La proximidad
del Bicentenario de la República ha puesto nuevamente sobre
la mesa una serie de debates alrededor del carácter de la
“revolución” de Mayo de 1810. Desde nuestro de punto de
vista militante, estos debates no son un mero ejercicio académico,
los fundamentos esgrimidos en dicho debate han sustentado y
sustentan posiciones políticas actuales. Cristina K, en el
Bicentenario de Venezuela, expresó que “estamos
transitando la Segunda Independencia”, comparando las
gestiones de los gobiernos “progres” de la región con
la lucha de Bolívar, Miranda, Mariano Moreno y otras tantas
figuras políticas de la independencia. Desde la izquierda,
también se ha tomado posición. Los prosojeros del MST
también hablan de pelear por una Segunda Independencia y
otros como los estalinistas del PCR, con la teoría maoísta
del “bloque de las cuatro clases” buscan en el
movimiento de Mayo la justificación de su apoyo a un sector
burgués.
Desde el Nuevo MAS
queremos aportar al debate presentando dos artículos sobre
esta cuestión. A continuación publicamos un primer artículo
de Guillermo Pessoa sobre el marco histórico político del
movimiento de Mayo de 1810.
Como era de presumir –extensión
del feriado nacional incluido– los doscientos años de la
Revolución de Mayo iban a poner sobre el tapete, una vez más,
miradas y posiciones en relación a aquel hecho que para
algunos habría inaugurado la nacionalidad argentina (1).
Como todo proceso histórico, lo sucedido en la semana de
Mayo de 1810 cuenta con antecedentes inmediatos y mediatos
que de alguna manera lo prefiguran. En esta primera parte,
desarrollaremos algunos aspectos en los cuales se enmarcaba
esta zona de América como parte de la Corona Española que
la había conquistado hacía ya poco más de tres siglos (el
llamado "pacto colonial" como eufemísticamente señalan
algunos autores. (2)
El carácter de dicha conquista, los
sujetos sociales que intervienen, como los objetivos de ésta,
cobraron interés historiográfico/académico y presentaron
también un debate mayor para la práctica política que de
acuerdo a dicha caracterización se desprendía de ella. Si
obviamos aquellas narraciones que hacían hincapié en lo
institucional o en el exclusivo fluir de las ideas, para las
cuales lo anterior carecería de mayor importancia (3);
tanto desde los primeros revisionismos que cuestionaban la
historia oficial o mitrista como las distintas expresiones
de la izquierda –marxista o no–, la conceptualización
sobre el tipo de colonización y las tareas cumplidas o
inacabadas de la misma, adquiririeron suma trascendencia
(4).
Será un historiador que provenía
del viejo Partido Socialista Argentino como Sergio Bagú
quien primero defina a la conquista hispano/lusitana como
capitalista colonial en contra de aquéllos –la gran
mayoría– que la señalaban como feudal. Ingenieros hará
"punta" con esta última concepción y todos los
historiadores de raíz stalinista la tomarán in
toto (5), al igual que gran parte de la corriente
denominada "izquierda nacional" junto a la
"izquierda peronista" de los setenta (6). Liborio
Justo en un valioso trabajo no exento por ello de
limitaciones, parece "zigzaguear" entre ambas
posiciones (7). El trabajo pionero de Bagú será un
formidable estímulo para la producción de Nahuel Moreno
primero y fundamentalmente Milcíades Peña y Luis Vitale,
después. Veamos lo que decía el segundo de los
mencionados:
“... el contenido, los móviles y
los objetivos de la colonización española fueron
decisivamente capitalistas (...) producir en gran escala
para vender en el mercado y obtener una ganancia. Bien
entendido, no se trata del capitalismo industrial. Es un
capitalismo de ‘factoria’, ‘capitalismo colonial’,
que a diferencia del feudalismo no produce en pequeña
escala y para el mercado local, sino en gran escala,
utilizando grandes masas de trabajadores y con la mira
puesta en el mercado, generalmente en el mercado mundial
(...). Éstas son características decisivamente
capitalistas, aunque no del capitalismo industrial que se
caracteriza por el salario libre. (Peña, M. Antes de Mayo
pp. 44, 46 y 49)”
Esta conceptualización tomaba en
cuenta lo señalado por Marx y retomado por otros marxistas
europeos cuando afirmaba en relación al Nuevo Mundo y en
particular el sur de los futuros Estados Unidos: “... aquí
existe un régimen de producción capitalista, aunque sólo
de un modo formal, puesto que la esclavitud de los negros
excluye el libre trabajo asalariado. Son sin embargo,
capitalistas los que manejan el negocio de la trata de los
negros (...) Hay que tener en cuenta que en el primer siglo
después del descubrimiento de América todo el carácter de
la colonización española y portuguesa lleva un carácter
capitalista, el carácter de la caza del plusvalor, aun
cuando la economía de plantación fuera explotada sobre la
base del trabajo de esclavos. (Grossmann, H: La ley de la
acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, citado
por Marcelo Yunes, Imperialismo y teoría marxista... SoB
23/24).
