“El
levantamiento de Egipto es un evento de proporciones histórico-mundiales.
Ha puesto al más grande e importante país del mundo árabe
a un paso de una revolución” [1].
|
La religión en
el proceso
revolucionario
Laicidad,
Hermandad Musulmana y
emergencia del marxismo
Una consideración aparte merece el carácter laico de la rebelión. Este
no es uno menor: Medio Oriente venía siendo un “agujero negro” donde la lucha de clases estuvo invariablemente revestida –desde hace décadas– por motivos
religiosos.
Un corresponsal en la Plaza Tahir recogió el siguiente comentario:
“Todas las personas aquí son del 25 de enero, todos son
del 6 de abril, todos son un solo puño”.[1] Es que todos
los informes señalan que musulmanes, cristianos coptos y
ateos, mujeres con velo y sin él, combatieron hombro con
hombro en la rebelión. Incluso las propias iglesias y
mezquitas sirvieron de factores de organización donde se
entremezclaban las personas sin que a nadie se le preguntara
su religión.
El reconocido economista Samir Amin destaca que en la rebelión emergió
un rasgo característico del movimiento de masas egipcio que
parecía “adormecido”: su
politización. Es que se trata de un país con una
enorme tradición de lucha, tradición que arraiga desde los
comienzos mismos del siglo pasado si bien ésta estuvo
marcada mayormente por el nacionalismo burgués.
En ese contexto, el rol de la Hermandad Musulmana estuvo claramente diluido.
Su existencia es agitada como un “cuco” por el propio imperialismo
para ser utilizado contra la rebelión.
Nos referiremos específicamente a esto en otro artículo. Aquí
solamente queremos destacar el hecho que la misma tuvo un
rol prácticamente nulo
a lo largo de la rebelión… que
no haya sido correr a reunirse con el régimen días antes
de la caída de Mubarak.
Samir Amin presenta una aguda semblanza acerca de sus compromisos con el
régimen dictatorial y el sistema capitalista egipcio: “¿Podría
decirse que Mubarak ha subcontratado la sociedad egipcia a
los Hermanos Musulmanes.
¡Absolutamente! Les ha confiado tres instituciones fundamentales: la
justicia, la educación y la televisión.
Pero el régimen militar quiere conservar para sí mismo la dirección,
reivindicada asimismo por los Hermanos Musulmanes (…) Lo esencial es que todos aceptan el capitalismo tal cual es. Los
Hermanos Musulmanes jamás han pensado seriamente en cambiar
las cosas. Por lo demás, durante las grandes huelgas
obreras de 2007-2008, sus parlamentarios votaron con el
gobierno contra los
huelguistas. Frente a las luchas de los campesinos
expulsados de sus tierras por los grandes propietarios
rentistas, los Hermanos Musulmanes toman partido contra
el movimiento campesino. Para ellos, la
propiedad privada, la libre empresa y el beneficio son cosas
sagradas”.[2]
El desteñido rol de la Hermandad durante la rebelión, el carácter
profundamente laico de la misma, la emergencia de las luchas
juveniles y, sobre todo, de la clase obrera, ha dejado
planteada una posibilidad de incalculables consecuencias: reabrir
después de décadas y décadas, el terreno para la
emergencia del marxismo revolucionario en la región, una
tarea que debería ser encarada colectivamente por las
fuerzas más sanas del trotskismo mundial. (J.L.R.)
Notas:
1 Informe de Luis Gustavo Porfirio, corresponsal del PSTU, 11 de febrero
del 2011.
2 Entrevista a Samir Amin, en
www.sinpermiso.info.
|
La rebelión egipcia ha puesto sobre la mesa un conjunto de problemas estratégicos. El primero de ellos es el de
su impacto internacional. Siendo el país decisivo de Medio
Oriente con sus 80 millones de habitantes, deja inciertas
perspectivas para el imperialismo en una región de
importancia global convulsionada por una irrupción de masas
sin precedentes. Porque
en los hechos lo que se ha abierto es un proceso regional
que coloca a la orden del día el problema de la revolución
en todo el mundo árabe.
