Socialismo o Barbarie, periódico Nº 185, 16/09/10
 

 

 

 

 

 

Ante el proyecto de ley de “participación en las ganancias”

Pelear contra la superexplotación obrera

Por Oscar Alba

La iniciativa del diputado Héctor Recalde, asesor de la CGT, de presentar un proyecto de ley para que los trabajadores participen de las ganancias de las empresas está produciendo un cruce de pirotecnia verbal entre el gobierno, la burocracia sindical peronista y la patronal.

El proyecto plantea que las empresas con más de 300 trabajadores deben ceder a éstos el 10% de las ganancias netas de la producción. El cuerpo central del proyecto estipula que corresponde participar “1 de cada 10 pesos del dinero que ganan en limpio, después de afrontar todos sus costos y el pago de los impuestos”. Por ende, quedan exceptuadas las pymes y, por supuesto, aquellas que muestren un balance negativo.

De ese 10% –correspondiente a las ganancias de producción–, el 80% lo cobrarán los trabajadores de la empresa, mientras que el 20% restante engrosará un Fondo Solidario para trabajadores en negro y para quienes reciben la Asignación Universal por Hijo. El Fondo será regulado por un consejo integrado por representantes de empresarios, trabajadores y el Poder Ejecutivo. Los empleados cobrarán su participación en las ganancias a fin de año, según antigüedad y categoría.

Para Recalde, la participación en las ganancias por parte de los trabajadores es un derecho contemplado en la Constitución (artículo 14 bis), junto con el control de la producción y la colaboración en la dirección. Además, sostiene que la participación no afectará los costos laborales y fortalecerá el mercado interno, porque “tiene la virtud de distribuir con más equidad la riqueza, la renta nacional”, ya que “cuando el trabajador percibe un aumento del poder adquisitivo, lo vuelca al consumo interno”. Inclusive, consideró que “si el trabajador está incentivado para que la empresa tenga ganancias, obviamente va a facilitar que la empresa tenga ganancias, porque va a participar de ellas”. Un típico argumento sacado de la doctrina policlasista del peronismo, según la cual lo mejor que puede haber es la “armonía de intereses” entre patrones y obreros.

La participación en las ganancias por parte de los trabajadores, según Recalde, ya funciona en México, Perú, Brasil, Chile, Ecuador y Venezuela. Y en Alemania se prevé para 2014 que la participación de la renta empresarial esté en un piso del 4,5% (un ejemplo poco feliz en momentos en que en Europa apuntan a un ajuste para que los trabajadores paguen la crisis económica) El proyecto afectaría sólo a un sector patronal. Las pymes no estarían comprendidas en la futura ley, aunque son uno de los sectores más negreros del empresariado. El trabajo en negro, que a pesar de la prédica del gobierno no baja del 35%, no disminuiría por esta iniciativa. Y ese 35% recibiría sólo un 20% del total de ganancias “participadas”.

La fábula del “50 y 50”

La CGT, con Hugo Moyano al frente, apoyó en forma entusiasta a su abogado Recalde, como era de esperar. Y como era no menos previsible, también rápidamente se alzaron en contra las voces de representantes de la patronal. El asesor laboral de la UIA, Daniel Funes de Rioja, advirtió que el proyecto provocaría la “desinversión” y desalentaría la iniciativa privada. En tanto, Héctor Méndez, presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) fue más lejos: aseguró que Recalde “debería irse a vivir en Cuba”, expresión en la que el gorilismo compite con la más crasa ignorancia.

El gobierno no tardó en salir al ruedo apoyando el proyecto. Siguiendo los argumentos de Recalde, el ministro de Trabajo Carlos Tomada expresó que el proyecto “es un derecho constitucional que sólo espera que se reglamente”, y aseveró que el Parlamento era el mejor ámbito para debatir el tema. La viceministra de Trabajo, Noemí Rial, fue más directa: sostuvo que “el gobierno no duda en acompañar el proyecto”. En esa línea, Néstor Kirchner, en un acto en el barrio de La Boca, afirmó que “es fundamental la distribución del ingreso. Les pido a los empresarios que no hablen con desprecio de los trabajadores. Y a los trabajadores, que no lo hagan con los empresarios nacionales. La Argentina debe volver a 1974, cuando la distribución era de 50 y 50 (por ciento del ingreso nacional). Los trabajadores deben poder ver el balance de las empresas”.

