Terminado por ahora el circo del Presupuesto, los
resultados provisionales son los siguientes: a) el Grupo A
quedó reventado (hasta La Nación, furiosa, les hizo la
cruz por inútiles) como consecuencia de comprar mercadería
a ciegas a la notoria vendedora de pescado podrido Elisa
Carrió; b) el Presupuesto 2011 tendrá un grado de
discrecionalidad en el manejo oficial de los fondos aún
mayor al que se proponía a votación, y c) a falta de nada
mejor, el gobierno aparece ante la clase capitalista como
garante de una relativa racionalidad en el manejo de los
asuntos públicos, siempre que al kirchnerismo se le deje
margen político para aprovecharlo.
El empresariado se
ha resignado: no habrá más remedio que negociar con
Cristina,
ante la manifiesta imbecilidad de la oposición, que
teniendo mayoría en ambas cámaras lo único que logró en
un año y medio fue el veto al 82% para los jubilados. Para
esta nueva relación –atrás quedaron los intentos
destituyentes, semidestituyentes
o de licuación del poder K–, la patronal cuenta
también con una actitud
renovada de parte de la presidenta.
El mensaje presidencial es clarísimo. Se escucha en
todos sus discursos: llegó
la hora de la “unidad”, los “acuerdos” y el “tirar
todos juntos, empresarios y trabajadores” (unos
explotando y los otros yugando, claro).
Esa vocación ecuménica de ponerse por encima de todo y
ofrecer la otra mejilla fue constatado con asombro hasta por
Mariano Grondona, que puesto en rol de calificador de riesgo
político le subió la nota a Cristina de “intolerante”
a apenas “intransigente”. La traducción política
concreta de esto es el ambiente cordialísimo que la
presidenta encontró en la Unión Industrial Argentina (UIA)
y los aprestos para
encarar alguna forma de “pacto social” para poner en
caja la inflación… y los salarios.
La cigüeña vuelve a París con 6.300 millones de dólares
Como parte de este operativo oficial de recomponer
relaciones con los empresarios y el establishment –algo
que, recordemos, ya estaba en la agenda de Cristina no bien
asumió, y que la ofensiva ruralista postergó–, el
gobierno anunció la apertura de la negociación por la
deuda con el Club de París. Son 6.300 millones de dólares,
más intereses y punitorios por un monto desconocido, que se
pagarían no al contado pero sí en pocas y rápidas cuotas.
A tono con los festejos del Día de la Soberanía, el
gobierno salió a boquear que se trataba de un “gran
triunfo de la Argentina” porque el FMI no tomaría parte
de la negociación, que sería exclusivamente bilateral. El
Fondo salió a decir que en realidad su intervención no es
necesaria porque no se habla de renegociación sino de una
cancelación de deuda. Son dos verdades a medias: es cierto
que el FMI quedó un poco desairado, pero es falso que no
tenga nada que ver, como veremos enseguida.
Los objetivos de la movida son económicos (completar la salida del default y facilitar el regreso
al crédito tanto del Estado y las provincias como de las
empresas privadas) y también políticos.
Porque desde el
Departamento de Estado yanqui hasta la última cámara
patronal salieron a manifestar su beneplácito por un
gobierno que honra los compromisos con los acreedores. Y
muchos capitalistas empiezan a considerar que la vocación
pro empresaria que declama el gobierno tiene serios visos de
realidad. En efecto, pagarle al Club de París implica que
Estado y privados pueden acceder a líneas de crédito para
exportaciones por parte de los organismos de comercio
exterior del Primer Mundo, las llamadas export credit
agencies como el Eximbank (EEUU), Coface (Francia), Euler
Hermes (Alemania), el EGDC inglés y la JBIC japonesa, todos
países del Club.
Todo apunta a la
misma línea de “normalización” anunciada en 2008, no concretada desde entonces y que
ahora cuenta con condiciones más favorables para
implementarse. Y volver al “país normal” que añoraba
Kirchner –aunque la épica de la izquierda K lo haya
querido convertir post mortem casi en el Che Guevara–
significa justamente salir
del default, amigarse con los empresarios (salvo los que
no entiendan razones, como el Grupo Clarín) y
apoyarse menos en “los trabajadores” (es decir, la
burocracia sindical) y
más en “todos los argentinos”.
Con una ayudita de los amigos del FMI
Pero a este operativo, desde el punto de vista de la
“comunidad financiera internacional” con la que ahora
hay que llevarse bien, le faltaba la frutilla del postre: el
INDEK. Como es sabido, la manipulación oficial de los índices
de precios tenía un único objetivo: ahorrar pagos de bonos de deuda que se actualizaban por el CER (la
inflación, bah). Y el objetivo vaya que se cumplió: se
pagaron unos 5.000 millones de dólares menos gracias a
truchar los índices. Pero la
cosa no daba para más, por varias razones.
En primer lugar, la manipulación ponía bajo sospecha
todas las estadísticas oficiales, incluso las no tan
objetables. Segundo, un porcentaje importante de la suba del
famoso riesgo país se debe exclusivamente al INDEK.
Tercero, ni siquiera cumplía el rol de tirar hacia abajo
las paritarias, ya que ningún gremio consideraba el índice
oficial para negociar. Y cuarto, con un horizonte de pagos
de deuda más despejado (6.000 millones de dólares en 2012
frente a casi el doble en 2011), ya era hora de tomar cartas
en una situación insostenible.
Vaya casualidad: los
elegidos para arreglar el desaguisado no fueron otros que
los “expertos” del FMI. Sí, esos mismos de cuyas
tiránicas garras nos habíamos salvado gracias a la
valiente y soberana decisión de pagarles hasta el último
peso. ¿No era que el kirchnerismo había desterrado al
Fondo hasta del propio Club de París? Como reconoce azorado
y compungido un economista de la Universidad de las Madres,
muy oficialista él, “pareciera que el pedido (al FMI. MY)
responde a cumplir
con uno de los reclamos del organismo para restablecer la
confianza de los mercados financieros en el país. Y
aunque el ministro Boudou negó que tuviera algo que ver con
las negociaciones del Club de París, es
difícil creer que ambos hechos no estén relacionados”
(BAE, 24-11).
Repasemos: pacto social empresarios-CGT, reparto de las
ganancias al cajón, mano tendida a la patronal, pago al
Club de París, reforma del INDEK con técnicos del FMI…
Pero, ¿y la epopeya de transformación a cargo del
“gobierno nacional y popular” que se iba a comer a todos
los chicos crudos para volver a los “días felices” del
peronismo? Bueno, queda el anuncio del aumento navideño de
la Asignación Universal, el bonus a los jubilados y el
avance de la causa de los hijos adoptados de la dueña de
Clarín. Con eso se alimenta a “6,7,8” y a quienes sueñan
que el rumbo del gobierno es el “vamos por todo” de las
exequias de Néstor Kirchner. Pero los trabajadores harían
bien en ser menos crédulos: por ahora, los únicos
realmente entusiasmados con el cambio de política de Cristina –más todavía
porque no se lo esperaban mucho– son los
patrones y los acreedores.