Declaraciones
de Graciela Fernández Meijide
Hoy como ayer: Juicio y castigo a todos
los culpables
Por Ana Vázquez
Con motivo de la presentación de su libro “La historia
íntima de los derechos humanos en la Argentina” hizo
declaraciones sobre su contenido, referido al genocidio en
la Argentina.
Opinó que debería haber una reforma al Código Penal,
que permitiera rebajar las condenas a aquellos militares que
revelaran el destino de los desaparecidos y los bebés
nacidos en cautiverio.
El otro
aspecto al que se refirió fue sobre el número de víctimas
de la dictadura. Manifestó que no estaba comprobada la
cifra de 30.000, cuando la CONADEP (Comisión Nacional
Desaparición de Personas) sólo recibió 9.000 denuncias.
A la señora Meijide le secuestraron uno de sus hijos de
17 años que pertenecía al agrupamiento Juventud Guevarista.
Nunca supieron más nada de él.
En medio de su búsqueda incesante, ingresó a la APDH
(Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). Fue miembro
de su mesa ejecutiva y luego, en el gobierno de Alfonsín,
integró la CONADEP.
La Asamblea, creada en 1975, en plena escalada represiva
del gobierno de Isabel Perón, recibía denuncias sobre
atentados a los derechos humanos y presentaba los reclamos
ante las autoridades. Lo integraban miembros de los partidos
políticos y de las iglesias metodista y católica. Lo hacían
a título personal, no representando a sus organizaciones.
El doctor Alfonsín era uno de ellos, junto a otras figuras
de los partidos tradicionales. Otros eran miembros de
partidos menores, como el Socialista de Alfredo Bravo o la
Democracia Cristina, a la que pertenecía el doctor Augusto
Conte Mac Donnell. También participaba un integrante del
Partido Comunista. La señora Meijide la integró sin
pertenecer en ese momento a ningún partido político,
aunque es conocido su paso posterior por el Frepaso y la
Alianza.
La APDH era el organismo más superestructural, canalizaba
denuncias, pero no reunía ni organizaba a los familiares de
las víctimas. Era el más conservador desde el punto de
vista político porque en él se expresaban, con matices,
las variantes patronales en la política hacia los derechos
humanos.
El resto de los organismos de derechos humanos que
actuaban y que se fueron creando a partir del golpe militar
eran dirigidos por el PC o sectores de la Iglesia, a excepción
de las Madres de Plaza de Mayo que surgieron totalmente
independientes. Posteriormente se formó el CELS, también
conformado por integrantes de partidos políticos.
Las Madres y la Comisión de Familiares de Detenidos y
Desaparecidos por Razones Políticas eran las que agrupaban
fundamentalmente a los familiares no solamente con tareas de
asistencialismo, sino que apuntaban a organizarlos.
Tal fue así que cuando la movilización democrática
contra los milicos empezó a despuntar, fueron las Madres,
en primer lugar, y la Comisión de Familiares de Detenidos y
Desaparecidos por Razones Políticas, los que estuvieron al
frente del proceso de movilización y confluyeron con la
vanguardia popular y juvenil que salió a pelearle a la
dictadura.
¿Cómo establecer toda la verdad?
En el transcurso de esos años, hubo varias consignas que
dividieron aguas y fueron motivo de duras polémicas en el
movimiento democrático.
Del 76 al 80 (año en que vino la OEA a nuestro país) la
de aparición con vida de los detenidos-desaparecidos,
cuando había posibilidades de rescatar a un sector con
vida.
Posteriormente, las de: Verdad y Juicio y castigo a todos
los culpables. Fueron las consignas que sellaron la unidad
de la lucha democrática contra la dictadura.
La Asamblea no las levantaba, porque no estaba a favor de
desarrollar la movilización contra la dictadura. Las tomó
como propias cuando el proceso ya estaba en desarrollo, para
tratar de frenarlo y encauzarlo hacia una salida que no dañara
a las instituciones, incluida la institución militar. Las
consignas se impusieron en las calles y esa lucha denodada
fue la que arrancó el Juicio a las Juntas y el
enjuiciamiento del puñado de genocidas que hoy están
presos.
Como furgón de cola de la concertación burguesa
“democrática” con los militares, el 8 de marzo de 1983,
cuando éstos estaban por entregar el poder, elaboran un
documento que dirige al Ministerio del Interior y al Equipo
de Pastoral Social. O sea, al gobierno militar y a la
Iglesia. En él proponen que los militares entreguen en un
plazo (de 10 y de 30 días) a los detenidos-desaparecidos y
los niños apropiados a la Comisión Permanente del
Episcopado. Asimismo, proponen que el gobierno entregue a la
Corte Suprema de Justicia la información sobre los hábeas
corpus interpuestos con resultado negativo (todos) y otro
informe a la mencionada Comisión del Episcopado dirigido al
Congreso de la Nación, el cual sería entregado a 30 días
de iniciadas las sesiones en las Cámaras.
Proponían que todo se arreglara en las alturas y en
secreto, que el pueblo no conociera lo que había ocurrido
en los campos de concentración ni hubiera castigo a todos
los responsables.
Ese era el momento de luchar por la Verdad, cuando los
militares estaban en retirada y había una amplia movilización
democrática. Las verdades parciales que se lograron conocer
posteriormente fueron consecuencia de esa movilización.
El cuestionamiento a la cifra de desaparecidos no escapa a
nadie que es con la clara intención de poner en duda la
magnitud del genocidio.
Las cifras oficiales (no de los organismos ni de los
partidos de izquierda) hablan de 30.000 porque se tienen en
cuenta las denuncias efectuadas en su momento, las 9.000
registradas en la CONADEP y un cálculo estimativo de las
que no llegaron a hacerse.
¿O no es acaso conocido que muchas familias carentes de
recursos o por miedo no llegaron a reclamar? ¿O que en
algunas sólo quedaron niños o ancianos? ¿O que otros
familiares murieron de tristeza y desamparo? ¿O no es
cierto que los militares impusieron el terror y era más que
riesgoso buscar el paradero de un familiar, un amigo, un
compañero?
Ante los aires de “campo” que se instalaron en el país,
ya salieron los “memoriosos” golpistas a hablar de
cifras y hacer cálculos, darle prensa a la señora Meijide,
para sembrar la duda de que, al final... no fue para tanto.
Y si no fue para tanto... podemos dar por concluido el tema.
Eso es lo que intentan hacer desde hace 33 años. Desde la
ley 22.068 de presunción de fallecimiento que impuso el
general Viola en el 79 para intentar certificar la muerte de
todos los desaparecidos, hasta los que reclaman (a viva voz
o por lo bajo) desde la derecha más reaccionaria, que hay
que terminar con los juicios a los militares.
Ponen, también,
blanco sobre negro, la necesidad de seguir levantando el
castigo a todos los culpables de los secuestros y crímenes
de ayer y de hoy, como el de Jorge Julio López y el de
Carlos Fuentealba.
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