Socialismo o Barbarie, periódico Nº 162, 22/10/09
 

 

 

 

 

 

Historia: Uruguay

El “milagro” oriental

Por Oscar Alba

El capitalismo uruguayo se desarrolló durante la primera mitad del siglo pasado entre la retirada del imperialismo inglés y la necesidad de los intereses de Estados Unidos de avanzar sobre las márgenes rioplatenses. En este sentido tuvo en José Batlle y en sus dos períodos presidenciales (1903-1907 y 1911-1915) la base de la modernización de Uruguay a través de una política reformista. “La modernización estructural que implicaba este programa aparejó eficaces estímulos a las faenas agrícolas y se concretó mediante un audaz plan de obras públicas destinado al desarrollo de una red vial en abierto desafío al monopolio ferroviario ejercido por los ingleses”[1]. Este plan será sustentado en gran parte por empréstitos de Wall Street y los monopolios yanquis comenzarán su penetración. La Standard Oil sentará sus cimientos en 1911 con la East Indie Oil Co. Y en 1915 llega el National City Bank of New York a la capital uruguaya y poco después la Lone Star Cement Comp levantará la Compañía Uruguaya de Cemento Portland. Por otro lado, esta “modernización” del país se asentaba sobre su carácter dependiente, básicamente productor de lana y carne, cuyas exportaciones van a reportar fabulosas ganancias a los capitalistas del campo y un amplio margen para que el Estado burgués llevara adelante sus reformas y la creación de cargos públicos que irán moldeando una fuerte clase media. A principios del siglo XX la oligarquía estaba conformada por 3.000 familias que eran dueños de las tierras que representaban las tres cuartas partes de Uruguay.

Con Batlle, el país rioplatense va a adquirir el formato capitalista que era mirado y puesto como ejemplo por el resto de Latinoamérica.

“Batlle y sus sucesores hicieron el ‘milagro’ de armar una república burguesa modelo. Uruguay había de ser el país sin analfabetos; había de ser quizás el país más urbano del mundo (81% de población en ciudades) aunque su principal producción era y es en el campo; Uruguay había de ser el país sin luchas sociales, donde una avanzada legislación garantizaba al ciudadano medio –desde su nacimiento hasta su muerte– asistencia médica, vivienda, un empleo público y una buena jubilación antes de los 50 años; Uruguay había de ser el país prácticamente sin Fuerzas Armadas, donde los gobiernos los elegía el pueblo... optando entre el partido burgués oficialista (Colorado) y el partido burgués ‘opositor’ (Blanco), por supuesto.”[2]

A mediados de la década del 30 se va a ir desarrollando un movimiento obrero ligado a la industria liviana y los frigoríficos concentrados en Montevideo. En los años 40 las filas obreras experimentaron un nuevo crecimiento que irá acompañado también con un aumento de los conflictos. “En el período se dieron importantes y fuertes luchas sindicales: la de los ferroviarios en mayo-junio de 1947 (un gremio hasta entonces muy dependiente de la patronal inglesa), la huelga de los obreros de la lana en 1950, las huelgas generales de los ‘gremios solidarios’ de 1951 y 1952 (con aplicación ese año de medidas de seguridad), y movilizaciones victoriosas pero trágicas –hubo obreros muertos a manos de rompehuelgas– como la huelga textil a fines de 1954, y la metalúrgica al año siguiente. Estos hechos revelaron la pujanza del sindicalismo y a la vez el crecimiento de las tensiones sociales y el clima de confrontación que luego se profundizaría.”[3]


Notas:

1. “Batlle. La democracia uruguaya.” Juan Damonte.

2. “El fin del populismo oligárquico” Avanzada Socialista Nº 66, julio de 1973.

3. “La historia de la clase obrera y los sindicatos en el siglo XX: experiencias y aportes”. Mag. Rodolfo Porrini.