Socialismo o Barbarie, periódico Nº 162, 22/10/09
 

 

 

 

 

 

¿Cómo intervenir en los conflictos obreros?

Una vez más acerca de la estrategia para ganar

“El secretario textil y tesorero de la UIA, Jorge Sorabilla, se declaró esperanzado con que el conflicto de la ex planta de Terrabusi se convierta en un caso testigo para desalentar nuevas ocupaciones de plantas (…) al menos esperamos que el desenlace con el desalojo de la fábrica se convierta en un ‘leading case’ para disuadir futuras tomas de plantas”[1].

Tomando en cuenta las luchas más importantes del último período, entre las filas de la izquierda se ha ido abriendo un  debate que se repite: ¿qué medida impulsar ante la eventualidad de despidos masivos? Hay que arrancar señalando que, desde ya, ninguna lucha puede ser abordada con un “recetario” a aplicar en toda circunstancia de tiempo y lugar. Es decir, siempre hace falta el análisis concreto de la situación concreta: la diversidad de coyunturas políticas y económicas, de patronales, del ala de la burocracia que peso en el lugar determinado, de características de la base y el activismo, hace que cada conflicto sea siempre un escenario específico y de mucha complejidad.

Lucha sindical, lucha política y lucha legal

En términos generales, lo que se puede decir es que hay siempre como una combinación de tres elementos: la lucha dentro de la fábrica (y hacia el gremio en su conjunto), la pelea en el plano político (hacia el gobierno) y la disputa legal. Toda pelea de importancia debe tener alguna combinación específica de estos tres elementos.

La lucha adentro es obvia. Se trata de las medidas que deben tomar los propios compañeros afectados en su lugar de trabajo buscando la mayor unidad de todos los compañeros, que la vanguardia no se “despegue” de la base, ni que se realicen acciones “descolgadas” del conjunto: ni hay que “delirarse”… ni hay que “marcar el paso” con los elementos más atrasados: se trata de un equilibrio muy complejo.

La proyección hacia afuera tiene que ver con pegar sobre el conjunto del gremio. Es decir, ver la forma de lograr pelearle la dirección del conjunto a la burocracia sindical que si en general es desbordada donde se produce el conflicto, la más de las veces logra controlar el resto de las plantas: esto vía la exigencia, la denuncia y la organización independiente según sea el caso.  Este plano implica también la proyección de la lucha hacia el conjunto de la sociedad: es el plano más político que hoy por hoy se ordena alrededor de la responsabilidad del gobierno K, de impulsar la desconfianza en el Ministerio de Trabajo.

En el contexto anterior, la lucha legal tiene una importancia enorme: no se puede desconocer infantilmente la manera en que las leyes laborales “rigen” materialmente las relaciones obrero-patronos-sindicatos. “Mediaciones” que, claro está, se ponen enteramente en juego a la hora de una medida de fuerza: es un hecho que a toda la lucha de fábrica hay que ir con abogado “en mano”. En fin, el que desconozca que estos tres planos se combinan en toda lucha obrera es un cretino infantilista.

Pero hay algo más: en la izquierda ha venido madurando un debate acerca de cómo combinar estos tres planos, se trata de una discusión que venimos teniendo desde la experiencia de Pilkington y que ahora se acaba de renovar con el caso Kraft[2].

Para abordarlo se pueden aquí formular una serie de “leyes generales”, leyes alrededor de las cuales ha venido madurando, repetimos, este debate. La primera tiene que ver con el necesario equilibrio entre los planos de la lucha sindical y política y la legal. Lo legal debe estar subordinado a lo político y no al revés: no puede ser que sean los abogados los que den la política para la lucha. Eso no responde a ninguna tradición de la lucha de clases obrera sino que configura una desviación “legalista”.

Luego está el complejísimo tema de las conciliaciones obligatorias: siempre es muy difícil resolverlo porque, efectivamente, la clase obrera argentina sigue siendo muy legalista y entonces, la más de las veces, no hay otra alternativa que pasar por la experiencia de la conciliación… Cuestión ésta que a veces se logra afrontar exitosamente y en otras, tal es la “plancha” que le mete a la lucha, que termina siendo el factor por excelencia para desgastar la pelea hasta el infinito. En  fin, la conciliación es un arma de doble filo que, en última instancia, siempre está al servicio de la patronal y no de los obreros[3].

La problemática de la ocupación

Una cuestión decisiva tiene que ver con las medidas de lucha: ha venido madurando un debate alrededor de la oportunidad o no de la ocupación de fábrica frente a la eventualidad de despidos masivos. Claro que esta medida nunca puede ser una receta y que, para efectivizarla en serio, debe ser masiva[4]. Además, desde estas mismas páginas hemos reconocido que no estamos todavía en presencia de una tendencia clara: no es nada fácil ocupar realmente una fábrica, ni hacer frente a las órdenes de desalojo.