Peña que además de ser un perfecto
conocedor de la teoría del desarrollo desigual y combinado
en la historia, tal cual la bosquejó Trotsky, poseía una
fina sensibilidad para ubicar y plantear los problemas, puso
blanco sobre negro, la unidad en la diversidad que poseían
la región sureña yanky y la del Río de la Plata. En su
trabajo ya mencionado, decía: “No hay aquí indios que se
presten a trabajar para los amos españoles, porque los
pampas eran –como decían con desprecio los españoles–
‘imposibles de domesticar’. No hay tampoco metales
preciosos, ni tabaco o cacao, ni nada que justifique el
empleo de grandes masas de mano de obra esclava. Aquí el único
modo de sobrevivir es trabajar, y así debieron hacerlo
desde un principio, los colonizadores. Por todo esto el Río
de la Plata se parece extraordinariamente al Norte de los
EEUU (...) Pero existe una decisiva diferencia entre el Río
de la Plata y el Norte de los EEUU. En esta región de
Estados Unidos la naturaleza ofrecía tierra no demasiado fértil,
explotable sólo en pequeñas extensiones, bosques sólo
utilizables en astilleros y mar que resultaba
particularmente acogedor frente a la aridez terrena. Allí
sin el trabajo intenso y productivo no había forma de
subsistir, menos aún de progresar.” (Peña, M. Ob. cit.
pp. 66 y 67)
Como señaló más de un
historiador, la "paradoja" del nuevo sistema
capitalista (una economía mundo, como supo decir Immanuel
Wallerstein) es que las potencias que iniciaron su expansión
no fueron las directas beneficiarias del mismo. "España
es la América de Europa" advirtieron muy bien Alberdi
y Sarmiento en el siglo XIX. Un estado nacional
"soldado" de manera insuficiente, con sólo
algunos "islotes" de producción manufacturera,
tenía por ende como rol esencial constituirse en mero
intermediario de aquéllas que se posicionaban como
verdaderas potencias: Holanda y Gran Bretaña. Las políticas
mercantilistas –que acompañan como la sombra al cuerpo a
las recientes monarquías absolutas– tiene a la guerra
como un presupuesto inevitable, lo que obliga a tejer
alianzas entre diversos estados (8). España a comienzos del
siglo XIX –luego de las Reformas Borbónicas: "la
segunda colonización de América"–, producto de una
administración económica que empezaba a tener déficits más
que importantes y del temor por los incipientes procesos de
rebelión en sus colonias americanas, anudará una alianza
con Gran Bretaña ante la concreta amenaza del poder napoleónico.
