La
reapertura del Teatro Colón puso una vez más de manifiesto
el tipo de política cultural llevada adelante por el
macrismo. La burguesía en su rostro más decadente se hizo
presente en una ceremonia de apertura que tuvo mucho más de
“show” hollywoodense con cámaras y paparazzi detrás de
figurones mediáticos que de concierto-apertura de un teatro
lírico de nivel mundial. Hasta el programa elegido,
inconexo y ecléctico y que casi por casualidad contaba con
una obra de un compositor nacional (en el marco de los
festejos del tan meneado “Bicentenario” argentino). Esta
demostración elitista cayó muy mal en quienes
habitualmente concurren al teatro o tuvieron la sana
inquietud de entrar y conocerlo por primera vez, y se
encontraron con un teatro vallado para que personajones de
la farándula tilinga como Ricardo Fort tuvieran su minuto
de cámara en las primeras butacas del teatro, mientras
artistas de reconocida trayectoria que contribuyeron a
cimentar el prestigio del Colón con su trabajo se los ubicó
en las últimas localidades del “gallinero” y la inmensa
mayoría quedó fuera tratando de seguir lo que se podía
desde las pantallas ubicadas en la calle. Pero el colmo de
todo esto llegaría a la indignación días después cuando
el propio Jefe de gobierno cediera el teatro a Mirtha
Legrand para que realizara uno de sus almuerzos televisivos
desde allí.
Luego
del escándalo del alquiler del Teatro San Martín a un
particular (un empresario que decidió festejar su cumpleaños
en el teatro público), la privatización del museo del
Instituto Bernasconi y un largo etcétera, el gobierno
macrista que viene sumando un bochorno tras otro, pero sin
muestras de querer retroceder en su avanzada contra la
cultura, la salud y
la educación pública, montó el pasado 24 la farsa de la
reinauguración tan esperada del Colón, corazón de la
actividad lírica, el ballet y la actividad sinfónica en
nuestro país. Pero la esperada reapertura del Teatro,
seguida con tanta expectativa por el incierto destino que
tendrían sus valores más apreciados como la
acústica única en el mundo, sólo pudo ser apreciado
por el pueblo a través de dos insignificantes pantallas
ubicadas en el frente
y dada la masividad impresionante de gente que se congregaba
para los festejos del Bicentenario, hacían imposible ver ni
escuchar nada. Sin embargo en el interior de un teatro
vallado y cercado por los tres costados (incluso toda la
Plaza Lavalle estaba cercada) se abrió para fantoches y
fachos de la más baja estofa, ninguno por supuesto con la más
mínima idea del contenido artístico de lo que se mostraba
allí, pero sí atento ya ni siquiera a la “significación
social” de estar en una velada como esa, sino
exclusivamente a su repercusión mediática. Lo que brilló
por su ausencia fue, como viene siendo la tónica, la voz de
los trabajadores del
Teatro, sus músicos y sus Cuerpos Estables que vienen resistiendo los embates privatistas del
PRO.
Un
poco de historia
La
fama de la acústica del
Colón, elogiada en todo el siglo XX por cantantes y
directores de orquesta, se debe a que entre otras cosas hay
pocos teatros en el mundo que posean ese nivel de excelencia
acústica en relación a una sala tan grande. Por ejemplo,
otro teatro como Alla Scala de Milán (la más importante de
Italia, y uno de los de más peso mundial en materia de ópera)
sólo tiene 2.000 localidades, mientras que el Colón puede
albergar alrededor de 3.000
espectadores. Recordemos que ni en ópera o teatro de
texto clásico, ni en música sinfónica se usan micrófonos
ni otro sistema de amplificación,
por lo que es esencial que la acústica del recinto esté
preparada para tal fin y, claro está, por lo mismo siempre
que hablamos de teatro de texto o de ópera estamos hablando
de salas construidas a escala humana. Pese a sus enormes dimensiones,
el Colón históricamente poseía una “homogeneidad”
notable en su acústica que hacía que de cualquier punto
del teatro se escuchara bien. Vale esta aclaración ya que
por la moderna amplificación estamos acostumbrados a que se
pueda cantar en un estadio de fútbol o en un gran espacio
abierto, con lo cual lógicamente perdemos noción de estos
recintos “a escala humana”.
¿Teatro factoría o teatro de alquiler?
Pero
la fama mundial del Colón, además de su trayectoria artística,
sus valores arquitectónicos y su acústica, estuvo siempre
cimentada en su estructura y sistema de producción.