Pero el debate no es ese, sino hay que ir educando a la vanguardia obrera en ese sentido. Porque la pregunta a hacernos es: ¿qué es mejor, pelear desde adentro del alambrado o desde afuera de la planta? Este último fue el caso del Casino (no hubo alternativa por la patota) u otras experiencias del pasado como es el “síndrome” que hay en FATE por la experiencia de la derrota del 91 (por una maniobra de la empresa, todo el personal quedó del lado de afuera). En todo caso, lo que no se puede ni debe hacer es sacar una oportunista “ley general” en contra de la ocupación. “La experiencia de la ocupación es estratégica: revela el verdadero poder que anida en la acción colectiva de la clase obrera cuando se saca de encima todas las telarañas mentales, jurídicas y de todo tipo y color que oprimen su conciencia”[5].

Lo anterior es así sobre todo en el caso de que lo que haya que enfrentar sean provocaciones del tipo despidos de comisiones internas (o cuerpos de delegados) o echadas masivas de compañeros de la base y el activismo.

Unas palabras acerca de otro problema: la coordinación de las luchas todavía sigue siendo muy embrionaria; mas bien, lo que se está dando, es la tendencia a comités de apoyo y recorrida de fondo de huelga. La coordinación es más difícil porque para que sea efectiva y real tiene que haber simultaneidad real en las luchas que permitan realmente coordinarlas. Es decir: debería haber un ascenso de conjunto de la clase obrera –que todavía no se está verificando– para que ésta sea una posibilidad efectiva y no un saludo a la bandera.

Las tareas del próximo período

“Las huelgas de los trabajadores del Casino, del Subte, del Neumático y del Teléfono ya pertenecen a la historia del movimiento obrero revolucionario”[6].

Todavía no hay un ascenso de las luchas obreras de conjunto. El proceso de recomposición no deja de ser “fragmentario”: de gremio en gremio. Esto no quiere decir que no haya que ir pensando cómo prepararse para el futuro también en el sentido digamos “organizacional” del término. Cada partido de izquierda tiene el derecho inalienable a poner en pie su propia corriente político-sindical si así lo desea; o impulsar las agrupaciones que en cada caso crea conveniente para la organización de la vanguardia. Incluso en el caso del impulso de una corriente clasista al interior de la vanguardia obrera (delimitándose no sólo de la burocracia en todas sus expresiones, sino incluso de aquellas “corrientes” que tienden a darle un apoyo “crítico” a la CTA o a ser absorbidas por tendencias de este tipo[7]), para que una alternativa así sea real no podrá descansar en los esfuerzos de una sola corriente, sino que deberá tener elementos de frente único real. En todo caso, lo que parece estar planteando en el futuro más o menos inmediato, es la posibilidad de que la izquierda independiente apunte a la disputa lisa y llana de algunos sindicatos, lo que sería histórico.

La misma “ley” señalada arriba vale para el desafío de ir creando las condiciones para poner en pie un Encuentro Nacional de Trabajadores, esto en la medida que se produzca un salto más de conjunto en las luchas obreras. Inevitablemente éste deberá tener elementos de frente único de tendencias. Porque ninguna corriente por sí sola podrá, de manera ultimatista, poner en pie un organismo de lucha efectivo de este tipo so pena que esta experiencia sea una mera caricatura para el “auto bombo” interno[8].

Por lo pronto, hay que ir acumulando fuerzas preparando la respuesta a un verdadero ascenso obrero de conjunto para que sobre la base de una experiencia de lucha real (del tipo coordinadoras obreras del Gran Buenos Aires en el año 1975) se puedan poner en pie organismos de frente único que desborden las corporativas fronteras de los sindicatos.


[1] La Nación, 29 de septiembre.

[2] Para más detalles ver a este respecto “El debate sobre la estrategia para ganar” en SoB periódico Nº 159.

[3] En esto todavía recordamos como Ramón Bogado insistió a lo largo de todo el conflicto de que “la conciliación es una herramienta a favor del obrero”: toda la experiencia histórica de las luchas de los últimos 20 años atestigua en contra de este acerto, más allá de que, efectivamente, muchas veces no quede otra que agarrar una conciliación para que los compañeros hagan la experiencia con la misma.

[4] Ojo, esto no quiere decir que experiencias de permanencia en planta como la reciente en Kraft o la que vivimos nosotros como nuevo MAS en oportunidad de la lucha de Crónica de hace unos años, sean, como tales, “ultradas”, siempre y cuando sean tomadas dentro de determinadas condiciones.

[5] SoB periódico Nº 159.

[6] El Aromo, Nº 50.

[7] En varias de las experiencias de reorganización en curso (como por ejemplo el caso del Subte, pero no solo allí) hay peligros o presiones en el sentido de una adaptación a la burocracia de la CTA. 

[8] Da toda la impresión de que por estas horas el PTS está intentando dar pasos de este limitado tipo.