El
capitalismo uruguayo se desarrolló durante la primera mitad
del siglo pasado entre la retirada del imperialismo inglés
y la necesidad de los intereses de Estados Unidos de avanzar
sobre las márgenes rioplatenses. En este sentido tuvo en
José Batlle y en sus dos períodos presidenciales
(1903-1907 y 1911-1915) la base de la modernización de
Uruguay a través de una política reformista. “La
modernización estructural que implicaba este programa
aparejó eficaces estímulos a las faenas agrícolas y se
concretó mediante un audaz plan de obras públicas
destinado al desarrollo de una red vial en abierto desafío
al monopolio ferroviario ejercido por los ingleses”[1].
Este plan será sustentado en gran parte por empréstitos de
Wall Street y los monopolios yanquis comenzarán su
penetración. La Standard Oil sentará sus cimientos en 1911
con la East Indie Oil Co. Y en 1915 llega el National City
Bank of New York a la capital uruguaya y poco después la
Lone Star Cement Comp levantará la Compañía Uruguaya de
Cemento Portland. Por otro lado, esta “modernización”
del país se asentaba sobre su carácter dependiente, básicamente
productor de lana y carne, cuyas exportaciones van a
reportar fabulosas ganancias a los capitalistas del campo y
un amplio margen para que el Estado burgués llevara
adelante sus reformas y la creación de cargos públicos que
irán moldeando una fuerte clase media. A principios del
siglo XX la oligarquía estaba conformada por 3.000 familias
que eran dueños de las tierras que representaban las tres
cuartas partes de Uruguay.
Con
Batlle, el país rioplatense va a adquirir el formato
capitalista que era mirado y puesto como ejemplo por el
resto de Latinoamérica.
“Batlle
y sus sucesores hicieron el ‘milagro’ de armar una república
burguesa modelo. Uruguay había de ser el país sin
analfabetos; había de ser quizás el país más urbano del
mundo (81% de población en ciudades) aunque su principal
producción era y es en el campo; Uruguay había de ser el
país sin luchas sociales, donde una avanzada legislación
garantizaba al ciudadano medio –desde su nacimiento hasta
su muerte– asistencia médica, vivienda, un empleo público
y una buena jubilación antes de los 50 años; Uruguay había
de ser el país prácticamente sin Fuerzas Armadas, donde
los gobiernos los elegía el pueblo... optando entre el
partido burgués oficialista (Colorado) y el partido burgués
‘opositor’ (Blanco), por supuesto.”[2]
A
mediados de la década del 30 se va a ir desarrollando un
movimiento obrero ligado a la industria liviana y los frigoríficos
concentrados en Montevideo. En los años 40 las filas
obreras experimentaron un nuevo crecimiento que irá acompañado
también con un aumento de los conflictos.
“En el período se dieron importantes y fuertes luchas
sindicales: la de los ferroviarios en mayo-junio de 1947 (un
gremio hasta entonces muy dependiente de la patronal
inglesa), la huelga de los obreros de la lana en 1950, las
huelgas generales de los ‘gremios solidarios’ de 1951 y
1952 (con aplicación ese año de medidas de seguridad), y
movilizaciones victoriosas pero trágicas –hubo obreros
muertos a manos de rompehuelgas– como la huelga textil a
fines de 1954, y la metalúrgica al año siguiente. Estos
hechos revelaron la pujanza del sindicalismo y a la vez el
crecimiento de las tensiones sociales y el clima de
confrontación que luego se profundizaría.”[3]
Notas:
1.
“Batlle. La democracia uruguaya.” Juan Damonte.
2.
“El fin del populismo oligárquico” Avanzada Socialista
Nº 66, julio de 1973.
3.
“La historia de la clase obrera y los sindicatos en el
siglo XX: experiencias y aportes”. Mag. Rodolfo Porrini.