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¿Qué recordamos el 1º de Mayo?
Por
Luis Mankid
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El
1º de Mayo en la Argentina
Nuestro
país no fue la excepción a lo que venimos
diciendo. Desde 1890 en la Plaza Lorea de los Dos
Congresos –como en tantas otras plazas y lugares
del interior–
los actos obreros conmemorando la lucha señalada y
planteando las reivindicaciones propias del momento
particular que se vivía, fueron moneda corriente.
Moneda corriente fueron también las crueles
represiones que el estado nacional y/o provincial
descargó sobre los militantes y asistentes a los
mismos.
Es
interesante recordar cómo el peronismo una vez en
el poder cambió totalmente el sentido de la
celebración. Ahora era la “fiesta del trabajo”
en la cual trabajadores y empresarios nacionales
(para el primer peronismo y hasta 1953
aproximadamente, el único capital “malo” era el
foráneo) debían confluir. Se llegó incluso a
presentar en los salones del Ministerio de Trabajo
una exposición fotográfica que hablaba por sí
sola: en una sala imágenes del 1º de Mayo antes de
Perón: tumultos, banderas rojas y rojinegras y una
feroz represión policial, eran su expresión más
clara. En la otra, fotos recientes: multitudes
felices y en orden escuchando el discurso del líder
bajo una constelación múltiple de banderas
argentinas.
Lo
que es más importante: desde la propia acción
discursiva del jefe de estado y dirección política
de los trabajadores como desde la mayoría de los
sindicatos existentes –apéndices de aquél– se
formulaba esta cosmovisión
que bregaba por la conciliación de clases y la pérdida
total de autonomía que la misma implica para la
clase trabajadora (doctrina que ya la iglesia católica
y el papado habían pergeñado ante el terror que
les provocaba “la marea roja” fundamentalmente
en Europa). Estrategia política que en su trazo
grueso, también compartieron las corrientes de
izquierda de esos nacionalismos burgueses, que bajo
la caracterización de que la Nación sufría
elementos de dependencia económica financiera lo
que la convertía en una semicolonia (cosa que era
correcta), sacaban
la conclusión que debían acompañar al líder
populista y a sectores de la burguesía nacional que
en un primer momento o etapa, debían conducir la
emancipación nacional (cosa enteramente incorrecta,
no por un mero análisis intelectual apriorístico,
sino por
la propia praxis concreta de aquellos sectores a lo
largo de todo el siglo pasado).
Que
gran parte de la clase dominante al menos bajo el
primer peronismo –como en cierta manera ocurre hoy
con Chávez– no lo haya acompañado íntegramente
y hasta luchado por desplazarlo mediante golpes
militares del poder, no quita que en última
instancia, siempre lo prefiera ante la emergencia de
un proyecto de verdadera autodeterminación de los
sectores explotados y llegado el momento, no duda en
utilizarlo como “recurso preventivo” o
catalizador de la acción independiente de las masas
(en la Argentina a partir del Cordobazo en 1969 esto
se observó con suma claridad).
En
la actual coyuntura nacional –hoy más que nunca,
sobredeterminada por el marco y la crisis
mundial–, retomar actualizándolas las viejas
banderas de lucha de la clase trabajadora es una
tarea más que perentoria. La
reducción de la jornada laboral, el reparto de
horas trabajadas con el mismo sueldo para evitar los
despidos, el reclamo por aumento salarial para que
la crisis no la paguemos los trabajadores, cobran
nuevamente inusitada vigencia.
Todo
ello en el marco de comprender que aquéllas son sólo
medidas transicionales para lograr el socialismo a
escala planetaria, único sistema capaz de terminar
con la explotación y la opresión en todas sus
formas. Esa sociedad que no resultará un paraíso
pero que será a la que realmente se la podrá
llamar humana comparada con la barbarie actual, sólo
la podrá llevar a cabo la clase productora de la
riqueza mundial, tomando en sus manos la conducción
de la misma. Recuperar la memoria histórica,
recomponer la subjetividad dañada a lo largo de los
últimos años, son entonces elementos ineludibles
para que lo anterior se pueda llevar a cabo. El 1º
de Mayo es una magnífica oportunidad para empezar a
hacerlo realidad.
Luis
Mankid
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Los clásicos del socialismo afirmaban que la
memoria histórica era una condición más que indispensable
para conformar la conciencia de la clase obrera. Memoria
histórica que no es otra cosa que acompañar y hacer
presente, ese mismo derrotero que los asalariados fueron
llevando a cabo a lo largo de sus cuantiosas luchas, tanto
de sus triunfos como de sus derrotas.
Es lógico entonces que la burguesía
y todos los partidos que la representan, desde los más
conservadores hasta los de tinte populista, junto a las
diversas burocracias sindicales, olviden y/o tergiversen
dicha memoria histórica y provoquen conscientemente un
quiebre –que es paralelo a toda una serie de
recomposiciones materiales– en la subjetividad de los
trabajadores. La conmemoración del 1º de Mayo es un más
que significativo ejemplo de lo que decimos.
Cambiando el contenido
Desde calificarlo como día del
“trabajo”, expresión utilizada en más de una
oportunidad para hacer referencia a dicha fecha, hasta la
“celebración” del día del trabajador realizada por las
conducciones gremiales no clasistas del mundo; todas
representaciones que intencionadamente han omitido señalar
qué es lo que ocurrió, qué acciones o hechos se recuerdan
en dicha oportunidad.