Esto ocasionará un proceso particular: “De modo que la
guerra con Napoleón absorberá la totalidad de su errática
vitalidad histórica. España dejará a las colonias
libradas a su propia suerte: a la lógica del intercambio
comercial con Gran Bretaña, el autogobierno y a la nueva
ideología del mercado mundial. Mientras pudo evitó la
invasión francesa; y, para lograrlo, cedió en esa dirección
más de lo que hizo falta (esto explica, en parte, el
comportamiento miserable frente a Napoleón), hasta que el
emperador –estimulado por el continuo retroceso de los
Borbones– intervino directamente, como ya hemos visto, en
la crisis dinástica. Y, en ese punto, la guerra partisana
cambió la dinámica de las alianzas militares en favor de
Gran Bretaña”. (Horowicz, A, El país que estalló, Tomo
I, p. 117. Ed. Sudamericana)
En ese contexto las invasiones
inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807, con el
surgimiento de un nuevo actor político como serán las
milicias criollas –que se suman al bloque mercantil,
compuesto por comerciantes tanto criollos como peninsulares
y en menor medida ganaderos (9)–, provocan un hecho que no
es menor: elegir por su propia voluntad a un virrey (Liniers)
sin el consentimiento de la corona española. Único caso en
América. Como señalamos, en dicho bloque conviven sectores
criollos y también hispanos (Álzaga es un buen ejemplo de
ello) que ya entrevén la posibilidad concreta de ejercer el
autogobierno. En 1809, luego de que Moreno redactara la
Representación de los Hacendados, Cisneros cede en gran
parte y deja el libre cambio casi consagrado de hecho.
Ambos sucesos prefiguran y adelantan
lo que acontecerá en Mayo: el bloque mercantil que obtiene
satisfacción concreta a sus demandas económicas, no desea
ni remotamente alterar dicha estructura social de la cual se
halla en la cúspide (no será casualidad entonces el celo
que ponen en reprimir, criollos y peninsulares, a la rebelión
popular de Chuquisaca en ese mismo año), pero sí observa
como un estorbo el manejo del estado que se halla en manos
del virrey, en el marco de una corona que se encuentra en
una crisis que parece terminal.
Esto de alguna manera replantea
conceptos como "revolución" e
"independencia" cuando de lo sucedido en 1810 se
trata. Intentemos una definición para el primero de los términos:
“La revolución burguesa –como toda revolución–
significa la expropiación de antiguas clases dominantes, la
modificación en las relaciones de propiedad, el ascenso de
nuevas clases al poder. Nadie en América Latina tenía
interés en introducir estos cambios, y menos que nadie la
burguesía comercial, y por supuesto no de esto significó
la independencia. La revolución democrático burguesa no
puede darse sin la presencia de una clase burguesa con
intereses nacionales, es decir, basado en la existencia de
un mercado interno nacional –no puramente local –, una
clase que tenga urgencia por aplicar sus capitales a la
industria. Pero tal clase no existía en América Latina en
los tiempos de la independencia”. (Peña, M, ídem p. 86)
Digamos que hay un
"vicio-error" bastante común en la historiografía
rioplatense que consiste en trasladar mecánicamente las
categorías de la modélica Revolución Francesa (Moreno
como “el Robespierre porteño”) a esta zona del mundo y
leer lo aquí acontecido con dicha clave de lectura. Por eso
no hay que confundir, expansión del capitalismo –y el
librecambio– por todas las regiones del globo, con
revolución burguesa triunfante. Dos autores ya citados lo
señalan claramente: “... la representación moreniana es
el programa de todo el bloque comercial. Incluye a todos,
Saavedra y Álzaga, con una sola diferencia: no es, de ningún
modo un programa burgués radical, sino el de un burgo, con
colonias en segundo grado que luchan por su sobrevivencia en
las condiciones que la guerra revolucionaria europea impone
al comercio internacional”. (Horowicz, A, El país que
estalló, Tomo I, p. 146)
“Para deleite de infinitas
generaciones escolares los historiadores oficiales de la
oligarquía argentina han creado la fábula de la
‘revolución’ del 25 de mayo y del arrojado ‘partido
patriota’ que desencadenó ese movimiento ‘por la
independencia’, fábula ésta sólo apta para estudiantes
no muy precoces. Pero no hubo en realidad ‘revolución’
ni su objetivo fue ‘la independencia’". (Peña, M,
ídem p. 79)
Horowicz se permite la adjetivación
de "revolución conservadora" –eco de la categoría
gramsciana de revolución
pasiva o por arriba como decía Engels– para definir
el cambio de manos, del poder estatal que conservaba (o mal
conservaba) España, pero su juicio coincide plenamente con
el de Peña. Este último señalará que precisamente por
las características ya mencionadas de la burguesía periférica
rioplatense, el proceso no desembocó en la independencia
(tarea que con razón ubicaba con los presupuestos de un
mercado nacional, una clase con un proyecto autónomo y una
industria desarrollada) sino en una especie de semicolonia
agraria británica. No hay posibilidad concreta –siempre
pueden existir las fábulas o fantasías– que un sector
burgués lleve a cabo Segunda Independencia alguna. Como la
conclusión que supieron sacar Mella y Mariátegui entre
otros, el antiimperialismo – el imperialismo es algo que
existe y es concreto– sólo podrá ser tal si se lo
entiende como socialismo y con la clase trabajadora como
caudillo de los demás sectores oprimidos de las flamantes
"naciones" latinoamericanas. Pero esto será tema
del próximo artículo.