El segundo, las perspectivas de la propia “revolución” egipcia: sus
alcances, límites y desafíos para transformarse de rebelión “democrática” en revolución social llevando al
poder a las masas populares encabezadas por la clase obrera.
Es a este segundo aspecto al que nos dedicaremos aquí.
El rol bonapartista del ejército
Una de las “postales” más características de la rebelión egipcia
ha sido el “entremezclamiento” de los tanques con la
población movilizada. Fotos así no se veían, quizás,
desde la Revolución Portuguesa de 1975, que acabó con la
dictadura de Salazar.
Se puede decir que, en Egipto, las FFAA tienen un rol “especial” que
viene desde hace 50 años con el golpe antimonárquico de
Gamal Abdul Nasser. En los años 1940, un movimiento
nacionalista de masas fue creciendo en Egipto. En julio de
1952 una rebelión de la oficialidad joven (el Grupo de los
Oficiales Libres) tira abajo a la monarquía, echa del país
a Inglaterra –que era quien la apañaba– y establece una
República. Los tres presidentes que se sucedieron desde
entonces fueron oficiales provenientes de las Fuerzas
Armadas: Nasser, Sadat y Mubarak.
El ejército conserva un importante prestigio por su rol anticolonial y
por las guerras llevadas adelante contra Israel más allá
del resultado de las mismas. En todas estas décadas, ese
prestigio lo ha utilizado para ser el garante
del capitalismo egipcio: lo más lejos que llegó fue a
los rasgos antiimperialistas en el apogeo de Nasser, pero
eso quedó lejos y hace tiempo, como veremos enseguida.
Las FFAA se han erigido así por “encima” de la Nación, sus
instituciones y clases sociales. Este rol es llamado en el
marxismo, bonapartismo.
Este papel bonapartista puede ser ejercido de dos maneras:
como bonapartismo de izquierda o como bonapartismo de
derecha. Cuando se ejerce como bonapartismo de izquierda, va
acompañado de medidas populistas, de cierta apertura al
movimiento de masas, incluso llegando a facilitar la
organización controlada del movimiento obrero. Su base
material: más o menos amplias concesiones económico-
sociales al movimiento de masas.[2]
Pero este rol de “arbitraje” también se puede cumplir hacia
la derecha, reprimiendo duramente al movimiento de masas, obrero y la
izquierda. No hay que olvidar que el bonapartismo burgués
siempre termina siendo, repetimos, el garante
del capitalismo. Esto se vivió en Egipto con el
antecesor de Mubarak, Anwar el-Sadat, con su política económica
neoliberal de “puertas abiertas” y su capitulación a
EEUU e Israel con los acuerdos de Camp David. Mubarak llegó
luego del asesinato de Sadat, en 1981, sólo para seguir
esta misma senda: tirar
al cesto de la basura el ideario nacionalista burgués y
alinearse sin rubor a los EEUU e Israel, colaborando
incluso en el aislamiento de la población palestina de
Gaza.
No por casualidad, Joe Biden, vicepresidente de Obama, dijo lo
siguiente: “Mubarak ha sido nuestro aliado en numerosas
cuestiones. Y ha sido muy responsable respecto de nuestros
intereses geopolíticos en la
región, los esfuerzos de paz en Medio
Oriente, las acciones que ha tomado para normalizar sus
relaciones con Israel. No
me referiré a él como un dictador”.[3]
Este rol bonapartista de las FFAA fue claramente preservado y ejercido
en la crisis. Hoy son las Fuerzas Armadas las que han
asumido directamente el poder. Durante los días de la
rebelión ensayaron un movimiento a “izquierda” negándose
a reprimir so pena de dividirse y estallar en mil pedazos. Hubo
ejemplos muy concretos de confraternización de la tropa con
la movilización popular. Esto contrastó con la odiada
policía del régimen, la que se vio desbordada y fue
obligada a dejar las calles.
Sin embargo, la realidad dista de ser “rosa”. Aunque el ejército
hubiera querido disparar sus cañones sobre
la multitud, la represión hubiera terminado en tal baño de
sangre que sus perspectivas no hubieron sido menos que
inciertas: habrían provocando, eventualmente, el salto de la rebelión en
verdadera revolución hecha y derecha configurando un salto
al vacío.
