Debido
a la lucha del movimiento de minorías sexuales, el 17 de
mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud retiró a
la homosexualidad del listado de las enfermedades mentales.
Desde ese día se conmemora el Día de lucha contra la homo/les/trans/bi fobia. Esta forma
particular que asume la opresión
sexual en la sociedad capitalista y patriarcal se define
como aversión, fobia o rechazo a lesbianas, trans, inter y
bisexuales, travestis, transgéneros. Puede manifestarse
como expresiones de prejuicio, distintas formas de violencia
física, verbal, etc., hasta llegar a poner en riesgo la
vida de las personas no heterosexuales. Pese que gracias a
la lucha mucho se ha avanzado en los últimos años, la
homofobia persiste y sigue cobrándose víctimas, muchas de
las cuales aparecen en la sección de policiales como meros
“crímenes pasionales” o “delitos comunes” pero
cuyos móviles muchas veces tienen que ver con
la orientación
sexual o identidad de género diversa de las víctimas.
Claro ejemplo de esto fue el reciente asesinato de la joven
cordobesa Natalia Gaitán.
La lucha contra la homofobia y la “batalla
cultural” del progresismo
En
el reciente debate parlamentario sobre el matrimonio no
heterosexual, pudimos ver que todo el arco de la
centroizquierda y el kirchnerismo atribuyó el retraso de
los sectores reaccionarios al proyecto de ley al
desconocimiento, el prejuicio y la falta de cultura
ciudadana. Con el mismo argumento el “progresismo” quiere explicar la persistencia de la homofobia
como un mero retraso cultural, o como una rémora de época
pasadas que con “más educación e inclusión ciudadana”
se terminarán por erradicar. Aunque hay que dar el debate
en el plano de la cultura y los derechos civiles, pensamos
que este problema los excede y que para comprenderlo hay que
buscar las bases
materiales de esa opresión. Estas bases nos llevan al
sostenimiento de la familiar patriarcal, la imposición de
una heterosexualidad obligatoria, con la consecuente opresión
del trabajo doméstico para las mujeres. Para reforzar este
pilar de la familia, que asegura la reproducción de la
fuerza de trabajo sin costo alguno para los capitalistas, también
es necesario reprimir, perseguir y estigmatizar
a las minorías sexuales. No casualmente la
aparición de la homosexualidad como “enfermedad o
desviación”, la legislación que penaliza las prácticas
no heterosexuales aparecen a fines del siglo XIX con la
consolidación de la madurez del capitalismo y la
generalización del mercado mundial cuya mercancía más
preciada es la fuerza de trabajo. Esto también se da al
mismo tiempo en que el
aborto se constituye en delito y en un problema para el
Estado burgués.
En
nuestro país parte de esta opresión hacia las minorías
sexuales se vehiculiza a través de las legislaciones
represivas como los códigos contravencionales y de faltas.
Los
límites de la batalla cultural de las organizaciones “progres”,
intentan ocultar la vía de asimilación e integración
burguesa que persiguen, convalidando (aunque de “forma
ampliada”) el mismo modelo de familia.
Desde
Carne Clasista, aunque apoyamos la lucha de los derechos
civiles para quienes quieran ejercerlos, creemos que la única
forma de terminar con la homofobia y la opresión a las
minorías sexuales, es ligar esta lucha a la emancipación
del movimiento de mujeres y la transformación
revolucionaria de la sociedad capitalista, uno de cuyos
sostenes es la familia patriarcal.
Para
esto debemos abandonar toda confianza en el gobierno K y el
“lobby” parlamentario burgués y tomar la lucha en
nuestras manos. Tenemos que salir a las calles apelando a la
movilización para arrancarle derechos al Estado y construir
un movimiento que sea capaz de defenderlos en caso de que
quieran volver a quitarnos nuestras conquistas, al tiempo
que debemos construir alianzas estratégicas con el resto de
los explotados y oprimidos, en primer lugar con el
movimiento de mujeres.