Socialismo o Barbarie, periódico Nº 158, 27/08/09
 

 

 

 

 

 

Los Kirchner cantan “Volver”

FMI sí, pero ajuste... también

Por Marcelo Yunes

“Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor”
(C. Gardel-A. Le Pera)

Es verdad que no querían, pero los Kirchner, en uno de sus habituales giros pragmáticos, debieron reconocer la realidad: el Estado argentino no está en condiciones de funcionar sin volver al endeudamiento externo. Esto es, sin volver con la frente (y la caja del fisco) marchita a los “mercados financieros internacionales”. Así, los Kirchner están terminando su gestión como la empezaron. Pocos recuerdan que antes de los desafíos estentóreos al FMI, y hasta la cancelación de la deuda del 2005, los organismos financieros internacionales (FMI, BM, BID) no habían dejado de recibir un solo dólar ni habían sido afectados por el default del Estado nacional con los acreedores privados.

Hoy que las demás vías de crédito están cerradas y que la situación fiscal urge, el ministro de Economía Amado Boudou (el mismo que asumió burlándose del FMI) pide la escupidera: “La Argentina nunca se fue del Fondo, porque siguió pagando la cuota. Ahora hay que encontrar una intersección entre sus intereses y los nuestros (...) Nuestro objetivo no es volver al Fondo, sino regresar al mercado financiero internacional”, declaró en Brasilia el 19 de agosto. De paso, digamos que la presencia del ministro allí obedeció a otro recurso para aliviar las arcas fiscales: un acuerdo “swap” al estilo del que se hizo con China, pero con Brasil, por un monto de 1.800 millones de dólares. No es mucho, pero con lo comprometida que está la situación de las cuentas públicas, todo suma.

Mientras la oposición de derecha discute el fútbol y la marihuana, y mientras la patronal agraria quiere cobrar con otro paro la cuenta impaga tras las elecciones, el gobierno pone en marcha su “giro ortodoxo” en materia financiera.

“Tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida”

La movida oficial no es para pedirle plata al propio FMI (aunque recibirá muy conforme la parte que le toca de la ampliación de fondos del organismo, unos 2.500 millones de dólares). De lo que se trata es de que el Fondo sea el abogado y garante de la futura buena conducta del gobierno ante los “mercados”.

Esto incluye, en primerísimo lugar, a los bonistas que no entraron al canje de deuda, y en segundo lugar, los acreedores del Club de París. La diferencia con especulaciones anteriores es que ya está casi resuelto que ese aval del FMI no será gratis ni por mera simpatía, sino que debe ser el resultado de un proceso de “acercamiento institucional”.

El primer paso de ese acercamiento es aceptar la auditoría anual de las cuentas nacionales que hace el FMI a los países miembros (los no desarrollados, por supuesto; a los socios-dueños del FMI nadie les mira los balances). Es lo que se conoce como artículo IV de los estatutos del organismo, y el Estado argentino no accede a esa revisión externa desde 2006.

El argumento oficial es que aceptar la auditoría no implica comprar las recomendaciones del Fondo. Según el brioso Boudou, “sólo se discutirán aspectos técnicos; no vamos a aceptar un plan de ajuste. El gobierno no discute políticas con el FMI, como sí hicieron otros”. Pero son palabras: “el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar”. Por lo pronto, uno de los grandes problemas de aceptar la misión del FMI es que antes de empezar a mirar los números está la cuestión del INDEC.

Dos cosas son sabidas: el gobierno manipula el índice inflacionario para ahorrar plata (buena parte de los bonos de deuda se ajustan por ese porcentaje) y la oposición que se queja de ese manoseo en realidad hace lobby por los intereses de los acreedores, no por la virtud de las estadísticas argentinas.

Ese brete no tenía solución hasta que el gobierno decidió un nuevo canje de deuda. La zanahoria es que los nuevos bonos no se ajustarán por el CER (es decir, el índice de inflación K) sino por una tasa más previsible (Badlar) y un generoso plus. Así, se matan varios pájaros de un tiro: se ahorran unos pesos, se patean vencimientos para adelante, se les quita un argumento a los acreedores... y se alivia un factor de roce con el FMI.

Claro que se paga un precio peligroso: engordar los vencimientos, a tasa más alta, para 2014. Pero para el hondo sentido estratégico de la clase política y empresarial argentina, 2014 es el siglo XXIII.

Por otra parte, el gobierno, en uno de esos ataques ciclotímicos de optimismo que suele tener, parece confiar en que se viene un “nuevo” FMI, más “político”, más “heterodoxo” y menos brutal para exigir planes de ajuste aquí y allá también, sin mirar a quién. Así le va a ir.

Es verdad que la crisis de 2001 en Argentina, entre otras, dejó por el suelo el prestigio del Fondo y pintó a sus cuadros técnicos como burócratas toscos, generadores insensibles de estallidos político-sociales. Pero subirse al tren del “imperialismo light”, simbolizado en la sonrisa de Obama frente al adusto ceño de Bush, y suponer que eso tendrá traducción política y técnica en las decisiones de la más orgánica entidad financiera del mundo capitalista es, francamente, más que ingenuidad.

No hay más que constatar las recetas reciente del FMI: “Son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor” en Latinoamérica y el resto del mundo.

De modo que para los trabajadores y los sectores populares no hay ni puede haber lugar para ilusiones. Más allá de las peleas (algunas importantes, otras no tanto) de los Kirchner con los sectores patronales más “destituyentes”, la agenda económica para la “transición” al 2011 viene con ajuste y torniquete a todo vapor. El “nuevo” FMI no va a proponer otra cosa que el aceite de ricino del Consenso de Washington de 1989. En ese plano, “veinte años no es nada”...