Fue más “económico”, entonces, obligar a renunciar a Mubarak. En
todo caso, hay algo de nefasto en el rol ensayado por el ejército
durante los días de la rebelión: al ser el garante en última
instancia del capitalismo en Egipto, es
un enemigo del movimiento de masas a pesar de sus oropeles
“antiimperialistas”.
En esas condiciones, habría que llevar adelante un trabajo político en
su seno apuntando a la división del sector plebeyo con la
oficialidad. Esta es la orientación clásica del marxismo
revolucionario hacia el ejército. Sobre todo, cuando se
trata de un ejército de este tipo donde su reclutamiento
sigue basándose aparentemente –pero esto debe ser
chequeado– en la conscripción.
El llamado de diversas fuerzas políticas a “confiar” en las Fuerzas
Armadas es uno de los más graves peligros: el
más dramático en estos momentos donde la primera tarea
planteada es, justamente, pregonar
la desconfianza al mismo tiempo que se
apoyan las luchas obreras en curso. El mismo Obama,
cuando hizo declaraciones tras la caída de Mubarak, salió
a destacar “el
sentido de responsabilidad del gran ejército egipcio”… Ya
días antes su vocero Gibbs había remarcado que no existía
“ninguna iniciativa en el sentido de retirar la ayuda”
que por 1500 millones de dólares reciben anualmente las
FFAA de parte de los EEUU.
A lo anterior se suma la estrecha relación de las FFAA con la burguesía
egipcia. Estos vínculos provienen de las nacionalizaciones
de los años 50, seguidas de las re-privatizaciones a partir
de mediados de la década del 70. Prácticamente toda la
propiedad extranjera fue estatizada a mitad de siglo. Pero
luego, una parte de ella –no sabemos exactamente qué
proporción–, fue re-privatizada, dejando
vínculos estrechísimos entre los hombres de armas y los de
negocios.
¿Berlín 1989? ¿Irán 1979?
Respecto de los acontecimientos en Egipto se han echado a rodar una
serie de analogías en
los medios escritos. Pocos las han planteado a los efectos
de hacer una honesta
caracterización de los alcances de los acontecimientos
y sus posibles tendencias.
Un sector progresista estadounidense trata de asimilarlos a la caída
del Muro de Berlín en 1989. La caída del estalinismo se
inició como un movimiento popular desde abajo. Sin embargo,
esta analogía no deja de ser interesada.
Es que a nadie se puede escapar que, finalmente, el proceso
fue canalizado hacia la derecha, dando lugar a la vuelta al capitalismo. Un retorno
que hundió de conjunto el nivel de vida de las masas en vez
de dar una salida emancipadora.
En el caso egipcio, el signo de los acontecimientos es inequívocamente revolucionario.
Los acontecimientos de 1989 sólo pueden valer como analogía
formal de lo que
se está viviendo en Egipto: una emergencia popular desde
abajo. Pero por su contenido y dinámica no tienen nada que
ver: de ninguna manera está planteado que vaya a una regresión reaccionaria
del tipo de la ocurrida en los países detrás de la llamada
“cortina de hierro”.
Por el contrario, lo que se está
abriendo paso realmente es el proceso de la revolución de
los explotados y oprimidos del mundo árabe. En todo
caso, de la profundización del proceso en curso, de la
maduración de las fuerzas sociales puestas en escena, del
progreso en la emergencia independiente de la clase obrera,
y de la apertura del espacio para el marxismo
revolucionario, dependerá la progresión anticapitalista
del mismo: que se
quede en el terreno de la democracia burguesa –o tenga
nuevos zarpazos reaccionarios– o avance hacia una
perspectiva socialista.
Respecto de las tendencias políticas probables de la revolución
egipcia, viene otra analogía: la que pretende asimilar los
acontecimientos con la revolución iraní de 1979.
Sucintamente, en Irán los acontecimientos fueron la
emergencia de una verdadera revolución con un enorme peso
inicial estudiantil y obrero independiente, con una amplia
influencia del PC iraní (y en parte también del maoísmo
entre la juventud de los mujaidines), y la construcción de
todo tipo de organismos independientes, amén de la
destrucción del ejército del Sha.