(1) Expresión
de ello son tanto el "corto" institucional
realizado por el gobierno, como las varias mesas redondas y
programas radiales o televisivos dedicados al tema y la
aparición de varios libros sobre el Bicentenario. Quizás
1810. La otra historia de nuestra revolución fundadora de Felipe Pigna, sea el mayor ejemplo de esto último. Como siempre
ocurre con su obra, ésta se halla dirigida al "gran público"
al cual se le dice desde las primeras páginas que allí
encontrará un develamiento de las "fábulas y
mitos" de la historia oficial anclada en el
"sentido común". Como postulado no está nada
mal, el problema es que cuando uno termina de leer,
comprueba lo pobre del "develamiento" ofrecido,
aunque éste no carezca de eficacia en especial para aquéllos
que no cuentan con un conocimiento –ni empírico ni teórico–
sobre los temas tratados.
(2) Cfr Dongui,
Tulio H: Historia Contemporánea de América Latina. Alianza
Editorial. Ediciones varias
(3) Para un
excelente acercamiento al tema, consultar Acha, Omar
Historia crítica de la historiografía argentina. Prometeo
Libros. 2009
(4) Un magnífico
esfuerzo por ligar el contexto histórico - y su consecuente
marco interpretativo - con la praxis política y militante
es el trabajo de Marcelo Yunes, Revolución o Dependencia.
Ed. Gallo Rojo. 2010
(5) Entre los
historiadores pertenecientes al Partido Comunista,
sobresalen Rodolfo Puiggrós (hasta su desvinculación en
1946) y Leonardo Paso entre otros. En las filas del maoísmo,
quizás sea Eduardo Azcuy Ameghino quien más haya insistido
y trabajado esta caracterización. Por ejemplo señala
que:” la inexistencia de la fuerza de trabajo libre y el
papel relevante de la compulsión extra económica,
conformaban el sistema de organización feudal predominante
al que se le sumaba la esclavitud del negro.”
(Artigas y la independencia argentina)
(6) Las obras
de Jorge Abelardo Ramos, Hernández Arregui y Norberto
Galasso entre otras, son claras exponentes de esta
tendencia.
(7) El trabajo
de marras es Nuestra Patria Vasalla.
Ed. Schapire. Para Justo coexistirían dinámicas
mercantiles en Buenos Aires junto a centros feudales en el
interior del Virreynato.
(8) Para
desarrollar estos temas nos parece que sigue siendo un libro
de consulta perentorio el trabajo de 1974 de Perry Anderson El Estado Absolutista. Siglo XXI Editorial.
(9) El sector
ganadero en la primera década del siglo XIX estará
compuesto fundamentalmente por aquellos hacendados
bonaerenses que mediante las vaquerías –en donde
conchababan al gaucho–, exportaban el cuero del animal sin
dedicarse a la cría de éste. Si bien ya están ligados a
un mercado regional, será hacia 1820 aproximadamente cuando
devengan estancieros y de esa manera exporten la carne
vacuna. Así comienzan a integrarse al mercado mundial y se
van conformando como la clase dominante y dirigente porteña,
con vistas a ser la clase "nacional" del flamante
capitalismo agrario pampeano, proceso que le llevará algo más
de cuatro décadas consolidar.