Los
Kirchner cantan “Volver”
FMI
sí, pero ajuste... también
Por Marcelo Yunes
“Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor”
(C. Gardel-A. Le Pera)
Es
verdad que no querían, pero los Kirchner, en uno de sus
habituales giros pragmáticos, debieron reconocer la
realidad: el Estado argentino no está en condiciones de
funcionar sin volver al endeudamiento externo. Esto es, sin
volver con la frente (y la caja del fisco) marchita a los
“mercados financieros internacionales”. Así, los
Kirchner están terminando su gestión como la empezaron.
Pocos recuerdan que antes de los desafíos estentóreos al
FMI, y hasta la cancelación de la deuda del 2005, los
organismos financieros internacionales (FMI, BM, BID) no habían
dejado de recibir un solo dólar ni habían sido afectados
por el default del Estado nacional con los acreedores
privados.
Hoy
que las demás vías de crédito están cerradas y que la
situación fiscal urge, el ministro de Economía Amado
Boudou (el mismo que asumió burlándose del FMI) pide la
escupidera: “La Argentina nunca se fue del Fondo, porque
siguió pagando la cuota. Ahora hay que encontrar una
intersección entre sus intereses y los nuestros (...)
Nuestro objetivo no es volver al Fondo, sino regresar al
mercado financiero internacional”, declaró en Brasilia el
19 de agosto. De paso, digamos que la presencia del ministro
allí obedeció a otro recurso para aliviar las arcas
fiscales: un acuerdo “swap” al estilo del que se hizo
con China, pero con Brasil, por un monto de 1.800 millones
de dólares. No es mucho, pero con lo comprometida que está
la situación de las cuentas públicas, todo suma.
Mientras
la oposición de derecha discute el fútbol y la marihuana,
y mientras la patronal agraria quiere cobrar con otro paro
la cuenta impaga tras las elecciones, el gobierno pone en
marcha su “giro ortodoxo” en materia financiera.
“Tengo miedo del encuentro / con el
pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida”
La
movida oficial no es para pedirle plata al propio FMI
(aunque recibirá muy conforme la parte que le toca de la
ampliación de fondos del organismo, unos 2.500 millones de
dólares). De lo que se trata es de que el Fondo sea el
abogado y garante de la futura buena conducta del gobierno
ante los “mercados”.
Esto
incluye, en primerísimo lugar, a los bonistas que no
entraron al canje de deuda, y en segundo lugar, los
acreedores del Club de París. La diferencia con
especulaciones anteriores es que ya está casi resuelto que ese aval del FMI no será gratis ni por mera simpatía, sino que
debe ser el resultado de un proceso de “acercamiento
institucional”.
El
primer paso de ese acercamiento es aceptar
la auditoría
anual de las cuentas nacionales que hace el FMI a los países
miembros (los no desarrollados, por supuesto; a los
socios-dueños del FMI nadie les mira los balances). Es lo
que se conoce como artículo IV de los estatutos del
organismo, y el Estado argentino no accede a esa revisión
externa desde 2006.
El
argumento oficial es que aceptar la auditoría no implica
comprar las recomendaciones del Fondo. Según el brioso
Boudou, “sólo se discutirán aspectos técnicos; no
vamos a aceptar un plan de ajuste. El
gobierno no discute políticas con el FMI, como sí
hicieron otros”. Pero son
palabras: “el viajero que huye, tarde o temprano
detiene su andar”. Por lo pronto, uno de los grandes
problemas de aceptar la misión del FMI es que antes de
empezar a mirar los números está la cuestión del INDEC.
Dos
cosas son sabidas: el gobierno manipula el índice
inflacionario para ahorrar plata (buena parte de los bonos
de deuda se ajustan por ese porcentaje) y la oposición que
se queja de ese manoseo en realidad hace lobby por los
intereses de los acreedores, no por la virtud de las estadísticas
argentinas.
Ese
brete no tenía solución hasta que el gobierno decidió un
nuevo canje de deuda. La zanahoria es que los nuevos bonos
no se ajustarán por el CER (es decir, el índice de inflación
K) sino por una tasa más previsible (Badlar) y un generoso
plus. Así, se matan varios pájaros de un tiro: se ahorran
unos pesos, se patean vencimientos para adelante, se les
quita un argumento a los acreedores... y se alivia un factor
de roce con el FMI.
Claro
que se paga un precio peligroso: engordar los vencimientos,
a tasa más alta, para 2014. Pero para el hondo sentido
estratégico de la clase política y empresarial argentina,
2014 es el siglo XXIII.
Por
otra parte, el gobierno, en uno de esos ataques ciclotímicos
de optimismo que suele tener, parece confiar en que se viene
un “nuevo” FMI,
más “político”, más “heterodoxo” y menos brutal
para exigir planes de ajuste aquí y allá también, sin
mirar a quién. Así le va a ir.
Es
verdad que la crisis de 2001 en Argentina, entre otras, dejó
por el suelo el prestigio del Fondo y pintó a sus cuadros técnicos
como burócratas toscos, generadores insensibles de
estallidos político-sociales. Pero subirse al tren del
“imperialismo light”, simbolizado en la sonrisa de Obama
frente al adusto ceño de Bush, y suponer que eso tendrá
traducción política y técnica en las decisiones de la más
orgánica entidad financiera del mundo capitalista es,
francamente, más que ingenuidad.
No
hay más que constatar las recetas reciente del FMI:
“Son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor” en Latinoamérica y el resto del
mundo.
De
modo que para los trabajadores y los sectores populares no
hay ni puede haber lugar para ilusiones. Más allá de las
peleas (algunas importantes, otras no tanto) de los Kirchner
con los sectores patronales más “destituyentes”, la agenda económica para la “transición” al 2011 viene con ajuste
y torniquete a todo vapor. El “nuevo” FMI no va a
proponer otra cosa que el aceite de ricino del Consenso de
Washington de 1989. En ese plano, “veinte años no es
nada”...
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