Socialismo o Barbarie, periódico Nº 186, 30/09/10
 

 

 

 

 

 

La división de la izquierda fragmenta la opción política independiente en
las elecciones

Llamamos a votar candidaturas socialistas y
comprometidas con las luchas de
los trabajadores y la juventud

Declaración electoral de Práxis
Socialismo o Barbarie, 16–9–10

El escenario interno de la economía brasileña, que no pasó por la crisis con la misma intensidad vivida en los países centrales, es de crecimiento del PBI y de una “sensación” de que las cosas van bien. Sobre eso se sustenta la altísima popularidad del gobierno. Con reservas internacionales acumuladas en el período anterior a la crisis y con la reducción de las tasas de interés que estaban en niveles estratosféricos, una de las más altas del mundo, el gobierno consiguió contener la profundización de la crisis.

Sin embargo, lo fundamental en el proceso de recomposición económica fueron los ataques a la clase trabajadora: despidos masivos en varios sectores de la economía, con reducción salarial, reducción de impuestos para las transnacionales de la reducción salarial, aumento de la deuda pública y precarización de las condiciones de trabajo. Por otro lado, está claro que ante un nuevo rebote hacia abajo de la economía mundial, esa situación puede cambiar completamente, en la medida en que el crecimiento del PBI se debe, en buena proporción, a las exportaciones.

El mantenimiento de las políticas de compensación y las políticas anticíclicas permitieron al gobierno mantener su popularidad en niveles altísimos: la aprobación del gobierno de Lula llega al 78%, según datos del instituto Sensus publicados el 14 de septiembre. Esas políticas actúan única y exclusivamente en el ámbito de las consecuencias, o sea, de la pobreza provocada por el régimen.

Pero en un país en que el 30% de la población vive en situación de pobreza y un 10% en situación de extrema pobreza –los datos también dan cuenta de que cerca del 35% de la población brasileña ya pasó hambre por lo menos una vez en la vida, lo que indica que hay en el imaginario de la población un profundo temor a volver a pasar hambre–, las políticas asistencialistas de Lula no dan cuenta de las necesidades vitales de la población. Políticas como el plan Bolsa Familia generan una sensación de que las cosas están mejorando cuando, en verdad, apenas el 3% del PIB se gasta en educación [1] y un 3,4% en salud.

En contraposición, el marketing oficial resulta sumamente eficaz en la construcción de una imagen de que “Brasil es un país de todos”, como si eso fuese posible en el capitalismo. A decir verdad, la desigualdad social en Brasil sigue siendo una de las más altas del mundo: de 2004 a 2008, según una investigación del IBGE, la media nacional cayó muy poco, pasando de 0,521 a 0,518 en la escala de desigualdad de Gini.[2]

No nos engañamos ante la falsa polarización que representan las candidaturas burguesas

Dentro de ese escenario de estabilidad se encuadra la disputa electoral de 2010. La clase dominante local y sus socios mayores desde el inicio del actual gobierno vienen acumulando tasas de ganancia mayores que en el gobierno anterior. Durante el primer mandato de Lula, la ganancia de las grandes empresas aumentó un 394%. Esto se debe al buen panorama escenario económico internacional del primer mandato de Lula y, también, por el control sobre el movimiento social ejercido por el gobierno a través de los sindicatos "pelegos" (CUT y CIA). Durante la crisis económica no fue diferente: la reducción de los IPS, la reducción salarial, los préstamos a baja tasa para los grandes empresarios hicieron la “alegría general”. En esta situación, la oposición burguesa se quedó sin base de sustentación, sin ejes políticos para diferenciarse del gobierno de Lula, puesto que ¿quién otro podría prestar mejores servicios a la clase dominante? Así, las críticas al gobierno se limitan al ámbito del gasto público, pero, contradictoriamente, el gasto público con el capital fue uno de los principales responsables del combate a los efectos de la crisis mundial en Brasil.

En estas circunstancias, no es de extrañar que no haya polarización real entre las candidaturas con mayor visibilidad. Las tres candidaturas principales representan a la clase dominante, cada una más propensa a ésta o aquélla fracción de la misma clase, pero todas defienden mantener el capitalismo y el actual régimen político que lo sustenta.

Dilma Rousseff, la candidata de Lula, es la candidata de la continuidad: se presenta como la legítima continuadora del proyecto iniciado por su jefe y antecesor. Así, ninguno de los fundamentos de la macroeconomía será afectado si es electa. Serra, candidato principal de la oposición burguesa, no puede presentar ninguna crítica contundente al gobierno, so pena de perder votos, y porque además no tiene de hecho un proyecto diferente. Su única diferenciación es el control fiscal, pero eso no puede ir al centro de la campaña porque significaría reducir el gasto. Marina Silva, candidata del Partido Verde, se plantea como la candidata de la defensa del medio ambiente, sin que esto afecte un milímetro los intereses de los capitalistas. No es casual que su vice sea dueño de la mayor fábrica de cosméticos del Brasil (Natura). Busca catalizar un sector medio de la población que no se ve representado por los dos partidos mayores. Parte de ese espacio era ocupado por Heloisa Helena, del PSOL, que no vio lugar para su candidatura en el marco de la alta popularidad de Lula. De manera muy oportuna, prefirió candidatearse al Senado por su Estado.

