Está terminando el tan meneado canje de bonos de la deuda
externa argentina, en medio de una nueva y más dura oleada
de incertidumbre y malas noticias desde los países
desarrollados, especialmente europeos. Los resultados no son
los que esperaba el gobierno, pero es posible que los
vaivenes de la crisis traigan todavía más dañinas
consecuencias para un "modelo" que pierde de a
poco sus puntos de apoyo mientras se hacen más visibles sus
debilidades.
Pasaron infinitas negociaciones, gestiones ante los
tribunales yanquis, giras del ministro de Economía por todo
el mundo para convencer a bonistas grandes, medianos y pequeños,
aplazamientos varios y cambios sobre la marcha. Las cifras
finales, al cierre de esta edición, están pendientes, pero
todo indica que en el mejor de los casos el gobierno logrará
que se canjee un 60% de los bonos en default que quedaron
fuera del canje anterior (los llamados holdouts). El
kirchnerismo seguramente dirá que su objetivo siempre fue
llegar a esa cifra. Una media verdad que es una mentira del
todo: al principio del proceso se conformaban con ese 60%,
pero luego se agrandaron y especulaban con renegociar el 80
y hasta el 90% de los bonos. Con la crisis internacional en
pleno curso amenazando arrasar la construcción de la Unión
Europea (en lo político, económico y financiero), que el
gobierno se haya animado a estirar la fecha tope da una idea
de lo mal que venía el canje.
Repasemos los números: los bonos en cuestión sumaban
18.800 millones de dólares de capital (con los intereses,
casi 28.000 millones). Tal como pinta la cosa, entrarán al
canje no más de 12.000. El problema no es tanto el monto de
deuda que queda (en manos de fondos buitres e inversores
asustados por todo lo que pasa) sino que el gobierno no
puede terminar de anunciar la "normalización" y
la "vuelta a los mercados internacionales" con
bombos y platillos, como era su deseo.
La estampida del ajuste europeo
La crisis siempre fue mundial y ahora es con más fuerza
europea. Pero las voces interesadas del capital querían
convencer a todos de que la "enfermedad" era sólo
griega. Y mientras no salía de esos límites, el
kirchnerismo podía sacar pecho: "Miren qué bien que
nos va a nosotros, y miren qué desastre que están haciendo
en Grecia. Ajuste neoliberal, medidas antipopulares... algo
que nosotros no haremos nunca". Inclusive, Cristina podía
darse el lujo de dar lecciones en foros internacionales de cómo
salir de la crisis, o de cómo evitar caer en ella. Total,
es Grecia, cuya incidencia económica en la Argentina es
cero; hacer comparaciones políticas era ganancia pura.
El panorama cambia radicalmente cuando las medidas de
ajuste se suceden como reguero de pólvora por toda Europa.
Rodríguez Zapatero anuncia en España un plan de ahorro
fiscal leonino, y mientras negocia con la burocracia
sindical, le dice en la cara que va a haber ajuste de todos
modos. Paro general (por ahora, al estilo burocracia). Sócrates,
el socialdemócrata portugués, sigue los pasos. Italia se
suma al ajuste con sonrisa berlusconiana. El recién electo
gobierno británico primero dice que va a apretar los
tornillos, y después aclara: "Perdón, nos
equivocamos. La situación es peor de lo que creíamos, así
que les vamos a dar todavía más duro". Alemania, la
supuesta "locomotora" europea que iba a ayudar a
los hermanitos caídos en desgracia, anuncia un ajuste de
85.000 millones de euros. Blanco número uno: ¡los
subsidios de desempleo! Sarkozy en Francia también suscribe
la misma receta, y hasta se lanzó la idea de que Dominique
Strauss-Kahn, presidente del FMI, sea candidato a
presidente. ¡Ajuste gestionado por sus propios dueños! En
el medio, corrió el rumor de que las estadísticas de Hungría
eran como las griegas o las del INDEK, y que cuando se
destapara la olla se venía un patatús allá al estilo
Letonia o Islandia.
Así las cosas, al gobierno se le deben estar yendo las
ganas de "confrontar modelos". Una cosa es
compararse con Grecia; otra muy distinta es señalar con el
dedo a toda Europa. Después de todo, es el destino de más
de un 20% de las exportaciones argentinas, con un euro más
barato. Ni hablar si la mancha venenosa llega a China. De
modo que la teoría del "desacople" de la economía
argentina respecto de la crisis, teoría agitada por el
gobierno para presentarse como abanderado de una política
distinta, está a punto de sufrir un desafío muy serio. Lo
que nos conduce al tema de cuáles son las bases reales de
la economía local, así como los límites de esa
"independencia".
La economía del Bicentenario: ¿dos siglos igual?
No serán los cinco siglos de la canción, pero para este
país ya pasaron dos y hay realidades que se niegan a morir.
