Socialismo o Barbarie, periódico Nº 190, 25/11/10
 

 

 

 

 

 

Primero los empresarios, luego el Club de París, ahora el FMI

Cristina renueva amistades

Por Marcelo Yunes

Terminado por ahora el circo del Presupuesto, los resultados provisionales son los siguientes: a) el Grupo A quedó reventado (hasta La Nación, furiosa, les hizo la cruz por inútiles) como consecuencia de comprar mercadería a ciegas a la notoria vendedora de pescado podrido Elisa Carrió; b) el Presupuesto 2011 tendrá un grado de discrecionalidad en el manejo oficial de los fondos aún mayor al que se proponía a votación, y c) a falta de nada mejor, el gobierno aparece ante la clase capitalista como garante de una relativa racionalidad en el manejo de los asuntos públicos, siempre que al kirchnerismo se le deje margen político para aprovecharlo.

El empresariado se ha resignado: no habrá más remedio que negociar con Cristina, ante la manifiesta imbecilidad de la oposición, que teniendo mayoría en ambas cámaras lo único que logró en un año y medio fue el veto al 82% para los jubilados. Para esta nueva relación –atrás quedaron los intentos destituyentes, semidestituyentes  o de licuación del poder K–, la patronal cuenta también con una actitud renovada de parte de la presidenta.  El mensaje presidencial es clarísimo. Se escucha en todos sus discursos: llegó la hora de la “unidad”, los “acuerdos” y el “tirar todos juntos, empresarios y trabajadores” (unos explotando y los otros yugando, claro).

Esa vocación ecuménica de ponerse por encima de todo y ofrecer la otra mejilla fue constatado con asombro hasta por Mariano Grondona, que puesto en rol de calificador de riesgo político le subió la nota a Cristina de “intolerante” a apenas “intransigente”. La traducción política concreta de esto es el ambiente cordialísimo que la presidenta encontró en la Unión Industrial Argentina (UIA) y los aprestos para encarar alguna forma de “pacto social” para poner en caja la inflación… y los salarios.

La cigüeña vuelve a París con 6.300 millones de dólares

Como parte de este operativo oficial de recomponer relaciones con los empresarios y el establishment –algo que, recordemos, ya estaba en la agenda de Cristina no bien asumió, y que la ofensiva ruralista postergó–, el gobierno anunció la apertura de la negociación por la deuda con el Club de París. Son 6.300 millones de dólares, más intereses y punitorios por un monto desconocido, que se pagarían no al contado pero sí en pocas y rápidas cuotas.

A tono con los festejos del Día de la Soberanía, el gobierno salió a boquear que se trataba de un “gran triunfo de la Argentina” porque el FMI no tomaría parte de la negociación, que sería exclusivamente bilateral. El Fondo salió a decir que en realidad su intervención no es necesaria porque no se habla de renegociación sino de una cancelación de deuda. Son dos verdades a medias: es cierto que el FMI quedó un poco desairado, pero es falso que no tenga nada que ver, como veremos enseguida.

Los objetivos de la movida son económicos (completar la salida del default y facilitar el regreso al crédito tanto del Estado y las provincias como de las empresas privadas) y también políticos. Porque desde el Departamento de Estado yanqui hasta la última cámara patronal salieron a manifestar su beneplácito por un gobierno que honra los compromisos con los acreedores. Y muchos capitalistas empiezan a considerar que la vocación pro empresaria que declama el gobierno tiene serios visos de realidad. En efecto, pagarle al Club de París implica que Estado y privados pueden acceder a líneas de crédito para exportaciones por parte de los organismos de comercio exterior del Primer Mundo, las llamadas export credit agencies como el Eximbank (EEUU), Coface (Francia), Euler Hermes (Alemania), el EGDC inglés y la JBIC japonesa, todos países del Club.

Todo apunta a la misma línea de “normalización” anunciada en 2008, no concretada desde entonces y que ahora cuenta con condiciones más favorables para implementarse. Y volver al “país normal” que añoraba Kirchner –aunque la épica de la izquierda K lo haya querido convertir post mortem casi en el Che Guevara– significa justamente salir del default, amigarse con los empresarios (salvo los que no entiendan razones, como el Grupo Clarín) y apoyarse menos en “los trabajadores” (es decir, la burocracia sindical) y más en “todos los argentinos”.

Con una ayudita de los amigos del FMI

Pero a este operativo, desde el punto de vista de la “comunidad financiera internacional” con la que ahora hay que llevarse bien, le faltaba la frutilla del postre: el INDEK. Como es sabido, la manipulación oficial de los índices de precios tenía un único objetivo: ahorrar pagos de bonos de deuda que se actualizaban por el CER (la inflación, bah). Y el objetivo vaya que se cumplió: se pagaron unos 5.000 millones de dólares menos gracias a truchar los índices. Pero la cosa no daba para más, por varias razones.

En primer lugar, la manipulación ponía bajo sospecha todas las estadísticas oficiales, incluso las no tan objetables. Segundo, un porcentaje importante de la suba del famoso riesgo país se debe exclusivamente al INDEK. Tercero, ni siquiera cumplía el rol de tirar hacia abajo las paritarias, ya que ningún gremio consideraba el índice oficial para negociar. Y cuarto, con un horizonte de pagos de deuda más despejado (6.000 millones de dólares en 2012 frente a casi el doble en 2011), ya era hora de tomar cartas en una situación insostenible.

Vaya casualidad: los elegidos para arreglar el desaguisado no fueron otros que los “expertos” del FMI. Sí, esos mismos de cuyas tiránicas garras nos habíamos salvado gracias a la valiente y soberana decisión de pagarles hasta el último peso. ¿No era que el kirchnerismo había desterrado al Fondo hasta del propio Club de París? Como reconoce azorado y compungido un economista de la Universidad de las Madres, muy oficialista él, “pareciera que el pedido (al FMI. MY) responde a cumplir con uno de los reclamos del organismo para restablecer la confianza de los mercados financieros en el país. Y aunque el ministro Boudou negó que tuviera algo que ver con las negociaciones del Club de París, es difícil creer que ambos hechos no estén relacionados” (BAE, 24-11).

Repasemos: pacto social empresarios-CGT, reparto de las ganancias al cajón, mano tendida a la patronal, pago al Club de París, reforma del INDEK con técnicos del FMI… Pero, ¿y la epopeya de transformación a cargo del “gobierno nacional y popular” que se iba a comer a todos los chicos crudos para volver a los “días felices” del peronismo? Bueno, queda el anuncio del aumento navideño de la Asignación Universal, el bonus a los jubilados y el avance de la causa de los hijos adoptados de la dueña de Clarín. Con eso se alimenta a “6,7,8” y a quienes sueñan que el rumbo del gobierno es el “vamos por todo” de las exequias de Néstor Kirchner. Pero los trabajadores harían bien en ser menos crédulos: por ahora, los únicos realmente entusiasmados con el cambio de política de Cristina –más todavía porque no se lo esperaban mucho– son los patrones y los acreedores.