El papel de la huelga de masas en la revolución
La vida de Rosa
Luxemburgo estuvo plenamente consagrada a la lucha por la
Revolución Socialista. Nació en marzo de 1870, en el seno
de una familia judía de clase media en Zamosc, un pueblo
cercano a Lublin en la Polonia dominada por el zarismo.
Desde muy joven abrazó la causa revolucionaria. En 1887, se
unió a uno de los núcleos del partido Proletariat que había
sido desmantelado por la represión. Tenía 16 años y tres
años más tarde tendrá que salir de Polonia perseguida por
la policía. Se dirigió a Zurich, una ciudad con muchos
exilados polacos y rusos. Allí conoció a Plejanov,
Axelrod, Vera Zasulich y otros dirigentes socialdemócratas.
Rápidamente
Rosa Luxemburgo comenzó a ser reconocida militante
del Partido Socialista de Polonia. Se convirtió en una de
las principales colaboradoras y a los 22 años representó a
ese partido en el Congreso de la Internacional Socialista y se volcó con inmensa pasión revolucionaria al movimiento
obrero alemán.
Por entonces en
Alemania el nivel de vida de los obreros había logrado
aumentar, desde la crisis de 1873 los sindicatos y las
cooperativas se habían hecho fuertes. Esto hacía que la
burocracia de los sindicatos, junto a la influencia que la
socialdemocracia comenzaba a tener en el parlamento, se
alejaba de los principios revolucionarios y planteaban la
necesidad de reformas y de un cambio gradual del
capitalismo. Rosa fue quien salió a responder en defensa de
los principios del marxismo revolucionario.
De esta manera Rosa
Luxemburgo mantuvo una trayectoria revolucionaria.
Polemizando con aciertos y equívocos, pero fiel al
marxismo. Y fue en 1914, cuando la socialdemocracia vota a
favor de los presupuestos para la guerra, ella rompe
definitivamente con ese partido y junto a Karl Liebknecht,
Franz Mehring y Clara Zetkin, entre otros, funda la Liga
Espartaco. Luego fue encarcelada y en noviembre de 1918
estalló la revolución alemana. En diciembre va a fundar el
Partido Comunista Alemán. Finalmente a principios de 1919
la revolución es derrotada. Rosa y Liebknecht son detenidos
y el 15 de enero asesinados.
Rosa Luxemburgo fue
una de las grandes marxistas revolucionarias. Así lo
reconocieron Lenin y Trotsky, con quienes polemizó, muchas
veces equivocadamente, pero en el marco de la pasión y la
honestidad revolucionaria. Su obra –intelectual y
militante– requiere de una valoración y actualización
permanentes frente a los problemas cotidianos y estratégicos
que nos plantea el putrefacto sistema capitalista al cual
Rosa nunca dejó de combatir.
Presentamos entonces
un fragmento del texto de Rosa “Huelga de masas, partido y
sindicatos” (extraído de sus Obras Escogidas de Editorial
Antídoto) en el cual polemiza con la posición reformista
de Kautsky y la socialdemocracia alemana, que sostenían que
el método de la huelga de masas era una
“particularidad” sólo rusa, de países más
“atrasados”, que en relación a Alemania, con las
negociaciones sindicales y el parlamentarismo, la clase
obrera podría alcanzar sus objetivos.
Todo el mundo sabe cómo
terminó esta historia... en el pantano de las trincheras de
la Primera Guerra Mundial.
Hemos visto que la huelga de masas rusa no es el producto
artificial de alguna táctica premeditada de los socialdemócratas.
Es un fenómeno histórico natural que se apoya en la actual
revolución. Ahora bien, ¿cuáles son las causas entonces
que han hecho surgir en Rusia esta nueva forma fenoménica
de la revolución?
