El
fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya
sobre la pastera Botnia es una obra maestra del cinismo
leguleyo que caracteriza a estas instituciones
internacionales del imperialismo.
El
fallo tiene dos partes contradictorias, pero el ganador es
Botnia, que seguirá tranquilamente envenenando el río
Uruguay.
Por
un lado, se “condena” al estado uruguayo por no haber
acordado previamente con el estado argentino la instalación
de la pastera (como obligaban los tratados entre ambos países).
Pero
la conclusión no es que, entonces, Botnia debe cerrar sus
puertas. Seguirá funcionando porque, según los sabios de
La Haya, no contamina.
La
Corte Internacional de Justicia (CIJ) es un organismo de las
Naciones Unidas. Como la misma ONU y demás “organismos
internacionales” (FMI, OMC, Banco Mundial, OMS, FAO, etc.,
etc.), la CIJ es hechura de los grandes estados
imperialistas. Y, en particular, la Corte Internacional de
Justicia es una dependencia de los imperialismos europeos
desde que los EEUU, en los 80, decidió romper con ella para
evitar posibles procesos y sanciones por crímenes de
guerra.
Visto
eso, fue simplemente un disparate pensar (como lo
hizo el gobierno argentino) que la Corte Internacional de
Justicia podía fallar contra una gran corporación europea
como Botnia. Para peor, la política de la Unión Europea
para sostener la “Europa verde”, consiste en “tirar la
basura a la casa del vecino”. Es decir, mudar las
industrias contaminantes a Asia, África y América Latina
para que sufran sus consecuencias los salvajes de esas
regiones.
Frente
a esta burla, es correcto mantener el reclamo contra la
pastera. El problema es con qué política se lo
lleva adelante. Es que, como en muchos otros temas, lo
de Botnia hoy está cruzado por la pelea entre los dos
sectores en que se ha dividido la patronal argentina: el del
gobierno K., por un lado, y el de la oposición gorila, por
el otro. Y hay que decir claramente que ninguna de las políticas
que proponen, van a solucionar el problema.
El
gobierno de Kristina busca un acuerdo con Mujica para lograr
el levantamiento del corte a cambio de constituir un
organismo binacional que “controle” la contaminación
del río. Sabiendo cómo funcionan estas cosas, es
simplemente hacerle “el caldo gordo a Botnia”.
Por
otro lado, sectores de la oposición patronal sostienen una
política con la que tampoco se va a lograr nada: es la de exacerbar
un repugnante patrioterismo antiuruguayo. Algo que, además,
le viene como anillo al dedo a Mujica y la pandilla del
Frente Amplio para acallar en Uruguay la oposición al
ecocidio de Botnia.
Independientemente
de la buena fe de la gran mayoría de la población que se
movilizó el domingo pasado en el puente internacional, la
nota política en gran medida la dieron personajes como el
sojero De Ángelis, el rabino Bergman, el obispo Lozano y
otros por el estilo. Y, como aguateros de los sojeros, la
infaltable Vilma Ripoll y los de la CCC-PCR.
Pero,
con esos personajes y levantando al frente de las
manifestaciones grandes banderas argentinas con la consigna
“¡Viva la patria!”, no se va a convencer a ningún
trabajador uruguayo de que es tarea común de ambos
pueblos, impedir que nuestros países sirvan de basurero
de los estados imperialistas. ¡Y si esa unidad no se logra,
hay Botnia para rato!
Sólo
una política internacionalista, que tenga en cuenta
los intereses de los trabajadores de ambas orillas y ante
todo busque unirlos, podría lograr el triunfo.
Hoy
los hechos han desmentido las promesas demagógicas del
Frente Amplio de que Botnia traería prosperidad y empleo.
Ha sido todo lo contrario. Pero este hecho fundamental pasará
a segundo plano, si las políticas que priman son la del
gobierno K –montar una farsa de “control ambiental”–
o la de sectores de la oposición patronal –tomarlo como
una pelea de argentinos versus uruguayos–