Sobreviviente, entre otros pocos tantos en el mundo, el Colón
fue creado como un teatro
factoría en el cual se realizaba todo lo necesario para
sus montajes y producciones. De allí que el corazón del
teatro estuvo siempre en sus cuerpos estables de músicos, bailarines, cantantes, coreutas y
en particular en sus talleres
de realización escenográfica, vestuario, zapatería,
peluquería, etc. Lugares en los que se volcaba la
experiencia y las tradiciones a las jóvenes generaciones.
Es decir, que se realizaba de lo primero a lo último. Esto
además se complementaba con un
Instituto de formación para bailarines, cantantes y
directores musicales y de escena: El Instituto Superior de
Arte. Aunque el teatro actual data de 1908, los cuerpos
estables son conquistas de los años 30, épocas en que
cierto “proteccionismo” o concesiones de tipo
“keynesianas” dieron origen a los cuerpos estables en
varios teatros del mundo y que luego se consolidaron en la
posguerra, muchas veces por el aislamiento internacional o
las crisis económicas que orientaron a sus direcciones artísticas
a apostar a sus propios artistas y lugares de formación,
sin depender tanto de las compañías extranjeras en gira o
los grandes artistas de fama mundial.
Pero
son esas conquistas las que gestiones neoliberales rabiosas
como las del empresario Macri quieren terminar de
desmantelar. Para ello en estas “reformas” en el
segundo y tercer subsuelo del Colón donde funcionaban los
talleres se están haciendo salas VIP de alquiler, tiendas y
cafeterías, etc. Al mismo tiempo, los músicos fueron
despojados de sus sitios de ensayo como la tradicional
“rotonda” y deben compartir un solo baño para decenas o
usar los propios pasillos como camarines. A la par de esto,
destruyendo una de las paredes laterales, se ha instalado un
enorme montacargas, según dice Macri para “mejorar la
eficacia de los traslados escenográficos”, pero está más
que claro que por allí se introducirán las escenografías
y producciones alquiladas para cambiar por completo la
naturaleza productiva del teatro: pasar
de teatro factoría con producciones integrales propias a
teatro de alquiler donde se importan las producciones y
se tercerizan todos los requerimientos escenográficos, técnicos,
etc.
Si
comparamos aquella burguesía
que dio origen del teatro, tan explotadora y feroz
como todas, claro está, veremos que mientras la del pasado
creía que debía dar lugar a las expresiones más altas del
arte mundial y rodearse de éstas, aunque sólo fuese por señal
de reconocimiento, de figuración social, o como bien
suntuario que como clase dominante debe exhibir, la actual
burguesía encabezada por el grupo Macri, muestra su cara más
descompuesta y profundamente ignorante de lo que puede
ser el patrimonio artístico de dominio público y ve sólo
en ello lo que ve en todo lados: negocios.
Mientras
tanto, quienes sostenemos económicamente los lugares públicos
no podemos disfrutar del acceso a esas expresiones artísticas
que continúan en manos de unos pocos expropiadores o de sus
funcionarios a sueldo, en este caso de baja calaña y de una
completa ignorancia y desprecio, que sólo buscan hacer
negocios con los espacios públicos o abrir desde sus
gestiones de gobierno la puerta para sus grupos empresarios
amigos.
Por
eso quienes tuvimos oportunidad de trabajar en el Colón o
formarnos en su Instituto de Arte sabemos que es
en los trabajadores y en sus cuerpos estables en quienes
debemos apoyarnos para recuperar el teatro y su proyecto
artístico. Ellos son los únicos autorizados y capacitados
por derecho propio para decir y evaluar hasta qué punto fue
tocada o modificada la acústica, etcétera, y cuáles son
las reales necesidades del complejo cultural y productivo
que es el Colón. Es en la lucha de ellos que debemos
apoyarnos para que vuelvan los 400 trabajadores
“relocalizados” en otras dependencias del Gobierno de la
Ciudad, ya que
según Marci “estaban de más” para sus planes
vaciadores y privatistas.
Aunque
silenciados durante los festejos y la reapertura, los
trabajadores vienen
enfrentado la complicidad de la burocracia sindical, el vaciamiento, la
tercerización y la completa mercantilización macrista de
un bien cultural de la comunidad y de un proyecto de
producción artística de características únicas en el
mundo. No son los valores de la productividad y las
ganancias los que deben regir la cultura ni la educación pública.
No son los tecnócratas contratados por los mercaderes
quienes deben decidir sobre los destinos y los proyectos artísticos
del teatro, sino que éste debe volver a sus legítimas
manos: sus trabajadores, artistas, técnicos y profesores,
para que sus producciones puedan ser disfrutadas por todos y
el conjunto de la comunidad pueda reapropiarse del
invalorable legado cultural que es nuestro Teatro Colón.