La
burocracia sindical le regaló al gobierno un techo para las
paritarias: el 24% que arregló el gremio de Camioneros. El
acuerdo con la patronal tiene aristas políticas muy
significativas, y revela hasta qué punto Moyano y la CGT
son sostenes fundamentales del gobierno, aunque también
quieran conservar cierto juego propio. Por supuesto, los que
pierden son los trabajadores de todos los gremios.
La
paritaria de Camioneros tiene el siguiente detalle: 12% de
aumento a partir de junio, otro 6% en noviembre y otro 6%
en… marzo de 2012. Lo primero que llama la atención es
que un acuerdo salarial cerrado en marzo deja el primer
aumento para junio. La paritaria anterior del gremio tenía
casi el mismo cronograma de tres cuotas en esos meses
(arrancaba en julio), pero se había cerrado en junio.
El
mensaje es obvio: tal como hiciera en 2008, Moyano puso a
su propio gremio como caso testigo y techo para
los demás, a modo de favor político al gobierno en
momentos en que la inflación se acelera y la danza de
porcentajes de aumento en las paritarias estaba alarmando a
la patronal. Así como en 2008 cerró en el famoso 19,5%
para “no alimentar expectativas inflacionarias” (¡vana
esperanza!), Moyano se puso al frente del operativo de
control de los acuerdos salariales en beneficio de la
“estabilidad” que necesita la campaña Cristina 2011.
Es
innecesario aclarar que el número es una miseria, sobre
todo teniendo en cuenta que llega hasta marzo de 2012 y que
otros gremios acordaron un porcentaje parecido pero dentro
de 2011. Es cierto que el nuevo convenio agrega un plus
vacacional y otros beneficios que pueden maquillar algo,
dentro del gremio, lo bajo del porcentaje. Pero esas cláusulas
especiales son justamente específicas de Camioneros y no
corren para las demás actividades, que reciben una señal
es muy clara: todas las negociaciones tendrán como
centro de gravedad el 24%.
Es por
eso que, como señala un analista pro patronal, “hasta los
empresarios más refractarios al polémico titular de la CGT
alistarían sus lapiceras para firmar un convenio similar
con sus gremios” (N. Scibona en La Nación, 3-4). Y
constata con satisfacción que “Moyano acepta un aumento
incluso inferior al que pactó en 2010 (25%) y le permite al
gobierno de CFK exhibir una pauta salarial relativamente
moderada, que no pudo lograr con el frustrado pacto
social” (ídem). Es por eso que en la reunión del Grupo
de los 6 (industriales y banqueros), se habló de tomar el
24% de Moyano como referencia para todos (BAE, 13-4).
Tan
malo es el acuerdo que algunos miembros del Consejo
Directivo de la CGT se vieron obligados a atajarse: “Cada
actividad tiene su propia realidad, cada sindicato sabe lo
que puede pedir; algunos, como Camioneros, se ubicarán por
debajo de esa línea y otros la van a superar” (Página
12, 31-3).
¿A
quién quieren engañar? Difícilmente algún sector de la
burocracia sindical se atreva (suponiendo que su patronal se
lo permita) a dejar en offside al gremio de Moyano pactando
un aumento sensiblemente mayor.
Por
supuesto, nada es gratis en esta vida, y esta paritaria
tan generosa con las necesidades políticas del gobierno y
tan avara con los trabajadores forma parte de una negociación
mayor. Los acuerdos salariales y la no menos amarreta
suba del impuesto a las ganancias son prenda de negociación
entre la burocracia sindical y el gobierno para que más
gente del moyanismo aparezca en las boletas electorales del
Frente para la Victoria … y de máxima, para dar pelea por
el acompañante de Cristina en la fórmula presidencial.
Parte de
este operativo es el acto convocado por Moyano para el 29 de
abril en la avenida 9 de Julio. La supuesta saga de los
“trabajadores” (el motivo formal del acto es el Día del
Trabajador) estará al servicio de la estrategia de la
burocracia sindical. Porque ésta, a la vez que apoya al
gobierno nacional, negocia con él por cuotas de poder en
todos los planos: desde los candidatos en las listas hasta
la protección político-judicial para Moyano y demás
“muchachos” en problemas, pasando por los aportes
estatales a las cajas de las obras sociales.[1]En otras
palabras: en nombre de la “lealtad a los trabajadores”, se
hipoteca la independencia política de los trabajadores
en beneficio de un lugar más destacado de la burocracia
sindical en el armado político de un movimiento patronal
hasta la médula.