La división de la izquierda fragmenta la opción política independiente de los trabajadores

Las elecciones están marcadas por la estabilidad política y la momentánea estabilidad económica. De esa forma, las candidaturas que se oponen frontalmente al régimen están enfrentando el aislamiento de las capas más amplias de los trabajadores. Sumado a los elementos más objetivos de la realidad, no podemos dejar de considerar qué decisiones políticas han contribuido a agravar el aislamiento de la izquierda radical. Para explicarlo en detalle: las políticas de la dirección del PSOL y del PSTU de no apostar a la unificación de la izquierda en las elecciones ante la falsa polarización entre el PT y el PSDB agravó el cuadro de aislamiento de la alternativa socialista frente a las elecciones y el régimen actual. Tampoco fue distinta la posición del PCB, primera organización con legalidad –que fue parte del frente de izquierda e las elecciones anteriores– en lanzar candidatura propia.

Pero por su peso político, los principales responsables del hecho de que los trabajadores no dispongan de una candidatura única en las elecciones son el PSOL y el PSTU. Las razones ya son ampliamente conocidas. Parte de la dirección del PSOL pretendía apoyar la candidatura de Marina Silva, maniobra política con el objetivo de profundizar el curso oportunista de ese partido. Esa táctica operaba así en dos frentes principales: 1) girar a la derecha aliándose con un partido del orden burgués; 2) liberar a Heloisa Helena para candidatearse más fácilmente al Senado, toda vez que ese núcleo dirigente no consigue sobrevivir sin estar fuera de los aparatos, principalmente los del estado burgués. Pero esa maniobra no resultó. Marina Silva y el PV no tuvieron problema en hacer una alianza con el PSDB en Río de Janeiro, lo que inviabilizó las intenciones iniciales de la dirección del PSOL. A partir de allí comenzó la disputa por quién sería el candidato de esa lista. Hubo un verdadero "vale todo" previo a la conferencia electoral, donde hubo hasta denuncias de fraude en la elección de los delegados, secuestro del sitio del partido y una conferencia a la que los delegados ligados a Heloisa Helena no asistieron. En esta crisis interna del partido se eligió a Plínio Sampaio como precandidato.

El PSTU, ante la negativa de Heloisa Helena en ser candidata, se apresuró a lanzar argumentos contra la construcción de la frente de izquierda. Argumentos que tenían como sustento principal el hecho de que Plínio Sampaio no era el candidato reconocido por el partido, dado que hubo una división en la conferencia electoral del PSOL. Argumento claramente insuficiente, teniendo en cuenta la actual coyuntura de polarización entre las dos candidaturas que representan los intereses del capital y la necesidad de fortalecer candidaturas obreras y socialistas en la actual correlación de fuerzas.

No se trata sólo de un cálculo cuantitativo, puesto que una nueva experiencia de frente de izquierda, evidentemente, con un programa anticapitalista y para defender las luchas inmediatas de los trabajadores, podría contribuir a la unificación en otros frentes, como el sindical, por ejemplo.

La cuestión es que vemos en organizaciones distintas –PSOL, PSTU y PCB– la misma lógica política, o sea, creer que la autoconstrucción política se hace en detrimento de la necesaria unidad entre los sectores que resisten los ataques de la clase dominante y su gobierno, hoy representado por el PT y Lula. Eso se manifiesta en toda la línea política de esos sectores. Como, por ejemplo, el congreso de unificación en Santos en mayo –al cual el PCB se rehusó incluso a participar– que explotó por la incapacidad de esas organizaciones de construir plataformas políticas y formas de organización que den cuenta de las necesidades actuales del sindicalismo combativo, es un claro ejemplo de lo que estamos diciendo.

Llamamos al voto crítico por los candidatos del PSTU

No obstante, incluso en ese cuadro de fragmentación de la izquierda, no podemos esquivar presentar una alternativa para los trabajadores en las elecciones. Con claridad de que el proceso electoral, dentro de los límites de la democracia de los ricos, en verdad, no pasa de una dictadura disfrazada. Por lo tanto, es necesario dar el combate político presentando claramente propuestas anticapitalistas y socialistas que apunten a la transformación profunda de la realidad. En el caso de Brasil, a pesar de toda la propaganda del gobierno y la clase dominante, no son pocas las vicisitudes que atraviesan los trabajadores; basta ver los datos relacionados con el desempleo, los salarios, la vivienda, la salud y la educación, como los problemas sociales en general.

Es necesario romper inmediatamente con esa situación, mediante propuestas como la reducción de la jornada de trabajo sin reducción de salario, la reforma agraria radical bajo control de los trabajadores, el no pago de las deudas externa e interna, la suspensión de las estatizaciones y que las empresas sean puestas bajo control de los trabajadores y otras. Pero el conjunto de propuestas anticapitalistas deben apoyarse en la necesidad de la movilización de los trabajadores y la juventud. De esa forma, la campaña electoral de los socialistas revolucionarios no puede prescindir del llamado permanente a la movilización, e insistir en que cualquier cambio real depende de la lucha y del enfrentamiento a los patrones y al régimen es fundamental. En ese sentido, a pesar de las insuficiencias programáticas presentadas –no se da peso alguno a la cuestión de la democracia obrera y de la autogestión de la clase trabajadora en el proceso de lucha anticapitalista, por ejemplo– y de la posición equivocada contra la constitución de un frente de izquierda, la candidatura que más se aproxima a una plataforma socialista y con alguna representatividad en el movimiento obrero es la de José Maria de Almeida. Por esa razón, llamamos al voto crítico a esa candidatura y a los candidatos del PSTU.


[1] La candidata del PT, Dilma Rousseff, propone apenas un 7% de inversión del PBI en Educación, valor ínfimo para las necesidades actuales.

[2] En ese índice, cuanto más cercano a 1 es el número, mayor es la desigualdad.