Sin embargo, había una fuerza burguesa militante, con referentes claros
e insertos en la comunidad que fue la que terminó imponiéndose
dado su peso de masas: el
reaccionario movimiento islámico del Ayatollah Jomeini.
De ahí que lecturas interesadas –salidas de las usinas
del imperialismo yanqui– estén agitando el “cuco” que
ahora se vendrían los islámicos “radicales” de la
Hermandad Musulmana a capitalizar el proceso…
Ya hemos señalado que más allá del carácter más o menos religioso
de amplias porciones de la población (musulmanes y
cristianos coptos), el proceso como tal fue absolutamente
laico. O, en todo caso, “interreligioso”, mostrando
la emergencia de un “campo” ideológico y político más
“despejado” para las corrientes laicas e incluso de la
izquierda revolucionaria. La
realidad es que en Egipto para nada parece haber un
escenario para un brutal giro ideológico conservador como
el acontecido en Irán treinta años atrás.
En todo caso, visto el proceso de maduración de conjunto de la lucha de
clases a nivel internacional, nos parece que la experiencia
egipcia expresa una suma –y no sólo una mera “suma”,
sino un salto en
calidad– en la acumulación
de experiencias que van desde las rebeliones populares
latinoamericanas, hasta la rebelión en Grecia, pasando por
el incipiente proceso de luchas obreras en Europa, y la
emergencia de la clase obrera china todavía por
reivindicaciones mayormente económicas o de sindicalización.
En resumen: el proceso revolucionario en Egipto, y la mecha de revolución
que significa para todo el Medio Oriente, ha teñido de rojo
una importantísima región del mundo: la
situación mundial en su conjunto ha
quedado más a la izquierda que antes del 25 de enero.
De la rebelión a la revolución, o cómo definir los acontecimientos
Para comenzar a responder a este interrogante, reproduzcamos lo que dice
una agudo analista de los acontecimientos: “La cuestión
que continúa ocupando a muchos observadores de las políticas
del Medio Oriente es: ¿cómo pudo una población reducida a
la apatía política lograr semejante sísmica y organizada
movilización? ¿Cómo un país que sólo un mes atrás
estaba siendo puesto cabeza abajo por una escalada de
enfrentamientos sectarios interreligiosos, pudo unirse para
crear uno de los más grandes terremotos de nuestro tiempo
en el mundo árabe? Alejandría, donde sólo un mes atrás
un muy bien preparado coche-bomba mató 23 cristianos, ha
sido la anfitriona de demostraciones en las cuales coptos[4]
y musulmanes rezaron conjuntamente, y las iglesias, junto
con las mezquitas, sirvieron como centros de congregación
de los manifestantes. Con millones en las calles, ninguna
iglesia fue atacada, ni un incidente sectario reportado.
Todo esto a pesar de que el Papa copto, Shenouda III, anunció
su inequívoco apoyo a Mubarak el primer día de la
movilización”.[5]
En fin, no deja de ser de enorme interés el problema de la
caracterización del proceso de la lucha contra Mubarak. El
hecho cierto es que no hay actor u observador en el terreno
mismo del El Cairo, la Plaza Tahrir, Suez o Alejandría que
no llame –hasta cierto punto con todo derecho– como “revolución” al levantamiento de las últimas semanas. Esto no
puede dejar de tener que ver con las características del
acontecimiento mismo.
Tomemos el ejemplo de Latinoamérica. En la última década hemos vivido
un ciclo de rebeliones populares marcado por jornadas
revolucionarias. Sin embargo, no recordamos que sus
protagonistas llegaran a definirlas como “revolución”.
Está claro que se trató de acontecimientos históricos
como el “Octubre boliviano”, el “Argentinazo” o las
jornadas antigolpistas de abril de 2002 y la lucha contra el
parosabotaje de diciembre 2002- enero 2003 en Venezuela.
Pero salvo por razones meramente propagandísticas, sólo
una minoría llegó a llamar a estos acontecimientos
“revoluciones”.