Así, Recalde busca reflotar el “principio” peronista de la equidad entre capital y trabajo, entre patrones y obreros. Lo que ni Recalde ni en general la doctrina peronista se molestan en explicar es cómo es posible que, incluso si la distribución del ingreso es por “mitades”, el capital sigue explotando al trabajo. Tampoco nos descubren el misterio de por qué un 5% de la población debe llevarse la misma renta que el conjunto de los asalariados y sus familias. Pasa que, para el “pensamiento social” peronista, y a pesar de toda la demagogia obrerista, los patrones siguen siendo indispensables para la organización de la producción y para el funcionamiento de la sociedad toda. Sin ellos, los obreros son como ovejas sin pastor (Perón dixit).

Estrategia K: disciplinar a los empresarios… y a los obreros

Rial criticó la actitud de los empresarios haciendo una curiosa distinción: “Subsumidos en la idea dominante de que el desarrollo proviene sólo si podemos exportar nuestros productos, antes únicamente agropecuarios y ahora también industriales, siempre dejan a un lado el de­sarrollo y calidad de vida del mercado interno, compuesto por los trabajadores en primer lugar” (Tiempo Argentino, 10-9).

Por supuesto, el problema no está en que hay empresarios con “mentalidad exportadora” y que faltan empresarios “orientados al mercado interno”, sino que tanto unos como otros buscan maximizar sus ganancias a partir de la superexplotación de los trabajadores. Que el objeto de la producción termine en el mercado local o en el internacional no mueve un milímetro su interés en no compartir sus ganancias con nadie.

Además, el “consejo tripartito” compuesto por patrones, trabajadores y Estado es una nueva versión de una película ya muy conocida: son los mismos actores que se sientan a la mesa para negociar las convenciones colectivas de trabajo y las paritarias salariales. Reuniones en las que los trabajadores no han tenido arte ni parte, ya que los Moyano, los Yasky, los Cavalieri y los Barrionuevo garantizan en esa mesa tanto su continuidad como burócratas como la “paz social” que busca la patronal, y lo hacen a cambio de migajas de tamaño variable, pero migajas al fin. El actual proyecto busca engordar esa migaja con un 10% de las ganancias de los capitalistas, a cambio de atornillar y remachar la intangibilidad del otro 90%.

Cuando Kirchner evoca nostalgioso la Argentina de 1974 omite que en esa época estaba vigente el Pacto Social implementado por Juan Domingo Perón en su tercera presidencia. Este pacto entre patrones, sindicatos y gobierno, entre otras cosas, congeló las Convenciones Colectivas de Trabajo y atacó duramente, con represión e intervención, a los gremios y activistas que se le oponían. No por casualidad la propia UIA, luego de las poco tácticas declaraciones de Méndez, anunció que estaba dispuesta a debatir el proyecto, siempre que se diera en el marco, justamente, de un “Acuerdo Social” (Ámbito Financiero, 15-9). No hace falta aclarar que en la versión siglo XXI del Pacto Social (algo que ya estaba en la agenda de Cristina en el lejano 2008, antes del conflicto con los patrones rurales) la primera cláusula va a ser pasar a degüello a los sectores obreros, organizados o no, que quieran sacar los pies del plato de la repartija de la torta en “50 y 50”.

Por otra parte, la necesidad de mostrar los balances por parte de las empresas, tal como reclama Kirchner, va dirigida, de paso, contra los sectores capitalistas que evaden impuestos. El gobierno busca así fortalecer su rol de árbitro y de guardián de un Estado con recursos suficientes como para ejercer esa función. Pero en ningún momento se pretende que los trabajadores tengan la menor capacidad de decisión real sobre los destinos de los fondos reflejados en esos balances. En todo caso, esa “apertura de balances” va a ser parte de las negociaciones y componendas entre patronal y burocracia, bajo la supervisión del gobierno.

Por eso, los sectores combativos e independientes de la clase trabajadora no deben confiar ni en la verborragia kirchnerista ni en las bravuconadas de Moyano y los parlamentarios. Además, algunas de las experiencias ya existentes en la Argentina de “participación en las ganancias” distan de ser el paraíso terrenal. Así lo demuestra el caso de Firestone, con el que Pedro Wasiejko, burócrata del SUTNA y la CTA, se llena la boca, pero con el cual los obreros no se llenan los bolsillos ni nada parecido.

Es fundamental que las organizaciones obreras independientes se preparen políticamente para lo que se viene. Es posible que en la pulseada se den roces más o menos serios entre la patronal y el gobierno, pero la cuestión más estratégica pasa por otro lado. Esto es, por cómo evitar que con el cuento de “participar en las ganancias” el trío patrones-burocracia-gobierno encuentre los mecanismos para redoblar la explotación de los trabajadores. Y para eso es decisivo entender que los intereses de empresarios y de obreros, contra toda la mitología peronista que ahora intentan reflotar los Kirchner, no sólo son distintos: son irreconciliables.