La próxima tarea de la Revolución Rusa será la abolición
del absolutismo y la creación de un Estado moderno,
parlamentario burgués, constitucional. Formalmente, es la
misma tarea que plantearon la Revolución de Marzo en
Alemania y la Gran Revolución Francesa de fines del siglo
XVIII. Pero las condiciones y el medio histórico en que se
dieron esas revoluciones formalmente análogas a la Rusa son
fundamentalmente distintas de las que imperan actualmente en
Rusia. La diferencia fundamental deriva de que en el lapso
que media entre aquellas revoluciones burguesas de Occidente
y la actual revolución burguesa de Oriente se cumplió el
ciclo del desarrollo capitalista. Y este proceso no afectó
solamente a los países de Europa Occidental sino también a
la Rusia absolutista.
La gran industria, con todas sus consecuencias: las
modernas divisiones de clase, los agudos contrastes
sociales, la vida actual en las grandes ciudades y el
proletariado contemporáneo, se ha vuelto en Rusia la forma
predominante, es decir decisiva, en el proceso social de la
producción.
Esta situación histórica tan notable y contradictoria es
fruto de que la revolución burguesa, de acuerdo con sus
tareas formales, será realizada en primer término por un
proletariado con conciencia de clase en un medio
internacional caracterizado por la decadencia de la
democracia burguesa. A diferencia de lo que sucedió en las
primeras revoluciones occidentales, la burguesía no es
ahora el principal elemento revolucionario mientras que el
proletariado, desorganizado y disuelto en la pequeña
burguesía, suministra el material humano para el ejército
burgués. Por el contrario, el proletariado consciente es el
elemento dirigente y motor, mientras que la burguesía está
dividida en grandes sectores, algunos francamente
contrarrevolucionarios, otros débilmente liberales; sólo
la pequeña burguesía rural y la intelligentsia pequeñoburguesa
urbana están claramente en la oposición, algunos con
mentalidad revolucionaria.
El proletariado ruso, destinado a desempeñar el rol
dirigente en la revolución burguesa, entra a la lucha libre
de toda ilusión respecto de la democracia burguesa, con una
gran conciencia de sus intereses específicos de clase y en
un momento en que ha alcanzado su apogeo el antagonismo
entre el capital y el trabajo. Esta situación
contradictoria se refleja en el hecho de que en esta
revolución, formalmente burguesa, el antagonismo entre la
sociedad burguesa y el absolutismo se rige por el
antagonismo entre el proletariado y la sociedad burguesa; la
lucha del proletariado va dirigida simultáneamente y con la
misma energía contra el absolutismo y contra la explotación
capitalista; y que el programa de la lucha revolucionaria
pone igual énfasis en la libertad política que en la
conquista de la jornada laboral de ocho horas y un nivel de
vida material aceptable para el proletariado. Este carácter
dual de la Revolución Rusa se expresa en la unión estrecha
entre la lucha económica y la política y en su mutua
interacción, fenómeno que caracteriza a los
acontecimientos rusos y que encuentra su expresión adecuada
en la huelga de masas.
En las primeras revoluciones burguesas, por un lado, la
educación y dirección política de las masas
revolucionarias estaba en manos de partidos burgueses y, por
otro lado, se trataba simplemente de derrocar al gobierno.
Por eso, la lucha revolucionaria encontraba su forma
apropiada en el breve combate de las barricadas. Hoy, cuando
las clases trabajadoras se educan en la lucha
revolucionaria, cuando deben reunir sus fuerzas y dirigirse
a sí mismas, cuando la revolución apunta tanto contra el
viejo poder estatal como contra la explotación capitalista,
la huelga de masas aparece como el medio natural de ganar
para la lucha a las más amplias capas del proletariado y, a
la vez, de derrocar el viejo poder estatal y terminar con la
explotación capitalista. El proletariado industrial urbano
es ahora el alma de la Revolución Rusa. Pero para librar
una lucha política directa masiva, primero se debe reunir
el proletariado en masa; salir de la fábrica y el taller,
la mina y la fundición y superar la atomización y la
decadencia a las que se ve condenado por el yugo cotidiano
de la explotación del sistema.