Por ejemplo, que la inserción argentina en el mercado
mundial sigue siendo periférica y vía la exportación de
commodities o materias primas, mientras que el renglón
importaciones muestra una terrorífica dependencia de los
bienes de capital y la teconología extranjera. Las últimas
cifras del comercio exterior son lapidarias: éste sigue
siendo el país de la soja en poroto, en harina o en aceite,
pero soja. En cuanto al famoso "30% de exportaciones de
manufacturas de origen industrial" de que se jacta el
gobierno, la historia es simple: es el mismo porcentaje de
la década menemista, y con la misma composición esencial.
Porque el gran rubro exportador "industrial" son
autopartes para el mercado brasileño, con régimen especial
y con escaso valor agregado, ya que aquí se ensamblan
partes que se importan, en vez de fabricarse localmente.
Es verdad que la Argentina (como por otra parte buena
parte de América Latina) disfrutó de un cierto
"desacople" en lo financiero. Justamente por haber
mejorado su perfil de deuda (con varios defaults) y
aumentado sus ingresos fiscales y de comercio exterior, toda
la región vivió un "veranito" de más de un
lustro en el que la exposición a los préstamos financieros
fue más baja que en los 90. Claro que en nuestro continente
esa vulnerabilidad a los flujos financieros se había vuelto
explosiva y de hecho explotó a fines de los 90, con las
consecuencias políticas, sociales y económicas conocidas
por todos. Se trata de la misma vulnerabilidad que ahora
sufren países europeos sobreexpuestos al flujo financiero,
que ahora les explota a ellos.
A partir de constatar estos contrastes, algunos sectores
oficialistas (minoritarios) acarician la vieja idea de
seguir cortando amarras y "vivir con lo nuestro",
como una manera de seguir distanciándose del desbarajuste
económico mundial. Pero la realidad es que la economía
capitalista argentina, en varios sentidos, no da para eso,
como tampoco ninguna de las economías del continente. Los
Kirchner son los primeros en decirlo y lo dejaron muy claro:
todo el proceso del nuevo canje, así como resolver la deuda
con el Club de París, es para "volver a los
mercados". Sí, a esos mismos mercados en los que ahora
se enorgullecen de no estar...
¿Por qué volver a ese lugar del que se abomina en público
y para la tribuna? Por la simple razón de que el
"modelo" iniciado en 2002-2003, así como está,
ya no tiene mucha nafta en el tanque en materia de ciclo de
desarrollo capitalista. El factor soja y los precios altos
le dieron a la economía K una sobrevida de la que no se
puede abusar. Tarde o temprano, habrá que recurrir al
financiamiento internacional para conseguir ese combustible
que el capitalismo argentino no puede generar; esto es,
divisas que sostengan el ciclo económico. Y esas divisas
deben llegar vía inversiones o vía préstamos. Ambos
canales hoy están bastante estrangulados, y el objetivo del
canje era, justamente, empezar a desobstruir uno de ellos,
mientras que se hace lo que se puede para seducir
inversores. Pero la suerte, esta vez, les falló a los
Kirchner, y el horno inversor internacional no está para
bollos. Eso es lo que muestra el desinflado interés por el
canje, que en otro contexto podría haberle salido mejor al
oficialismo.
La realidad es que, por más que bramen los
"nacionales y populares", la economía argentina
sencillamente no puede vivir ni seis meses "con lo
nuestro". La dependencia en materia de bienes
terminados, máquinas-herramienta y repuestos industriales
recuerda a la del Centenario. Sí, a 1910.
Ajuste por inflación o ajuste por las malas
Como hemos señalado en otras oportunidades, el gobierno
ha elegido el camino de atar con alambre un esquema
altamente inestable que, sin generar crisis en lo inmediato,
no termina de conformar a nadie: ni a la burguesía, ni a
los trabajadores, ni a los acreedores, ni a los que
gestionan las arcas estatales. La manera de mantener bajo
control esa "puja distributiva" es fugando hacia
adelante: con inflación. El fisco recauda más y el ingreso
de los asalariados se deteriora en términos reales, aunque
el gobierno puede cacarear que defiende a los trabajadores y
al empleo, que "incluye" a los pobres y Kirchner
hasta delira con volver a la distribución "50-50"
del ingreso nacional que caracterizó al primer peronismo.
Claro, ese supuesto 1 a 1 es hoy un 2 a 1 en favor de la
patronal.
Más allá de la demagogia electoral del oficialismo, lo
que conviene retener es que el famoso desacople ha sido
parcial, relativo y limitado, tanto en el tiempo como en
extensión (apreciable en las finanzas, inexistente en el
comercio exterior). Y como el rumbo de la política económica
en el plano externo parece encaminado (de buen grado o a la
fuerza, poco importa) al regreso a los mercados, una cosa es
segura. Si en Europa y en el resto del mundo (especialmente
China) la campana del ajuste empieza a sonar más fuerte que
la resistencia de los trabajadores, el gobierno se guardará
los discursos actuales donde no da el sol y pondrá en
marcha el mismo apriete de tuercas del que hoy se burla.