En Egipto quizás haya una explicación de importancia para esta
diferencia: el
contraste. ¿A qué nos queremos referir con esto? Al
hecho que en Latinoamérica las rebeliones explotaron contra
regímenes neoliberales pero de democracia burguesa,
cualitativamente me nos represivos. En Argentina, sobre una
población de 40 millones, hubieron “solamente” 30 compañeros
asesinados; en Egipto, con una población del doble, sus
muertos fueron cinco veces mayores!
Pero el hecho es que en Egipto, lo que las masas salieron a enfrentar,
fue una dictadura feroz, sanguinaria, capaz de sacar –por
poner un ejemplo– un joven bloguero de un cibercafé y
lincharlo a patadas a plena luz del día; una
dictadura que hasta pocas semanas atrás parecía incólume (aunque
ya se habían encendido ciertas voces de alerta).[6]
Ese contraste brutal entre el
día antes y el día después del desencadenamiento de la
inmensa movilización popular, es el que puede haber puesto
en la boca de todos sus actores la palabra “revolución”,
expresando uno de los rasgos más característicos de toda
autentica revolución: la
entrada en la escena de las amplias masas que toman en sus
manos sus propios destinos. Este es el inequívoco signo
revolucionario de los acontecimientos en curso en Egipto.
Hay más. Los enfrentamientos entre las masas movilizadas y las fuerzas
represivas fueron más duros que los vividos en Latinoamérica
(excepción hecha, quizás, del caso Bolivia, donde el
propio ejército entró a El Alto en octubre del 2003 y fue
enfrentado con barricadas. Allí los muertos fueron 80 para
una población que no llega a los diez millones).
En la Plaza Tahrir hubo enfrentamientos campales más enconados que los
verificados en la Plaza de Mayo el 19 y 20 de diciembre del
2001. Los enfrentamientos fueron con la policía secreta y
las bandas armadas por el régimen aunque no con el ejército,
que se mantuvo astutamente al margen.
La misma Plaza Tahrir –definida por algunos como “la comuna anarquista de Tahrir”– expresó elementos de organización independiente: sus ocupantes llegaron a
hablar de ella como de un “gobierno
paralelo” a cargo de coordinar el movimiento día y
noche: “nosotros
creamos un ‘gobierno paralelo’, tenemos
‘consejeros’, ‘ministros’, hasta nuestra ‘policía’”.
[7]
En los barrios populares, de la misma manera que vivimos en las
rebeliones latinoamericanas, se armaron rondas
de seguridad por parte de los vecinos ante la virtual
desaparición de la odiada policía. Sin embargo, que
sepamos, no se ha
dado lugar –al menos no todavía– a la conformación de
organismos sistemáticos de autodefensa.
Emergieron también toda una serie de movimientos independientes: los más
conocidos son los de la juventud, como el “Movimiento 6 de
abril” y que cumplió un papel de primer orden en la
Plaza.
Pero sobre todo, hay un rasgo distintivo
que apunta a caracterizar al proceso en Egipto por encima del inicio del ciclo latinoamericano: el
ingreso a escena de la clase obrera. Este es un rasgo de
enorme importancia: el
proceso revolucionario inicia con un peso cualitativamente
mayor de una clase obrera que viene en ascenso desde el año
2004. Muchos analistas opinan que lo que terminó
inclinando la balanza fue justamente la huelga de brazos caídos
de los 6.000 trabajadores del Canal de Suez que dejaron de
operarlo a partir del 8 de febrero.
Todos los elementos anteriores inclinan la balanza para el lado de la
caracterización del proceso como “revolución”, y uno
no menor es la simultaneidad y alcance regional del proceso.
Y, sin embargo, hay un elemento de mucho peso que si es
desconsiderado puede desarmar frente a las tareas estratégicas que tiene planteado el
levantamiento popular en Egipto: el
problema de las Fuerzas Armadas.
¿Por qué? Por el hecho que el
Estado conservó, incólume, el monopolio de la fuerza.