Más
sainetes parlamentarios
Como señalamos,
otra parte del paquete de negociaciones es la cuestión del
impuesto a las ganancias, que hasta antes del aumento del mínimo
no imponible pagaban entre uno y medio y dos millones de
asalariados. Cabe tener en cuenta que en 2001 esa cifra no
superaba el medio millón. ¿Qué pasó en el medio? Simple:
a caballo de la inflación, el ingreso nominal de los
trabajadores creció más que la actualización del
llamado mínimo no imponible (la cifra a partir de la cual
se debe tributar). El mecanismo es simple: el gobierno
ajusta el mínimo no imponible por un porcentaje inferior al
aumento salarial promedio. Así fue este año y en 2010: el
mínimo subió sólo el 20%, cuando casi todos los gremios
cerraron aumentos mayores. En consecuencia, un trabajador
soltero paga Ganancias (impuesto que tradicionalmente fue
para los dueños de empresas) si gana más de 5.800 pesos.
Es decir, un ingreso no mayor de un 50% al salario promedio
de la economía, y que equivale a poco más de una canasta
familiar real (no la del INDEK).
Este
piso tan bajo genera situaciones absurdas, como por ejemplo
que a los trabajadores que están cerca pero por debajo de
él casi les conviene que no les aumenten, porque, a
menos que el porcentaje sea grande, lo que se gana como
aumento se pierde como impuesto, y hasta se puede ganar
menos que antes. Esta situación, que sería ridícula si no
fuera un escándalo, ha sido conscientemente alentada por
los gobiernos kirchneristas,
aunque vaya en contra de la cacareada “redistribución
progresiva del ingreso”.
La
funambulesca y grotesca oposición de derecha había
intentado, antes del anuncio oficial,
anotarse un poroto en el Congreso al estilo de la
votación del 82% a los jubilados convocando a una sesión
para subir el mínimo no imponible. El objetivo era,posar de
“defensores de los trabajadores” y obligar al gobierno a
ponerse en contra. Pero el ex Grupo A anda tan de capa caída
que ni eso les salió: no juntaron los 129 diputados y la
sesión fracasó.
De todos
modos, el gobierno tomó nota y enseguida llegó la suba del
20% del piso. En realidad, Cristina hubiera preferido
esperar a estar más cerca de las elecciones, pero no se podía
regalar esa bandera a la oposición.
Otra
nota de color en el Parlamento fue la votación de un
“repudio” en el Senado al bloqueo que el moyanismo hizo
a la distribución de Clarín el domingo 27 de marzo. El
lunes 28 ese venerable diario salió con la tapa en blanco
(recurso extremo del periodismo para casos de censura brutal
y dictatorial, pero hace rato que Clarín perdió todo
sentido de las proporciones). [2] El caso muestra cómo el
gobierno también hace equilibrio con aliados y enemigos.
Por un
lado, los senadores kirchneristas acompañaron el repudio de
la oposición de derecha a que Moyano le moje la oreja al
principal conglomerado de medios (de hecho, el texto
parlamentario decía “rechazo” y los propios senadores
kirchneristas agregaron “repudio”). De este modo, le
marcan la cancha al líder de la CGT y le hacen saber que no
todas sus decisiones son bien recibidas, como ya ocurriera
con el paro de 24… segundos por el famoso exhorto suizo.
Esa misma señal se le envía a la gran patronal: Cristina
acepta que necesita a Moyano, pero no está dispuesta a
darle un cheque en blanco, y si escupe aunque sea en parte
el asado de los empresarios, el gobierno lo llamrá al
orden.
Por el
otro, la declaración del Senado, a instancias del
oficialismo, agregó a su texto un llamado de atención a
quienes no respetan el derecho de agremiación y la libertad
sindical, y se elogia la política del gobierno de promover
“soluciones pacíficas” a los conflictos sociales y
sectoriales. La versión que hablaba de “ataque a la
libertad de expresión” fue abortada por los senadores K.
[3]
Así, el
gobierno se muestra poniendo límites a dos bandas:
tanto a los empresarios de medios que “no respetan los
derechos de agremiación” como a los burócratas
sindicales que los defienden con “celo excesivo”.
Notas:
1. El
Estado les reconoció a las obras sociales una deuda de
5.000 millones de pesos. Como se ve, sobran motivos de
negociación entre la burocracia sindical y el gobierno.
2. El
mensaje de la tapa blanca es más o menos éste: nada de lo
que le pasa al país o al mundo tiene la menor importancia
comparado con lo que le pasa al diario Clarín. Esta gente
se ha acostumbrado a tener un sentido un poco exagerado de
su propia importancia…
3. Si de libertad de expresión hablamos, el contrato que un
canal de Misiones ligado a Cablevisión (del Grupo Clarín)
quería hacerle firmar a los periodistas sí que era un
verdadero atentado: si el periodista invita a su programa a
alguien a quien se le ocurre hablar mal de “Cablevisión o
cualquiera de sus empresas controladas o controlantes” (BAE,
31-3), las consecuencias las sufre el propio periodista,
incluso si él defiende en cámara a sus empleadores. Un
caso flagrante de censura previa, que hasta los airados
“demócratas” defensores de los grandes medios se vieron
obligados a repudiar en el Congreso.