La huelga de masas es la primera forma natural e impulsiva
de toda gran lucha revolucionaria de la clase obrera, y
cuanto más desarrollado se encuentra el antagonismo entre
el capital y el trabajo más efectiva y decisiva debe ser la
huelga de masas. La forma principal de lucha de las
revoluciones burguesas anteriores, las barricadas, el
conflicto franco con el poder estatal armado es, en la
revolución actual, nada más que el punto culminante, un
momento en el proceso de la lucha de masas proletaria. Y con
ello, en esta nueva forma de la revolución se alcanza la
lucha de clases civilizada y mitigada que profetizaron los
oportunistas de la socialdemocracia alemana: los Bernstein,
David, etcétera. Es cierto que estos hombres veían su
anhelada lucha de clases civilizada y mitigada a la luz de
sus ilusiones pequeñoburguesas democráticas: creyeron que
la lucha de clases se reduciría a un conflicto puramente
parlamentario, y la lucha callejera simplemente desaparecería.
La historia encontró una solución más profunda y
elegante: el surgimiento de la huelga revolucionaria de
masas. Por supuesto, ésta de ninguna manera reemplaza ni
hace innecesaria la brutal lucha callejera, pero la reduce a
un instante en el prolongado periodo de luchas políticas. A
la vez, cumple en el periodo revolucionario una enorme obra
cultural, en el sentido más preciso del término: eleva
material y espiritualmente a la clase obrera de conjunto,
“civilizando” la barbarie de la explotación
capitalista.
Vemos, pues, que la huelga de masas no es un producto
específicamente ruso, consecuencia del absolutismo, sino
una forma universal de la lucha de clases que surge de la
etapa actual del desarrollo capitalista y sus relaciones
sociales. Desde este punto de vista, las tres revoluciones
burguesas –la Gran Revolución Francesa, la Revolución
Alemana de Marzo y la actual Revolución Rusa– forman una
cadena continua en la que se advierte la suerte y el fin de
la era capitalista. En la Gran Revolución Francesa las
contradicciones internas de la sociedad burguesa, apenas
desarrolladas, dieron lugar a un largo periodo de luchas
violentas en el que los antagonismos que germinaron y
maduraron al calor de la revolución se desencadenaron, sin
trabas ni restricciones, con un radicalismo desaforado. Un
siglo después, la revolución de la burguesía alemana, que
estalló cuando el desarrollo del capitalismo había llegado
a mitad de camino, ya se encontraba trabada de ambos lados
por el antagonismo de intereses y el equilibrio de fuerzas
entre el capital y el trabajo. Se ahogaba en una especie de
compromiso burgués-feudal que la redujo a un breve y
miserable episodio que quedó en palabras.
Pasó otro medio siglo. La Revolución Rusa actual se
encuentra en un punto del camino histórico que ya está del
otro lado del punto culminante de la sociedad capitalista,
en el que la revolución burguesa ya no puede ser ahogada
por el antagonismo entre burguesía y proletariado sino que,
por el contrario, abrirá un nuevo periodo prolongado de
luchas sociales violentas, en el que la rendición de
cuentas del absolutismo parecerá insignificante al lado de
las numerosas cuentas abiertas por la propia revolución. La
revolución actual concreta en el marco de la Rusia
absolutista las consecuencias generales del desarrollo
capitalista internacional. Aparece, no tanto como sucesor de
las viejas revoluciones burguesas, sino como precursora de
una nueva serie de revoluciones proletarias en Occidente. El
país más atrasado, precisamente porque su revolución
burguesa llegó en momento tan tardío, le muestra al
proletariado de Alemania y de los países capitalistas más
adelantados los nuevos métodos de la lucha de clases.