Aquí tanto la CGT como la CTA
consideran el día como simple feriado y realizan actos 24
horas antes, en los cuales pueden levantar alguna consigna
reivindicativa como una especie de “saludo a la bandera”
o peor aún, reclamando “salarios justos” como se observa en estos días en varios
afiches de sectores de la burocracia, en una verdadera
muestra de lo imposible y poco realista que es dicha
consigna: la paga de un salario significa explotación y por
ende la existencia de una injusticia (lo que no impide
reclamar por salarios dignos que no es precisamente lo
mismo).
Un poco
de historia
Con el paso de la sociedad mercantil a
la sociedad plenamente burguesa (o sea en la cual también
la mano de obra es una mercancía cuyo precio es el salario
que el trabajador recibe por parte del capitalista) aparece
y se desarrolla en forma planetaria la clase obrera. Los
procesos de surgimiento de la gran industria van provocando
las primeras reacciones de dicha clase que observa como la máquina
en vez de estar al servicio suyo, permitiéndole por
ejemplo, tener más tiempo libre; por el contrario, lo
expulsa o lo condena a largas y extenuantes jornadas de
labor.
En
Inglaterra –cuna de este proceso– los sectores
asalariados canalizan su protesta destruyendo parte de la
maquinaria existente en las fábricas (a estas acciones se
las conocen como luddismo
en honor al operario que de alguna manera ideó dicha
estrategia) para luego y fruto de la misma experiencia, ir
creando las primeras sociedades de resistencia, mutuales y
sindicatos que mancomundamente lucharán contra la explotación
capitalista, a través de huelgas, ocupación de fábricas y
hasta insurrecciones.
En
ese contexto surgirán los
mártires de Chicago, trabajadores pertenecientes a la
corriente anarco sindicalista que dirigía la mayor cantidad
de sindicatos de esa ciudad norteamericana hacia el último
cuarto del siglo XIX. Su
gran bandera de lucha era el reclamo de las 8 horas de labor
(“8 horas para trabajar, 8 para dormir y 8 para el
esparcimiento”) que en ese período era la gran
reivindicación del movimiento obrero naciente, tanto o más
que la de aumento de salarios. Es en dicha ciudad y mientras
se llevaba a cabo un acto que repudiaba una represión
policial a estibadores que había culminado con el trágico
saldo de 4 obreros muertos, donde aparece la acción de un
provocador (enviado por la propia patronal en connivencia
con las autoridades locales como se demostró tiempo después)
quien arroja una bomba hiriendo a parte del cuerpo policial.
La respuesta oficial fue terrible acorde a la propia
historia de las clases dominantes norteamericanas: represión
indiscriminada y encarcelamiento de la dirección clasista
de los sindicatos.
En
un juicio enmarcado en más de un vicio de procedimiento
(fundamentalmente por la falta de pruebas y la compra de
testigos) se condena a muerte a cinco de los ocho acusados.
Sus nombres forman ya parte gloriosa de la historia de la
clase trabajadora no sólo yanqui, sino mundial. Ellos fueron August Sples, George Engel, Louis Lingg,
Albert Parsons y Adolph Fischer. Este último había impreso un volante mientras se
desarrollaba el juicio que, entre otras cosas, decía:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica
McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide
venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos
de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño
de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror
rojo! Es preferible la muerte que la miseria.
Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a
sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los
ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la
salud de los bandidos del orden...
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos!
¡Levantáos!.
Socialistas
y anarquistas, expresiones políticas que los sectores
trabajadores se fueron dando a lo largo de ese siglo XIX y
que habían realizado las Conferencias Obreras
Internacionales de 1883 y 1886, deciden llamar a una nueva
reunión en 1889 en Francia, a la cual asistirán tanto
representantes del continente europeo como de América. En
la misma se termina votando por aclamación una resolución
que planteaba “ir preparando una gran manifestación en
fecha fija, de tal manera que simultáneamente en todos los
países y en todas las ciudades en el mismo día convenido,
los trabajadores pedirán a las autoridades oficiales la
reducción mediante una ley, de la jornada de 8 horas y que
se lleven a efecto las demás resoluciones del Congreso de
París”.
Se
eligió como fecha el 1º de mayo de 1890, día que
recordaba la huelga que terminó con la condena de los
dirigentes obreros en Chicago cuatros años antes. Ese día pasó a ser mundialmente una jornada de lucha y de protesta de
la clase trabajadora, mostrando también su fuerte carácter
internacionalista. A excepción de los Estados Unidos en
donde la burguesía modificó la fecha de conmemoración:
allí celebran el Labor Day.
Los
actos en los más alejados lugares del planeta y con un
fuerte sentido de independencia de clase, eran una característica
propia hasta bien entrado el siglo XX: el capitalismo
había polarizado la sociedad en dos grandes clases y una de
ellas vivía de la explotación de la otra y manejaba además
el timón del estado que con sus leyes como con sus fuerzas
armadas se hallaban al servicio de aquélla. Los
actos obreros denunciaban dicha realidad y planteaban la
construcción de organizaciones propias para acabar con ese
estado de cosas.
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