Hace tan sólo días terminó la lucha más importante en
años de los trabajadores del puerto de Mar del Plata. Desde
el 2004 no había un ascenso de esta magnitud entre los
trabajadores en blanco de la industria pesquera. El pasado
18 de abril, la cámara empresaria del pescado (CaIPA) y la
burocracia del SOIP llegaron a un acuerdo salarial del 30%
escalonado: 18% al momento de firmar retroactivo a marzo (un
12% remunerativo y otro 6% no remunerativo), 6% remunerativo
en julio y otro 6% no remunerativo en… ¡noviembre!
El acuerdo alcanzado está lejos tanto de la suma inicial
exigida por los trabajadores (35% remunerativo no
escalonado, en un solo pago) como de lo que estaban
dispuestos a dar los empresarios de la CaIPA (24% escalonado
no remunerativo). Analizando solamente las sumas podría
decirse que la lucha terminó en un empate muy digno. Pero
este análisis sería equivocado: fue un enorme triunfo
debido a que es la primera vez en mucho tiempo que se les
tuerce el brazo a las grandes patronales pesqueras de Mar
del Plata.
La lucha más importante en años
El conflicto comenzó los primeros días de abril con
paros parciales y escalonados. Las medidas de fuerza fueron
creciendo hasta alcanzar un nivel de contundencia muy
grande, que puso contra la pared a los empresarios. Los
paros parciales se convirtieron en un paro masivo por tiempo
indeterminado y las movilizaciones en el centro del puerto y
a la sede de la cámara empresaria terminaron siendo cortes
en los accesos portuarios. Esta última fue la medida más
fuerte de todo el conflicto, con la participación en los
cortes de hasta 3 mil obreros que paralizaron toda la
actividad del puerto pesquero más importante del país,
haciendo perder millones a las empresas en época comercial
importante como es Semana Santa.
Semejante fuerza puso muy nerviosos a los empresarios y al
Gobierno. Todos sus intentos por terminar con el conflicto
naufragaron, como las amenazas de represión (el 15 de abril
Prefectura amenazó con desalojar los cortes) y la
intervención del Ministerio de Trabajo, que dictó la
conciliación obligatoria, desacatada masivamente.
Este escenario contrasta notoriamente con la situación
del movimiento obrero del puerto en los últimos años. En
primer lugar, a la vanguardia venían los obreros de
cooperativas (la forma más extendida de precarización en
la industria) y no los trabajadores en blanco (y menos los
de las principales empresas). Casi todos los conflictos eran
de pequeños grupos de compañeros despedidos de las pequeñas
cooperativas que pedían ser reincorporados. Casi todas
estas luchas estaban condenadas a una derrota anunciada por
su propia inercia: las protagonizaban mayoritariamente compañeros
de las generaciones más viejas y derrotadas y eran pequeñas
empresas (cerradas por ser económicamente inviables debido
a la crisis de la industria) las que estaban involucradas.
El activismo y la burocracia
El año pasado hubo una “renovación” en la dirección
del SOIP. La vieja conducción de la Celeste (los hermanos
Verón y Salas, que llegaron a la dirección en su momento
de la mano del PO para convertirse luego en fervientes
moyanistas), detestada masivamente en la base del gremio,
fue derrotada por la Negra y Blanca, encabezada por Cristina
Ledesma. La conducción Celeste fue responsable de
incontables agachadas y traiciones, entre otras la entrega
del viejo convenio del ‘75, al que se le anexaron los
tramposos artículos “pyme”, legalizando la
flexibilización de las condiciones de trabajo y salariales
de los trabajadores de empresas más chicas, que muchas
veces son tercerizadas que funcionan dentro de las grandes
plantas como Giorno.
La existencia de una nueva conducción, que tiene mucha
legitimidad en la base, sirvió como válvula de escape de
una disposición de lucha contenida durante años. El SOIP
tuvo la política de cooptar a un sector activista excluido
por Verón-Salas, incluyendo como delegados a trabajadores
de las “pymes” tercerizadas. Esto le permitió mantener
un férreo control burocrático del conflicto. Cualquier
solidaridad de la izquierda era inmediatamente reprimida y
la conducción hacía y deshacía a voluntad sin jamás
consultar a la base. El peso de la conducción de Ledesma
está claramente sostenido con mentiras de “cambio”: la
misma secretaria general viene del riñón de la burocracia
Celeste y su firma es la que acompaña las de Verón y Salas
en las actas de los acuerdos con la CaIPA desde el 2006
hasta el 2010. Así, con ese peso entre los trabajadores,
fue que pudieron firmar un acuerdo por debajo de lo exigido
por la base y traicionar las esperanzas de los obreros en
negro y los de las pymes tercerizadas, que exigían la
registración laboral y el aumento del salario mensual mínimo
(no atado a lo trabajado y la cantidad de mercadería
procesada), que es igual al salario mínimo nacional, unos
1800 pesos.
Las tareas
Es una tarea fundamental acompañar a los trabajadores en
su experiencia con esta burocracia, al tiempo de no
depositar ninguna confianza en la conducción de Ledesma. El
“nuevo” SOIP mantiene la fragmentación heredada de los
‘90 y sostenida durante el kirchnerismo, sigue sin
organizar a los trabajadores de las “cooperativas” que
protagonizaron la lucha del 2007, cuando tomaron la sede del
sindicato después de haber cortado los accesos del puerto.
Ahora deja “pendiente” (según su retórica burocrática)
la exigencia de aumento del salario mensualizado.
Siguiendo el ejemplo de los tercerizados ferroviarios de
Buenos Aires, especialmente los del Roca, hay que organizar
a los trabajadores de “cooperativas”, de las “pymes”
y tercerizados por la registración laboral y el pase a
planta permanente, unificando con los efectivos y en blanco
para superar el chaleco de fuerza de la burocracia cegetista
de Ledesma.