Desde este punto de vista, resulta totalmente erróneo
considerar la Revolución Rusa un buen espectáculo, algo
específicamente “ruso”, para admirar, en el mejor de
los casos, el heroísmo de los combatientes, o sea, lo
accesorio de la lucha. Es mucho más importante que los
obreros alemanes aprendan a ver la Revolución Rusa como
asunto propio, no sólo en el sentido de la solidaridad
internacional con el proletariado ruso sino ante todo como
un capítulo de su propia historia política y social. Los
dirigentes sindicales y parlamentarios que consideran al
proletariado alemán “demasiado débil” y la situación
alemana “inmadura” para las luchas revolucionarias de
masas, obviamente no tienen la menor idea de que el grado de
madurez de las relaciones de clase en Alemania y el poder
del proletariado no se reflejan en las estadísticas
sindicales ni en las cifras electorales sino... en los
acontecimientos de la Revolución Rusa. Así como la madurez
de los antagonismos de clase en Francia durante la monarquía
de julio y la batalla de París de junio se reflejaron en el
proceso y fracaso de la Revolución de Marzo en Alemania, la
madurez de los antagonismos de clase alemanes se refleja en
los acontecimientos y la fuerza de la Revolución Rusa. Y
los burócratas del movimiento obrero alemán, mientras
revuelven los cajones de sus escritorios para recabar
informes sobre su fuerza y madurez, no ven que lo que buscan
lo pone ante sus ojos una gran revolución histórica.
Porque, desde el punto de vista histórico, la Revolución
Rusa refleja el
poder y la madurez de la Internacional y, por tanto, en
primer término del movimiento obrero alemán.
Sería un fruto demasiado miserable y grotescamente
insignificante de la Revolución Rusa el que el proletariado
alemán extrajera de ella –como lo desean los camaradas
Frohome, Elm y otros–, como única lección, la manera de
utilizar la forma extrema de lucha, la huelga de masas, como
mera fuerza de reserva en caso de la supresión del voto
parlamentario, debilitándola por lo tanto hasta el punto de
convertirla en medio pasivo de defensa parlamentaria. Cuando
se nos quite el voto parlamentario, resistiremos. Eso es
evidente. Pero para ello no es necesario asumir la pose
heroica de un Danton, como lo hizo el camarada Elm en Jena;
la defensa del modesto derecho parlamentario no es una
innovación violenta sino el primer deber de todo partido de
oposición, si bien fueron necesarias para impulsarlo las
terribles hecatombes de la Revolución Rusa. Pero el
proletariado no puede quedarse a la defensiva en un periodo
revolucionario. Y si bien es difícil predecir con certeza
si la liquidación del sufragio universal provocaría en
Alemania una acción huelguística de masas en forma
inmediata, por otra parte es absolutamente cierto que cuando
Alemania entre en una etapa de acciones violentas de masas
los socialdemócratas no podrán basar su táctica en la
mera defensa parlamentaria.
Fijar de antemano la causa por la que estallarán las
huelgas de masas y el momento en que lo harán no está en
manos de la socialdemocracia, puesto que ésta no puede
provocar situaciones históricas mediante resoluciones de
los congresos del partido. Pero lo que sí puede y debe
hacer es tener claridad acerca de las situaciones históricas
cuando aparecen, y formular tácticas resueltas y
consecuentes. El hombre no puede detener los acontecimientos
históricos mientras elabora recetas, pero puede ver de
antemano sus consecuencias previsibles y ajustar según éstas
su modo de actuar.
El primer peligro político que acecha, que ha preocupado
durante años al proletariado alemán, es un golpe de Estado
reaccionario que les arranque a las amplias masas populares
su derecho político más importante: el sufragio universal.
A pesar de la gran importancia de este probable
acontecimiento es imposible, como hemos dicho, decir con
certeza que el golpe de Estado provocará una movilización
popular inmediata, porque hay que tener en cuenta una gran
cantidad de circunstancias y factores. Pero si consideramos
lo agudo de la actual situación alemana y, por otra parte,
las múltiples reacciones internacionales que provocará la
Revolución Rusa y la futura Rusia rejuvenecida, es claro
que el derrumbe de la política alemana que sobrevendría
como consecuencia de la revocación del sufragio universal
no bastaría para detener la lucha por ese derecho. Más
bien, el golpe de Estado provocaría, tarde o temprano y con
gran fuerza, un gran ajuste general de cuentas de la masa
popular soliviantada e insurgente; ajuste de cuentas por la
usura del pan; por el aumento artificial de los precios de
la carne; por los gastos que exigen un ejército y una
marina que no conocen límites; por la corrupción de la política
colonial; por la desgracia nacional del juicio de Königsberg;
por el cese de la reforma agraria; por los despidos masivos
a los obreros ferroviarios, empleados de correo y
trabajadores rurales; por los engaños y burlas perpetradas
contra los mineros; por el juicio de Lobtau y todo el
sistema judicial de clase; por el bárbaro sistema del
lock-out, en fin, por la opresión de treinta años a manos
de los junkers y el gran capital trustificado.