No se trata que se le deba dar connotación de “revolución”
solamente a aquéllas que cuestionen abiertamente el
sistema: eso sería completamente sectario. En 1979 el sistema capitalista no fue abiertamente
cuestionado en Nicaragua pero se trató de una revolución
con todas las letras porque llevó a
la quiebra y destrucción del ejército de Somoza.
Otras revoluciones tuvieron la misma consecuencia, insistimos,
independientemente que no llegaran a expropiar a la burguesía.
Por sólo nombrar algunas en la segunda mitad del siglo XX,
podemos hablar de la boliviana en 152, la misma iraní en
1979. La quiebra del
ejército fue el elemento inequívoco de estas revoluciones.
Otro elemento inequívoco es la construcción de organismos de doble poder. Fue también el caso de las dos
revoluciones anteriormente nombradas (aunque no de la
nicaragüense). En Bolivia, a sólo días de triunfar la
revolución que desarticuló el ejército (al que se hace
desfilar en calzoncillos), se funda la Central Obrera
Boliviana, que en su apogeo fue mucho más que un mero
“sindicato”: hizo las veces de organismo de poder. En Irán,
el peso tan inmenso de la intervención de la clase obrera,
dio lugar al surgimiento de los Shoras,
verdaderos Consejos
Obreros que llegaron a organizar no solamente los
lugares de trabajo, sino el abastecimiento de las
localidades.
Sin embargo, el problema que persiste, es que hasta el momento, que
sepamos, estas
experiencias no han logrado todavía “cristalizar”
organizativamente, y mucho menos centralizarse de manera
consecuente.
En definitiva, y más allá de que este último aspecto tampoco debe ser
absolutizado, el
hecho que nos preocupa realmente destacar es que el ejército
egipcio no sólo no ha sido desbandado, sino que siquiera ha
quedado en un rol de segundo orden.
Por el contrario sigue siendo –y más que nunca, si se quiere– la
principal institución del régimen político, un
peligro mortal para
el proceso revolucionario, que incluso pone entre paréntesis
en qué medida podría emerger siquiera una democracia
burguesa “consecuente” en estas condiciones. En todo
caso, un atributo clásico de una revolución sigue siendo la
quiebra del Estado burgués, y esta es una tarea que
sigue estando por delante para el proceso revolucionario
egipcio.
La revolución debe golpear dos veces
El precisar los alcances y límites del levantamiento popular egipcio no
tiene porqué dar lugar a lecturas sectarias de los
acontecimientos. El extraordinario proceso revolucionario
que se está viviendo en ese país es un acontecimiento de magnitud
histórica llamado a tener las más amplias
consecuencias en la región y el mundo también.
Pero como señalara Lenin, las
revoluciones sociales están llamadas a golpear dos veces.
La caída de Mubarak debe servir cual toque de rebato para
preparar la segunda revolución: la que derribe
al régimen capitalista egipcio abriendo las puertas a una
salida socialista, obrera, campesina y popular no sólo
en Egipto sino en todo el Medio Oriente.
Notas:
1 Callinicos, Socialist Worker Nº 2237.
2 Atención, aunque también puede reprimir, y duramente, las luchas
obreras para impedir su independencia: ahí está el caso
escandaloso del ajusticiamiento de los obreros por el propio
Nasser al comienzo mismo de su “revolución”.
3 Citado por Alex Callinicos en Socialist Worker Nº 2237.
4 Cristiano de Egipto. En su mayoría son eutiquianos, seguidores de
Eutiques, heresiarca del sigloV, que no admitía en
Jesucristo sino una sola naturaleza, pero los hay católicos
con su rito especial.
5 Saba Mahmood, Los arquitectos del levantamiento egipcio y los desafíos
por delante. En www.jadaliyya.com, 14 de febrero de 2011.
6 Ahmed Shawki, de origen egipcio y dirigente de la International
Socialist Organization de los EEUU (el grupo trotskista más
grande hoy en ese país), señaló, muy honestamente, que
incluso habiendo estado en Egipto en enero pasado, los
acontecimientos desencadenados apenas días después de su
retorno a USA lo “sorprendieron”.
7 Esto lo informa Luis Gustavo Porfirio, corresponsal enviado por el
PSTU de Brasil.