadera muestra de lo imposible y poco realista que es dicha consigna: la paga de un salario significa explotación y por ende la existencia de una injusticia (lo que no impide reclamar por salarios dignos que no es precisamente lo mismo).

Un poco de historia

Con el paso de la sociedad mercantil a la sociedad plenamente burguesa (o sea en la cual también la mano de obra es una mercancía cuyo precio es el salario que el trabajador recibe por parte del capitalista) aparece y se desarrolla en forma planetaria la clase obrera. Los procesos de surgimiento de la gran industria van provocando las primeras reacciones de dicha clase que observa como la máquina en vez de estar al servicio suyo, permitiéndole por ejemplo, tener más tiempo libre; por el contrario, lo expulsa o lo condena a largas y extenuantes jornadas de labor.

En Inglaterra –cuna de este proceso– los sectores asalariados canalizan su protesta destruyendo parte de la maquinaria existente en las fábricas (a estas acciones se las conocen como luddismo en honor al operario que de alguna manera ideó dicha estrategia) para luego y fruto de la misma experiencia, ir creando las primeras sociedades de resistencia, mutuales y sindicatos que mancomundamente lucharán contra la explotación capitalista, a través de huelgas, ocupación de fábricas y hasta insurrecciones.

En ese contexto surgirán los mártires de Chicago, trabajadores pertenecientes a la corriente anarco sindicalista que dirigía la mayor cantidad de sindicatos de esa ciudad norteamericana hacia el último cuarto del siglo XIX. Su gran bandera de lucha era el reclamo de las 8 horas de labor (“8 horas para trabajar, 8 para dormir y 8 para el esparcimiento”) que en ese período era la gran reivindicación del movimiento obrero naciente, tanto o más que la de aumento de salarios. Es en dicha ciudad y mientras se llevaba a cabo un acto que repudiaba una represión policial a estibadores que había culminado con el trágico saldo de 4 obreros muertos, donde aparece la acción de un provocador (enviado por la propia patronal en connivencia con las autoridades locales como se demostró tiempo después) quien arroja una bomba hiriendo a parte del cuerpo policial. La respuesta oficial fue terrible acorde a la propia historia de las clases dominantes norteamericanas: represión indiscriminada y encarcelamiento de la dirección clasista de los sindicatos.

En un juicio enmarcado en más de un vicio de procedimiento (fundamentalmente por la falta de pruebas y la compra de testigos) se condena a muerte a cinco de los ocho acusados. Sus nombres forman ya parte gloriosa de la historia de la clase trabajadora no sólo yanqui, sino mundial. Ellos fueron August Sples, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons y Adolph Fischer. Este último había impreso un volante mientras se desarrollaba el juicio que, entre otras cosas, decía:

Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!

¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.

Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden...

¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!

¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantáos!.

Socialistas y anarquistas, expresiones políticas que los sectores trabajadores se fueron dando a lo largo de ese siglo XIX y que habían realizado las Conferencias Obreras Internacionales de 1883 y 1886, deciden llamar a una nueva reunión en 1889 en Francia, a la cual asistirán tanto representantes del continente europeo como de América. En la misma se termina votando por aclamación una resolución que planteaba “ir preparando una gran manifestación en fecha fija, de tal manera que simultáneamente en todos los países y en todas las ciudades en el mismo día convenido, los trabajadores pedirán a las autoridades oficiales la reducción mediante una ley, de la jornada de 8 horas y que se lleven a efecto las demás resoluciones del Congreso de París”.

Se eligió como fecha el 1º de mayo de 1890, día que recordaba la huelga que terminó con la condena de los dirigentes obreros en Chicago cuatros años antes. Ese día pasó a ser mundialmente una jornada de lucha y de protesta de la clase trabajadora, mostrando también su fuerte carácter internacionalista. A excepción de los Estados Unidos en donde la burguesía modificó la fecha de conmemoración: allí celebran el Labor Day.

Los actos en los más alejados lugares del planeta y con un fuerte sentido de independencia de clase, eran una característica propia hasta bien entrado el siglo XX: el capitalismo había polarizado la sociedad en dos grandes clases y una de ellas vivía de la explotación de la otra y manejaba además el timón del estado que con sus leyes como con sus fuerzas armadas se hallaban al servicio de aquélla. Los actos obreros denunciaban dicha realidad y planteaban la construcción de organizaciones propias para acabar con ese estado de cosas.