Una vez que la bola empiece a rodar, la socialdemocracia,
quiéralo o no, no podrá detenerla. Los adversarios de la
huelga de masas suelen decir que las elecciones y ejemplos
de la Revolución Rusa no pueden ser un criterio válido
para Alemania, porque en Rusia primero se debe dar el gran
paso del despotismo oriental al orden legal burgués
moderno. Se dice que la distancia formal entre el viejo
orden político y el nuevo es explicación suficiente de la
violencia y vehemencia de la revolución en Rusia. En
Alemania hace tiempo que gozamos de las formas y garantías
de un Estado constitucional, de donde se deduce que aquí es
imposible que se desate semejante tormenta de los
antagonismos sociales.
Los que así especulan, olvidan que en Alemania, cuando
estallen las luchas políticas abiertas, el objetivo históricamente
determinado no será el mismo que en Rusia. Precisamente
porque el orden legal burgués ha existido durante tanto
tiempo en Alemania, porque ha tenido tiempo de agotarse y
llegar a su fin, porque la democracia y el liberalismo burgués
han tenido tiempo de morir, aquí ya ni se puede hablar de
revolución burguesa. Por eso, en el periodo de luchas políticas
populares en Alemania, el objetivo último históricamente
necesario no puede ser sino la dictadura del proletariado.
Sin embargo, la distancia que media entre esta tarea y la
situación que impera actualmente en Alemania es mayor aun
que la distancia entre el orden legal burgués y el
despotismo oriental. Por tanto, esa tarea no puede
realizarse de golpe; se consumará en una etapa de
gigantescas luchas sociales.
Pero, ¿no hay una gran contradicción en el cuadro que
hemos trazado? Por un lado, decimos que en un eventual
periodo futuro de acción política de masas los sectores más
atrasados del proletariado alemán —los trabajadores
rurales, los ferroviarios y los esclavos del correo— ganarán
antes que nada el derecho de agremiación, y que en primer
lugar hay que liquidar las peores excrecencias de la
explotación capitalista. Por otro lado, ¡decimos que la
tarea política del momento es la toma del poder por el
proletariado! ¡Por un lado, luchas económicas y sindicales
por los intereses inmediatos, por la elevación material de
la clase obrera; por el otro, el objetivo último de la
social democracia! Es cierto que se trata de contradicciones
muy grandes, pero no se deben a nuestro razonamiento sino al
desarrollo del capitalismo. Este no avanza en una hermosa línea
recta, sino en un relampagueante zigzag. Así como los
distintos países reflejan los más variados niveles del
desarrollo, dentro de cada país se revelan las distintas
capas de la misma clase obrera. Pero la historia no espera a
que los países más atrasados y las capas más avanzadas se
fundan para que toda la masa avance simétricamente como una
sola columna. Hace que los sectores mejor preparados
estallen apenas las condiciones alcanzan la madurez
necesaria, y luego, en la tempestad revolucionaria, se
recupera terreno, se nivelan las desigualdades y todo el
ritmo del progreso social cambia súbitamente y avanza
velozmente.
Así como en la Revolución Rusa todos los grados de
desarrollo y todos los intereses de las distintas capas de
obreros se unifican en el programa revolucionario socialdemócrata,
y los innumerables conflictos parciales se unifican en la
gran movilización común del proletariado, lo mismo ocurrirá
en Alemania cuando la situación esté lo suficientemente
madura. Y la tarea de la socialdemocracia será, entonces,
regular su táctica, según las necesidades de los sectores
más avanzados, no de los más atrasados.